viernes, 28 de mayo de 2010

Collage segundo

Romped las ligaduras de las venas
los lazos de la respiración y las cadenas.

Mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas
mientras exista una mujer hermosa
habrá poesía.

El poeta es un hombre como todos
un albañil que construye su muro
un constructor de puertas y ventanas.

Sucede que me canso de ser hombre
sucede que entro en las sastrerías y en los cines.
Marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.

Para nuestros mayores
la poesía fue un objeto de lujo.

Poesía aún y poesía poesía.
Poética poesía poesía.
Poesía poética de poético poeta.
Poesía.
Demasiada poesía.

Collage primero

Cadenas de miradas nos atan a la tierra.
Romped, romped tantas cadenas.

Tú me sufres, tú aposentas
en tu regazo amoroso
todo mi amor doloroso,
todas mis ansias y afrentas.

Y devuelve la bala al asesino
eternamente atado al infinito.

No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira.
Podrá no haber poetas, pero siempre
habrá poesía.

"¿Qué es poesía?" ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.

Quien me diera el tiempo en que escribía
sin darme cuenta
cartas de amor
ridículas.

Pero para nosotros
es un artículo de primera necesidad:
no podemos vivir sin poesía.

Cortad todas las amarras.

Lento como una tortuga.

A veces a uno le dicen que es lento para realizar alguna actividad. Pero, ¿quién pone ese parámetro? Si revisamos la definición que nos ofrece la Real Academia Española(RAE), nos dice que lento es algo pausado en el movimiento o en la acción. Es decir que si bien se puede definir, la lentitud es algo totalmente subjetivo.

Quizás la lentitud sea algo demasiado abstracto como para juzgar a una persona, ya que un movimiento o acción lenta puede ser concebida por la misma como el símbolo de la eficacia: “lo hago despacio pero bien”. Sin embargo, la segunda acepción que encontramos en el diccionario de la RAE, nos dice que algo lento es poco eficaz. Ante esta situación, aquellas personas que se toman su tiempo para realizar diversos movimientos u acciones se encuentran en una encrucijada ante aquellos que determinan lo que es “rápido y eficaz”.

Pero no solo caracterizamos como lentas actividades de la vida cotidiana, como comer, leer, etc. Nuestra adjetivación llega hasta lugares como los deportes. “Riquelme es un jugador lento” se ha llegado a decir sobre la forma en que juega él al fútbol. Ésta es una discusión que se oye a menudo entre los amantes de dicho deporte. Pero, ¿por qué se dice que él es lento dentro de un campo de juego? Los que lo defienden utilizan el argumento de que Riquelme es inteligente y ejecuta los pases, centros y tiros libres con gran acierto. Entonces dicha defensa va en contra de lo que nos dice la definición de la RAE sobre la poca eficacia de la lentitud y nos muestra que es algo totalmente subjetivo.

“Vos sos lento como una tortuga” es una frase que suele escucharse y que involucra a un ser tan inocente como ese animal. ¿Por qué decimos que una tortuga es lenta? ¿Será porque nosotros nos consideramos rápidos? Sería bueno saber si una tortuga le dice a otra sobre su andar “vos sos rápida como un humano”, para observar si somos sólo los humanos aquellos que nos preocupamos por adjetivar todo según un parámetro tan subjetivo e impuesto por vaya uno a saber que ente o persona.

Matías Schneider.

Temporal de sapos.

Era una fría tarde de otoño. Afuera las nubes amenazaban con caerse del cielo. Todos comenzaron a guardar sus autos en las cocheras o bajo el primer techo disponible. Había que evitar que las piedras arruinen los autos nuevamente. De repente no quedó ni una sola alma en las calles. El desenlace era inminente: el fin del mundo se acercaba. Algunos lamentaban el hecho de no haber construido un arca, similar a la utilizada por Noe para sobrevivir al diluvio universal. Otros veían esos lamentos como meras exageraciones. A pesar de ello no se animaban a desafiar al creador del universo. La ciencia les daba la razón a los creyentes y los pronósticos emitidos por el Servicio Meteorológico Nacional anunciaban las lluvias más devastadoras del último milenio, justo cuando todos festejaban el bicentenario de la patria.

En este contexto, comenzaron a escucharse y verse las primeras gotas verdes sobre los techos. Ya no había escapatoria. Las familias, reunidas en sus casas, comenzaron a asomarse por las ventanas para ver un espectáculo único e irrepetible, que podría terminar con su existencia.

Pero no paso nada. En realidad si paso algo. A la vuelta del fin de semana largo todos comentaron en sus trabajos, escuelas o charlas con amigos que habían visto llover sapos del cielo.

Matías Schneider.

Poesía III

Solo las criaturas que nunca escribieron,

marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro,

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas,

dinastía astrológica y efímera.

Poesía II

Sucede que me canso de mis pies y de mis uñas,

porque la tristeza, la vera tristeza, está degenerada;

habrá poesías,

matemos al poeta que nos tiene saturados.

Nuestra primera y última palabra,

mis ojos, un pavor antiguo,

de asuntos falta, enmudeció la lira,

¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?

El alma pavimentada de recuerdos,

el poeta es un hombre como todos,

pero, al fin,

sucede que me canso de ser hombre.

Poesía I

El mar es un tejado de botellas,

mas no el mago que apaga y enciende,

cosas que pasan fuera del mundo cotidiano,

navegando en un agua de origen y ceniza.

De río mar o de montaña,

porque cuando siento el pecho

poética poesía poesía

ridículas.

La poesía fue un objeto de lujo,

el arcoíris se hará pájaro,

romped, romped tantas cadenas,

es un artículo de primera necesidad.

Página 5

Mis ojos, un pavor antiguo.

Yo te quiero, verso amigo,

las miradas serán ríos

y en los ríos heridas en las piernas del vacío.

Porque cuando siento el pecho

ya muy cargado y desecho,

parto la carga contigo,

cayendo de universo en universo.

Walking Around

“¿Qué es poesía?, dices mientras clavas

en mi pupila tu pupila azul.

“¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?

Poesía aún y poesía poesía.

Poética poesía poesía.

Poesía poética de poético poeta.

Poesía.

Demasiada poesía.

El poeta es un hombre como todos,

un albañil que construye un muro:

un constructor de puertas y ventanas.

Vuela el primer hombre a iluminar el día

el espacio se quiebra en una herida.

Señoras y señores

ésta es nuestra última palabra

- nuestra primera y última palabra -

Los poetas bajaron del Olimpo.

Instrucciones para pintarse las pestañas

Seguramente emocionado por la cercanía temporal y, por qué no, espacial de algún evento que amerite la prolongación artificial de una parte del cuerpo mediante un procedimiento tal como es untarles cuidadosamente una pasta que aunque no es tinta, tampoco llega a ser pintura, usted se parará frente a un espejo elegido con anterioridad y observará sus ojos con detención.

El primer paso a tener en cuenta es la necesidad de localizar el área en cuestión, generalmente ubicada en las cercanías de los órganos de la visión, más específicamente la parte visible de los globos oculares, que bajo ninguna circunstancia debe confundirse con otras áreas como el iris o la retina a razón de evitar desafortunados accidentes. La zona a considerar lleva el nombre de “pestañas”. Esto es así ya que, bajo una inspección más precisa, que usted seguramente realizará por sí mismo frente al espejo, es notable que, en realidad, se trata de una agrupación de folículos pilosos que generan, en ciertas circunstancias, varios pelos individuales.

En este punto hay dos consideraciones que usted debe tomar seriamente en cuenta: en principio debe procurar (y en el caso de confusiones consultar a un conocido) no confundir el área en cuestión con otra formación similar denominada vulgarmente “ceja”. La cejas, generalmente dos, pueden presentarse en formas y tamaños diversos. Sin embargo podemos encontrar una variedad exótica de organismos que poseen la ventaja adaptativa de tener una sola de estas, lo cual facilita la empresa de no confundirla con las pestañas.

Por otra parte, retomando los riesgos de la tarea que usted ha decidido emprender, vale la pena mencionar que, llegado el caso de una confusión con el sector del ojo a tener en cuenta, se percatará de esto rápidamente a causa de una sensación dolorosa de ardor. Acto seguido, deberá recurrir a algún líquido especializado en su formulación para remover el material mal utilizado. Igualmente importante es la tarea posterior de ignorar la ansiedad por volver a intentarlo y esperar a que el líquido que acertadamente ha administrado se seque para luego volver a comenzar desde el paso uno, enunciado más arriba, procurando no confundir el área nuevamente.

Una vez que la sensación nefasta del ardor no se manifiesta, usted ya está listo para continuar la tarea de untar el material que optamos por denominar genéricamente “pintura” en las pestañas (ver arriba las referencias sobre el tema). Dejamos de lado la explicación inherente a la coloración de la pintura, ya que seguramente usted ha seleccionado aquella que haya preferido entre las demás. Cabe recalcar que la especie humana lleva en su rostro dos ojos, lo que puede hacernos pensar que usted puede utilizar dos colores diferentes en caso de no decidirse.

Una vez seleccionado el color y comenzada la tarea de pintar las pestañas, usted notará que debe remitirse de forma constante al tubo contenedor de la pintura que ha adquirido, seguramente en una farmacia a cambio de cierta cantidad de dinero. En principio, usted habrá reconocido este elemento por ser un cilindro que contiene un material coloreado, que no es ni una lapicera ni un paquete de caramelos, por lo tanto que no es ni utilizable en labores de oficina o de ninguna manera comestible. Seguramente haya visto también que este receptáculo, si es sostenido por su base con una mano y con la otra un individuo gira la parte superior en sentido contrario a las agujas del reloj, se separa en dos, liberándose a su vez una extensión de la parte superior que en su final tiene una material sospechosamente similar a los vellos que forman las pestañas, pero que tenemos evidencia de su artificialidad. La acción que usted llevará a cabo con él, cuya finalidad es incorporar pintura al circuito del pintar, es similar a cerrar el aparato, pero que, en vez de enroscar sus partes, consiste en separarlas de nuevo, ágilmente.

Así, usted repetirá varias veces el ciclo descripto, siempre teniendo cuidado que pestaña y pestaña, que son singulares y forman las pestañas plurales, no queden adheridas por la pintura y formen una única pestaña, ya que esta no posee la cualidad adaptativa de la uni-ceja y es, en efecto, indeseable.

Finalmente, si usted ha logrado completar el proceso con éxito, se le presentarán dos opciones plenamente subjetivas. Si se siente satisfecho con el resultado y considera que ha prolongado lo suficiente los vellos especificados con anterioridad, se mirará al espejo y luego continuará con sus tareas habituales. Por otra parte, llegado el caso de disgustarle el producto, deberá usted de inmediato recurrir a algún elemento oleoso ya que estos por su composición química eliminan el elemento agregado a su biología y, una vez vuelto a la normalidad, volver al comienzo de este texto para prestar más atención a las instrucciones en él enunciadas con el objetivo de alcanzar el éxito y arribar a la opción número uno, recién descripta.

Emilia Cappellini

La pared

Cuando alguien está triste en esa casa no se pone a llorar. Nadie pone mala cara, no come de más o deja de comer, no invierte su sonrisa ni deja caer sus cejas. Cuando hay problemas, nadie habla con el otro. No se molestan mutuamente con sus pesares sino que van a visitar a la pared.

Esta pared es un muro angostito entre la biblioteca y la puerta. Tiene colgado un cuadrito de un Jesús crucificado, una de esas pinturas en las que los ojitos negros siguen a las personas por toda la habitación y las miran sin importar desde el ángulo que se los vea. Cuando uno de los miembros de la familia entra en la habitación, todos ya saben que deben hacer oídos sordos o alejarse, no vaya a ser que tengan que hacerse cargo de alguna pena.

Los chicos más jóvenes, se pasan todo el día con la pared, le hablan y le piden cosas. No es raro tampoco que se peleen entre sí para hablarle primero y que después de la pelea se terminen desquitando la bronca con ella. También hay en la casa un chico un poco más grande, que rara vez visita a la pared. Sus papás piensan que no va a verla porque es más feliz, pero la razón es que está tan triste que ni hablar quiere. En cambio, los padres la visitan mucho y siempre a las espaldas del otro, para sacarse sus angustias y volver a la vida marital más livianos, sin tantos reproches. Por último, cuando el abuelo va a la pared a quejarse, habla de todas sus dolencias para que estas le duelan un poco menos. Y lo hacen, al menos hasta que vuelve a enfermar y a sentirse viejo. Entonces tiene que ir un poco más lento hacia la pared, más encorvado, para hablarle menos y pedirle más, también para despedirse y darle las gracias.

Unos meses después de la muerte del abuelo, los integrantes de la familia se alarmaron al ver que una mancha de humedad había brotado en la pared. Espantados, los dueños de casa contrataron a un albañil para que buscara la pérdida y la arreglara, todo esto no sin quejarse con la pared sobre su propio desperfecto.

El albañil les dijo que la perdida era grave y tomó la determinación de romper la pared para ver qué caño pasaba por ella y arreglar la fuente de la gotera. Apenas el martillo impactó la pared, emergieron de ella litros de agua salada. Debe ser cierto que las paredes oyen.

Emilia Cappellini

Escalera al cielo.

Escaleras las hay de todo tipo. Más largas, más cortas, o hasta de un solo escalón. Muy empinadas, o casi al ras del suelo. Distintos colores, distintos materiales y hasta distintas formas. Pero para Lucía, su ciruelo es la mejor escalera de todas. Y aunque su vecino le lleve la contra desde su jacarandá, ella está convencida de lo que piensa.

Sauces, robles, pinos, las variedades son infinitas. Algunas más exóticas y otras más comunes, pero todas cumplen la función de acercarnos a ese lugar tan deseado e inalcanzable a simple vista.

Lucía, al igual que todos aquellos que cuenten con su escalera, podría reconocer a la perfección a su ciruelo. Madera oscura, áspera, quizás por falta de cuidado, y con alguna que otra rajadura, producto del uso cotidiano. Esa madera es, para ella, inconfundible con cualquier otra.

La escalera de Lucía es bastante accesible, sobre todo teniendo en cuenta que ella tiene solo 8 años. Sus escalones se sitúan casi invitándola a subir, y si bien en una parte del trayecto el ascenso se torna más complicado, debido a que uno de los escalones falta y, por ende, la distancia entre los dos restantes es mayor, eso no le impide a ella llegar hasta el final del recorrido.

La escalera de Lucía va desde el jardín al techo de su casa, y la vista que se tiene una vez que se sube es encantadora. Pero Lucía, muchas veces, prefiere quedarse a mitad de camino, sentarse en uno de los escalones donde la alfombra verde permanece aún intacta, y mirar a sus vecinos desde allí. Comparar las distintas variedades, y apenarse de aquellos que no poseen una.

Todas las escaleras tienen un cuidado similar. Deben ser rociadas con un líquido especial, para que su madera brille y dure por más tiempo. Esto ya es suficiente para mantenerlas, aunque, si se quiere, el cuidado puede ser reforzado con la aplicación de distintos productos, e, incluso, como en el caso de Lucía, con la incorporación de un líquido particular para mantenerlo en perfecto estado.

Por las noches no es necesario cubrirlas con nada. Todas vienen equipadas de manera tal que su madera, aún con la peor de las tormentas, en aquellas que se encuentren al aire libre, estará, al día siguiente, en el mismo estado que el día anterior.

La escalera de Lucía todavía sirve, aunque como todas, llegará un momento en que su alfombra verde se irá poniendo amarilla y hasta marrón, hasta desaparecer completamente. Al tiempo que su madera se ira resquebrajando, pudriendo, y llegará la hora de comprar una escalera nueva. Ciruelo, roble, sauce. La elección recaerá, seguramente, en Lucía.

Dolores Díaz de Maura

“Aprenda a reír”

Ante todo, no debemos caer en el error de confundir “reír” con “sonreír”. Es preciso aclarar esto, ya que una sonrisa es algo sencillo, mientras que el acto de reír carece de esta facilidad.

En segundo lugar, no se alarme si no puede hacerlo en el primer intento, es algo que necesita, en algunos casos, demasiado esfuerzo y concentración.

Ahora sí. Para empezar, deje volar su mente a aquellos momentos, personas, situaciones que en alguna oportunidad le hayan causado gracia. Esto puede llevar apenas unos minutos o unas cuantas horas, dependiendo de la historia de vida de cada persona y la frecuencia con que se practique este ejercicio.

Una vez localizado el motivo, uno simplemente debe recordarlo con la mayor precisión posible, y así, levemente, empezando por una sonrisa, las risas comenzaran a aparecer.

Con sonidos fuertes, leves o hasta silenciosos. Con la boca apenas entreabierta o luciendo orgullosamente toda la dentadura. Los ojos abiertos o cerrados y en algunos casos, con algún frunce de nariz.

Cada risa depende de la persona que la ponga en práctica. Estarán los tímidos que apenas se animaran a producir sonido, o aquellos osados que no dudarán en emitir enormes carcajadas.

El motivo también puede influir en la forma de reírnos. De esta manera tendremos risas de compromiso que serán, seguramente, bastante escuetas, aquellas más largas, como resultado de algún buen chiste, y esas otras, casi interminables, producto de nuestra tentación con alguna caída.

Las risas son prolongaciones de las sonrisas. Varían de acuerdo a las edades, a los momentos, a las situaciones, a las personas. Pero su esencia es siempre la misma. Una sonrisa un poco más exagerada, algún movimiento corporal, producido casi naturalmente por el acto en sí, y un motivo que la desencadene. Así, de a poco y con mucha práctica, las risas irán saliendo naturalmente hasta encontrar, por fin, un estilo y una manera de ser propias.

Dolores Díaz de Maura

Aprenda a comer.

Cocine su plato preferido o llamé al delivery de comidas. Ponga el mantel o individual en la mesa para evitar que la misma se ensucie. Coloque frente al lugar en que se va a sentar un plato, un cuchillo, un tenedor, una cuchara y un vaso. En caso de ser más personas las que se van a sentar a comer con usted, coloque tantos cubiertos como comensales haya.

Lleve la comida a la mesa para servirla. Tome una cuchara o espátula y coloque el alimento en los platos. Si el recipiente en que se encuentra la comida está caliente, coloque en sus manos una manopla para no quemarse.

Para evitar mancharse la ropa puede utilizar un delantal o colocar una servilleta sobre su falda antes de comenzar a comer.

Siéntese en la silla, agarre el cubierto más eficiente para el alimento que va a ingerir e introdúzcalo en la boca sutilmente y mastíquelo. Recuerde que si el alimento que sirvió está caliente usted puede quemarse la lengua. Para colocar el alimento en el cubierto usted puede ayudarse con un pequeño pedazo de pan el cual también puede utilizar para limpiar el plato.

Sepa que ciertos alimentos se acompañan con aderezos, especias, queso rallado, sal, aceite, vinagre, etc., que usted puede agregar a gusto.

En caso de tener sed o atorarse con la comida sirva una bebida a elección en el vaso que usted tiene enfrente suyo e ingiera sutilmente. Las bebidas pueden venir dentro de un recipiente llamado botella u otro más pequeño llamado lata.

Una vez que usted terminó de comer es la hora de lavar los platos. Pero esto se lo explicaré en el próximo encuentro.

Matías Schneider.

Instrucciones para señalar.

Para que señalar resulte más fácil de aprender, usted debe estar de pié. Una vez que se encuentre parado, coloque sus brazos pegados a los costados de su cuerpo. Sus dedos deben estar apuntando al suelo. Luego levante uno de sus brazos; verá que se forma un ángulo de noventa grados entre el lado interno de dicho brazo y el costado de su cuerpo. Estire su dedo índice. Éste dedo sirve para indicar, el nombre mismo lo dice. Hay quienes lo utilizan también para expresar desacuerdo, pero aquí no es importante. Volviendo a las instrucciones, cabe aclarar que el dedo índice y el brazo deben estar en línea recta siguiendo la altura del hombro.

Ya aprendida la típica postura para indicar usted tendrá que decidir lo que desea mostrar. Seguramente su elección se base en que el punto señalado es un punto de interés. Utilice su dedo índice como puntero, e intente mantener la postura antes aprendida por el tiempo que sea necesario. Esto sería hasta que el individuo a quien usted desea mostrar el objeto, el lugar, etc. se de cuenta de qué es lo que usted está señalando.

Tenga también en cuenta que no está de más anteponer o decir al mismo tiempo alguna expresión verbal que acompañe al gesto, como por ejemplo: “¡Mirá eso!” Dichas palabras captarán la atención del individuo que tiene que visualizar lo indicado. La acción se realizará con mayor velocidad ya que estimular la atención del sujeto hará que éste busque en su lenguaje corporal la dirección a la que debe mirar con mayor precisión. Encontrando así en menos tiempo, lo que usted está señalando.

Hay muchas formas de señalar, además, cada persona lo hace de distinta manera. No es relevante de qué forma usted decida realizar la acción, pero sí que logre ser entendido. No desespere si las primeras veces no se entiende bien qué es lo que usted está señalando; recuerde que con práctica mejorará su estilo y será más rápida la comprensión de qué es lo indicado.

Advertencia: evite realizar la acción “señalar” en dirección a un sujeto. Para un gran número de las culturas es de mal gusto y el individuo señalado puede llegar a reaccionar de forma inesperada, atentando contra su persona, física o verbalmente.

TSCHIFFELY, Marina Soledad.

La cama voladora.

La cama que les voy a presentar no es una cama convencional. Es el pasaporte a lugares exóticos e inexplorados. Es un aeropuerto con base de operaciones en la casa de quien la posee. Tiene un piloto y una azafata personal para atender el servicio durante el viaje. Permite viajar acompañado o solos. No hace falta preparar el equipaje para realizar un viaje en ella ya que todo lo que necesitamos está al alcance de nuestras manos. Tampoco se necesita confirmar con antelación el viaje porque el mismo comienza cuando y donde nosotros elijamos.

Una vez que el viaje empieza se pueden realizar una cantidad ilimitada de escalas. Los escenarios vistos desde el cielo y en tierra firme pueden ser como nos los imaginábamos antes de emprender vuelo o quizás podemos encontrar alguna que otra sorpresa. Allí podemos hablar con personas tan distintas como interesantes. Todos nos conocen y esperan nuestra visita. Pero no siempre volvemos a contactarnos con estas personas.

Hay que tener en cuenta dos datos antes de emprender nuestro viaje: el primero es la posible turbulencia que se nos puede presentar en pleno vuelo, la cual puede arruinar nuestro recorrido. Pero no hay que temer ya que es momentánea y podemos desviarnos inmediatamente. El segundo y no menos importante es que el viaje no termina cuando nosotros queremos sino cuando suena la bocina del avión o cuando el piloto decide. Por ello hay que aprovechar cada instante al máximo antes que tengamos que emprender el regreso al aeropuerto de salida.

Matías Schneider.

Congelador para preservar recuerdos.

¿Qué hacer para conservar los recuerdos? Una manera de conservarlos en buen estado es congelarlos. Para esto se precisa un congelador o freezer, cualquiera que se posea en una casa está bien. No será necesario comprar uno a menos que se tengan muchos recuerdos para conservar intactos. De ser así, se tendrá, a lo largo de los años, que comprar varios de estos electrodomésticos.

Juan Martín, un hombre de 82 años, es la persona con más recuerdos guardados. El problema que tiene es que él no sabe exactamente cómo hacer para volver a incorporarlos a su cabeza. Ha intentado muchas cosas, pero siempre se resisten a salir de ese estado de pasividad. Es muy cómodo para ellos estar congelados. Claro que sí, nunca son molestados. Están por años adormecidos por el frío del congelador. No deben realizar ninguna actividad que los comprometa. Es que siempre que uno recuerda, compromete a ese recuerdo con el recuerdo que pueda tener otro. Sin tener en cuenta que cada persona construye el recuerdo desde su punto de vista y es por esta razón, que no deberían enfrentarse, sino, complementarse. Para que, justamente, el recuerdo sea recordado lo más parecido a lo que fue antes de convertirse en parte de la memoria. Es decir, cuando era un presente.

Este señor guarda recuerdos desde los 20 años. Todo comenzó al poco tiempo de se fue a vivir sólo. Él se dio cuenta de que por las vivencias que estaba teniendo en la ciudad, perdía sus memorias infantiles. Una mañana, cansado de no recordar lo que le señalaban como eventos, cosas o dichos suyos, decidió ponerlos bien empaquetados en el congelador de su casa para que sean conservados por siempre. A partir de ese día, cada momento de importancia que él vivió fue guardado inmediatamente en ese aparato.

El problema que se presentó fue el siguiente: luego de guardar recuerdos por años, tuvo que conseguir un electrodoméstico más grande, luego otro y así llegó a tener unos cuantos. La locura por guardar sus memorias fue cada vez más grande. Temía que momentos “inolvidables”, como él solía llamarlos, se pierdan para siempre. Por ello, vivía almacenándolos. Lo hacía por las dudas de que algún día quisiera recordar algo importante y no pudiese. Creía tenerlos asegurados, intactos en el congelador; listo para el uso, siempre que lo deseara.

Ahora bien, el mayor problema que se presentó ante Juan Martín fue y es la cuestión de cómo hacer para recuperarlos. Un día despertó queriendo revolver sus memorias. No sabía cuál recuerdo era cuál entre tantos que tenía guardados en tantos congeladores. “Olvidé poner etiquetas”, eso se dijo a sí mismo varias veces. La verdadera cuestión está en que por el afán de recordar todo en un futuro, olvidó recordar directamente. Hoy dice que recordar por recordar no sirve, mucho menos congelar los recuerdos a propósito. Que recordar implica un acto espontáneo, intangible y sumamente maravilloso. Que uno recuerda lo que no se acuerda en una instancia previa. Que no se de deben manipular las memorias, mucho menos aquellas preciadas. Él aclara que éstas se congelan solas. Tiene sentido pensar que uno no congela los momentos en su memoria; ellos se congelan solos, para ser recordados cuando lo deseen y que en el momento exacto ellos saben volverse activos. Hacerse presente siendo pasado.

TSCHIFFELY, Marina Soledad.

El misterio de Merlín

Es raro ver en una nena tan pequeña una mueca de cinismo tan grande. Apenas la mamá concluyó de leerle el cuento, Lucía se incorporó en la cama y con el ceño fruncido de desaprobación le dijo “bueno, ya está, ahora te podés ir a dormir”. La madre de Lucía se levantó confundida, ella también estaba frustrada por la historia que había leído.

Lucía y su mamá tenían la costumbre de leer juntas en la cama. Pero la niña estaba creciendo a pasos agigantados y los cuentos para su edad le resultaban aburridos y trillados, más trillados aún, que la costumbre de que le lean en la cama. Fue por eso que comenzaron a variar las historias que elegían. Esa noche, habían leído “El misterio de Merlín”. Pero el cuento no cumplió con las expectativas o, tal vez, el problema haya sido que las superó más de la cuenta. “El misterio de Merlín” era una historia que intercalaba poemas, dibujos, acertijos e íconos que, combinados, resultarían en develar el conjuro del mago. Evidentemente ni la pequeña ni su madre sabían eso antes de leerlo, simplemente lo recordaban como un regalo de una tía extraña. De ahora en más, sería también un libraco que las dejó a ambas confundidas y levemente estresadas.

De momento en que se cerró el libro, la mamá de Lucía fue sentenciada a irse a dormir por su hija de 4 años. Se levantó de la cama resignada ante el carácter de la niña, le apagó la lámpara de la mesita de luz y cerró la ventana. Caminó hasta la escalera, la bajó despacio y se perdió en la oscuridad y en el silencio.

Sin borrar la mueca de descontento, Lucía supo que iba a ser difícil dormirse. Que la historia previa a dormir fuese bonita era criterio necesario para poder conciliar el sueño después. Pasaron varios minutos y la pequeña se impacientaba, y cuanto más se impacientaba menos se podía dormir. Entendiendo con precocidad el círculo del insomnio decidió darle un fin. Bajaría hasta el cuarto de sus padres a demandar una segunda leía de historia, pero de una historia “de verdad”.

Se levantó corajuda, dio un saltito de la cama hasta el piso. Caminó rápido hasta la escalera y se estiró para prender una lámpara que allí había, pero no llegó al cordoncito que debía jalar para que la luz prendiera. No lo dudó, bajaría en tinieblas y conseguiría su final feliz.

Caminó un par de pasos y llegó al final de la escalera. Podía elegir entre derecha e izquierda, uno de los caminos la llevaría al cuarto de sus papás y el otro a la cocina. Pero no recordaba cuál porque Lucía no sabía cuál era la derecha y cuál la otra, ella nada más sabía que el camino a tomar era el que tenía un cuadrito sobre la pared adyacente. Pero era una noche muy cerrada y no podía ver el cuadrito, ni siquiera vislumbraba la pared.

Nerviosa, deseó haberse estirado más para alcanzar el cordoncito y prender luz. Se lamentó, también, el no ser más alta. Finalmente eligió la bifurcación de la escalera que estaba más iluminada, pero al final del camino vio que esa luz se debía a la puerta-ventana de la cocina que daba al jardín. Miró con miedo hacia atrás y vio el negro túnel que tenía que transitar. Más miedo le dio, porque creyó ver algo fuera de la ventana. Asustada se dijo a sí misma que los fantasmas están en los sótanos y no en las cocinas, y se acercó a la ventana. Lo que había visto era una lechuza batía sus alas contra el vidrio. Lucía la miró con violencia, justamente una lechuza había sido el personaje más detestable de “El misterio de Merlín”.

Ya estaba por irse, cuando notó que la desesperada lechuza estaba siendo acechada por un gato, que se agazapaba sobre una rama de árbol afuera. Rápido abrió la ventana y la lechuza se metió como pudo aleteando enloquecida. Lucía ya la estaba bastante espantada cuando escuchó que el bicho le gritaba “Cerrá nena, ¡cerrá!”. Cerró la puerta rápido y con orgullo dijo “yo sabía que ustedes hablaban”. El animal y Lucía sabían que un error había sido cometido. Era un secreto muy bien guardado que los animales hablan, y la lechuza, en su pavor, se había puesto en evidencia.

Lucía se acercó sin miedo, y quiso que la pequeña criaturita tampoco le temiera. Le habló con ternura, pero el animal se las arreglaba para girar sobre su eje con sus pequeñas patitas para darle la espalda. Finalmente el bicho se cansó de la insistencia de la nena y le dijo con soberbia que todo esto era su culpa. Si Lucía no fuese tan testaruda, la lechuza no estaría ahí, estaría en su casa, descansando y durmiendo su tan merecido sueño.”No todas las lechuzas somos nocturnas, ¿sabes?” le dijo enojada.

Aparentemente, Merlín llevaba un inventario riguroso de dónde estaban sus libros y en manos de quién caían. Esa noche, revisando, había visto que una pequeña de tan sólo cuatro años había perdido el sueño por su libro. “Y, es más, se sintió tan responsable porque no podes dormir que me mando a buscarte” dijo enfadadísima y agregó “Y, como siempre, le tengo que arreglar los líos yo a él”.

Lucía no estaba sorprendida, si Merlín podía escribir un libro tan absurdo como el que había leído, no era extraño que pensara que tenía que mandarle una lechuza para ayudarla a caminar por el pasillo. Igualmente, si tan mal se sentía, podría haber venido él mismo y no mandar a su lechuza malhumorada. Ella y el animal estaban de acuerdo en algo: Merlín era un tonto.

Como el animal seguía quejándose por no poder dormir, Lucía rápidamente le dijo que ella no tenía problema, que cruzaría el pasillo y les pediría a sus papás que le contaran otro cuento y todo se solucionaría. Merlín ya había hecho suficiente por una noche y la lechuza podía irse, nadie en esa casa necesitaba su ayuda. La lechuza escuchó los comentarios con temor. En otras circunstancias se hubiera marchado enseguida, ofendida pero gratificada por poder irse temprano. Pero esa noche no podía irse, ahora era ella la que necesitaba ayuda porque, desde fuera de la casa, el gran felino negro aún la miraba con ojos de hambre.

“Ves lo que hiciste nena, porque no quererte dormir” le repetía nerviosa, el temor potenciaba su mal carácter. Lucía sabía que el que había causado todo el embrollo era Merlín, pero igualmente se sentía culpable. Decidió ayudar al ave a regresar a su nido. ¿Pero cómo? Afuera todavía estaba Nimue, la gata del vecino que revoleaba sus ojitos al compás de los movimientos de la lechuza. Por esta razón, el pájaro dejó su obstinación de lado y le dijo a Lucía que ella iba a ayudarla a que la ayude a escapar. Lo único que le pidió fue que, una vez que ella se hubiese ido, debía regresar a la cama rápido y dormirse, porque sino Merlín sabría que no había hecho su trabajo.

Lucía aceptó, y juntas con la lechuza comenzaron a fraguar el plan. En principio el pájaro sugirió subir la escalera y ser liberada por una ventana. Pero Lucía era muy pequeña y no alcanzaba a abrir ninguna. La única opción que tenían eran las puertas que daban al jardín, las únicas sin llave. También pensaron en distraer al gato con comida, mientras la lechuza levantara vuelo y huyera. Pero no había nada a mano, todo estaba alto, todo estaba lejos de las manos de la pequeña. Sólo había una cosa, una cosa que había quedado tirada sin cuidado sobre la mesa: “El misterio de Merlín”.

Lucía se estiró y tomó el libro con ambas manos. Le dijo a la lechuza que comenzara a volar mientras abrió de par en par la puerta ventana y tiró el libro con fuerza hasta los arbustos donde se escondía Nimue. Se escucharon un maullido de miedo y las últimas desagradecidas palabras que la lechuza le diría a Lucía “bueno, ya está, ahora te podes ir a dormir”. La niña pensó que no había porqué ser tan malo y pensó en tratar mejor a su mamá al día siguiente. Luego, para honrar su promesa, Lucía volvió al pasillo, pero esta vez no quería ir al cuarto de sus papas, sino que subió la escalera y se metió en la cama. Ya había vivido muchos cuentos esa noche.

Al otro día, cuando fue a levantarla, la mamá de Lucía le preguntó por qué estaba el libro entre los arbustos del jardín. Lucía entre risas le dijo que lo había tirado allí para poder dormirse. Su mamá pensó, para sus adentros, que la niña era aun más malhumorada de lo que había pensado.

Emilia Cappellini

Mi foto

Una foto, un flash, me dejó como recuerdo una de las huellas de mi infancia, un tapado bordó que me pasaba el largo de las rodillas, una trenza cocida y un uniforme azul. A mi derecha está mi hermano con una galera, guantes blancos, una escarapela y un bastón. Atrás mío, mi mamá y mi papá, abrazándonos, mostrando una sonrisa y con la filmadora en la mano. Era un acto escolar ya que de fondo se ve la escultura de la virgen que pertenece a la institución religiosa que yo acudía. Solo falta mi perro y sería mi autorretrato familiar. Lo que más resalta de la fotografía es el tapado bordó que se llevaba todas las burlas de mis compañeros a la salida del colegio.

Claudia Sabrina Cisterna

jueves, 13 de mayo de 2010

El gato, la lechuza y el pasillo.

Por: Tschiffely, Marina Soledad.

Lucia despertó a las tres y cuarenta y cinco de la mañana por un mal sueño. Estaba muy asustada, en su pesadilla las cosas hablaban; la llamaban invitándola a jugar; pero ella no iba, porque su mamá y su papá siempre le dijeron que no debía hablar con extraños. Se aventuró a lo que luego se haría costumbre.

El pasillo estaba oscuro, tanto que Lucía no podía ver nada. Ella se estiró lo más que pudo; el brazo y sus dedos parecían larguísimos, se puso en puntitas de pié y ganó unos centímetros; pero aún así no llegaba al interruptor de la luz. Se cansó enseguida de intentar prenderla porque la posición que adquiría al estirarse era muy incómoda. Al apartarse de la pared, sacudió con un movimiento veloz y de vaivén las piernas, porque se le habían acalambrado.

Se puso en marcha, dando pasitos hacia delante, caminó mucho sin encontrar el final. De pronto frenó al sentir que estaba siendo observada. Estaba asustada, y temblaba de miedo. De todas formas preguntó, con la voz más firme que pudo producir, si había alguien allí. Para su sorpresa, una voz picarona le contestó que sí, que él estaba allí. Ésta respuesta fue de lo más desconcertante. La idea de formular esa pregunta era confirmar, luego de no recibir una respuesta, que nadie estaba en el pasillo. Esto la tranquilizaría, y le daría fuerzas para seguir adelante.

Como la voz era amigable, Lucia, perdió el miedo. Y se acercó despacito, cuidando de no tropezar, hasta el lugar de donde creyó que la voz venía. Vio una sombra, era algo pequeño y estaba arrinconado. Sin nada de timidez, la niña estiró la mano para tocar aquello. Sintió algo suave, cálido y peludo. Su gentil caricia hizo que el gato ronroneara y le diera las gracias por tal reconfortante masaje en la cabeza. Ella se asustó terriblemente, jamás pensó que un gato podía hablar. Retrocedió de golpe y se resbaló por culpa de estar en medias sobre el piso encerado. Instantáneamente, se escuchó otra voz. Ésta retó al gato y lo acusó de asustar a la pobre niña. Lucia no entendía que estaba pasando. No sabía para dónde dirigir su mirada. Y aunque pudiese ver a un punto fijo, nada vería por la oscuridad.

Una voz de madre le dijo que no se preocupara, que estaba todo bien. Esa dulce voz venía de la zona más oscura del pasillo. Luego del porrazo, Lucia, siguió sentada por unos minutos, mientras, ambos personajes se acercaron a ayudarla. La nena creyó que era alguna de sus tías o su mamá quien le había hablado; en ese momento, no pensó en que sus tías no vivían con ella y que era difícil que su mamá estuviese despierta. Al extender los brazos para ser alzada, tuvo contacto con una pata y un ala. La pata era del gato y el ala de una lechuza. La niña no se asombró por lo extraño que era todo. Eran animales, podían hablar y parecían buenos. Nada de esto le generaba temor.

Lucia agradeció su ayuda, y habló un poco con ellos. Les preguntó qué hacían allí, de dónde eran y cómo habían llegado hasta su casa. Ninguno de los dos supo qué contestar. Entendían que estaban perdidos. Lo último que recordaban era estar caminando hacia el cuarto de sus papás en el pasillo de su casa cuando se encontraron en este otro pasillo. Lucia les contó que ella también estaba yendo a la habitación de sus padres y que no podía encontrar la salida de ese interminable pasillo. Los tres, algo preocupados por saberse perdidos, se sentaron a diagramar un plan para encontrar la salida. Decidieron separarse. Cada uno caminaría cinco pasos al frente. Y diría si se encuentra o no con una pared. Hicieron lo planeado, pero se sentían como si no estuviesen en ningún lado. Intentaron caminar en muchas direcciones para ver si podían salir de la oscuridad. Sin embargo, nada resultó. No daban con el final.

La niña por un lado, dejó de estar tranquila. Se angustió pensando que nunca abrazaría, besaría, ni jugaría con sus papás nuevamente. Quería volver aunque sea, a su habitación, lugar donde siempre estaba protegida. Por el otro lado, se sentía acompañada como nunca antes. Había encontrado amigos nuevos, en un lugar inesperado. La intranquilidad ganó. Empezó a recordar su pesadilla, en la que los objetos le hablaban y la invitaban a jugar. Tal vez, no estaba despierta, y todo era parte del sueño. Tal vez era verdad, y se encontraba en otro mundo. Porque que ella supiese, los animales no hablan y además, por lo que sus nuevos amigos le habían dicho, ellos también creían estar en otro lugar. No sabían dónde estaban o mismo si era que estaban en algún lado. Estas posibilidades al estar perdido, justamente por la condición de estarlo, se vuelven infinitas.

La confusión y los pensamientos negativos llenaron sus ojos de lágrimas. Era una niñita que se creía valiente. Sin embargo, sentirse desprotegida la hizo entrar en pánico. Les dijo a sus amigos que creía tener la solución para salir del laberinto de tinieblas en el que se encontraban. Se despidió con un abrazo fuerte a cada uno. Y prometió volver a caminar por allí alguna noche, para encontrarse con ellos alguna otra vez. Entonces, juntó aire y un grito salió de su adentro. Una luz iluminó el pasillo. Los animales desaparecieron. Y unos brazos la alzaron con amor. Finalmente, era su mamá, siempre heroína inconciente de serlo.

jueves, 6 de mayo de 2010

Cuando lo pequeño asusta

Por: Enrique Capdevielle


Algunos de los recuerdos más antiguos que registra mi memoria son unos pequeños flashes, cortos pero bien vivos, que deben de tener poco más de dieciséis años de antigüedad. Nada mal para los diecinueve de mi persona. Eso quiere decir que los hechos acontecieron en el verano en el que yo cumplía tres años.

El relato que contaré a continuación no es muy largo ni muy original y puede parecer hasta tonto si no se tiene en cuenta mi edad en ese momento. A mucha gente le ha pasado de perderse en el supermercado de pequeño y luego recuerda ese hecho casi trivial como uno de los momentos más desesperantes de su vida.

Esto no fue exactamente en un supermercado. Fue en Bariloche en los alrededores del Lago Gutiérrez.

Al pensar en las nítidas imágenes que tengo de aquel día, me doy cuenta de que no hay ningún hecho significativo que se borre de nuestra memoria. Uno puede olvidar, y los sucesos se encierran en fuertes cajas de seguridad y luego se entierran en un profundo agujero dentro de la caverna mental. Pero en cuanto se puedan descifrar algunos obstáculos de la mente uno caerá en la cuenta de que todo sigue allí. Claro que hay particularidades en algunos hechos que ayudan a recordar.

Si hasta me acuerdo de lo que comimos aquel día. A la orilla del lago nos calentamos unas salchichas al fuego de unas ramas. Creo que nunca más volví a comer las salchichas así. ¿Quién puede acordarse de algo así? Nadie más que alguien con un motivo concreto. Ese motivo en este caso es el miedo.

El miedo es una de esas particularidades que ayudan a recordar. Los sucesos que están manchados de miedo ahora no se guardan en una caja de seguridad, sino que se exponen sobre un pedestal en el museo de los acontecimientos más importantes. Aunque sobre el pedestal no haya un hombre sobre un corcel, sino un niño sobre un caballito de madera. Pero esto último uno no lo sabe a menos que se lo digan.

Cuando nos estábamos por ir, mi padre preguntó si alguno quería “ir al baño” antes de volver. Nadie dijo nada. Yo no tenía ganas, pero cuando mi viejo dijo “bueno, yo sí, espérenme acá”, cambié de parecer debido al simple deseo que todo chico tiene de acompañar o imitar a su padre. Pero no reaccioné sino hasta que el hombre se había alejado. En ese momento, yo salí corriendo tras él pero evidentemente no me vio.

Yo lo seguía con la vista mientras se metía por detrás de una arboleda. Pero cual golpe inesperado por la retaguardia, todo dio vueltas y al llegar a la arboleda me encontré solo.

Nada por aquí, nadie por allá. Yo y los árboles.

No entendía. Miraba para donde según mis inexpertos cálculos tendría que haberse ido mi padre. Pero sólo había un alambrado debido al cual no era posible escabullirse rápidamente del lugar.

Mi desesperación iba en aumento. Llamaba a mi viejo y a mi familia. Pero nadie parecía escuchar. Luego de unos momentos, recurrí a la herramienta más poderosa que tiene un infante de esa edad. Llorar.

Curiosamente, no funcionó eso tampoco. O no inmediatamente. Me quedé en el lugar lamentándome. Quizás se irían sin mí, ese era mi mayor temor. “¡espérenme!” repetía a los gritos. Pero ya era muy difícil, las lágrimas me impedían ver con claridad y ya perdía las esperanzas.

Hasta que ocurrió lo que estuve esperando durante largo tiempo. Es la imagen más clara que tengo de ese día, seguramente por la inmensa sensación de satisfacción que significó. Y aunque seguía llorando y muerto de miedo, ver a mi madre con mi hermana en brazos al final del sendero que bordeaba la arboleda fue la fotografía magistral del alivio.

Realmente esa experiencia fue escalofriante para mí, infinitamente larga y angustiosa. Aunque todo mi relato y las horas que estuve perdido podrían ser coherentemente entendidas de otra manera totalmente distinta.

El niño fue tras su padre sin que éste se diera cuenta. El hombre salió caminando de entre los árboles y volvió al auto con su familia. Faltaba su hijo. “¿Dónde está?” preguntó. “Te siguió cuando te fuiste, ¿no está con vos?”, “no, no lo vi”. La madre propuso “vos poné en marcha el auto, voy a fijarme”. La mujer caminó por el sendero y allí encontró a su hijo llorando.

Pánico nocturno

Por: Dolores Díaz de Maura


Era el 23 de Septiembre del 2005, la primavera se presentaba con un sol radiante y más de alguna flor buscaba asomar de su pimpollo.

Los chicos del noveno año de la escuela Nº 3 de Tierra del Fuego no dudaron un instante en festejar el fin del invierno y el tan próximo cierre del año. Así fue que, esa misma mañana, pasadas las 8:00, los 28 alumnos estaban agrupados en la estación del tren que los llevaría a lo que ellos consideraban “el mejor día de sus vidas”.

¿El plan? Irse de campamento. ¿El objetivo? Mezcla de diversión, descanso y una serie de momentos inolvidables para guardar en la memoria.

El clima estaba de su lado, la brisa primaveral que se asomaba, los empujaba a partir al campamento lo más rápido posible. Así fue que, sin muchos preámbulos, y tras los saludos correspondientes, se decidieron a cargar los bolsos y subirse al tren que los acercaría a la diversión segura.

Cuando todos los pasajeros estuvieron ubicados, el maquinista dio la orden y el tren arrancó, dejando atrás a más de algún familiar emocionado saludando insistentemente. Un conjunto de euforia y excitación invadió a los chicos tras sentir los primeros pasos del vehículo.

De pronto, una voz se escuchó del fondo. “¡Juan Pablo!” fue el grito que salió de una de las alumnas al ver, a través de la ventanilla, que uno de los preceptores quedaba en la estación de tren. Vanos fueron los pedidos al chofer de que frenara el coche. “Es imposible. Debo llegar a destino en horario, si freno y vuelvo perdería mucho tiempo”, esas fueron las palabras del maquinista. La euforia del principio se mezclaba con la angustia de saber que el preceptor más compinche no iría con ellos y que la excursión, por ende, no sería la misma.

Tras algunas horas, donde no faltaron ni las risas ni las siestas, el viaje llegó a su fin. Laguna Verde los estaba esperando.

Armar la carpa fue el primer reto. Y si bien tardaron su tiempo, más tarde o más temprano, cada uno de los grupos resolvió la tarea.

Así, entre algún partido de fútbol, charlas y unos abundantes fideos con salsa, llegó la noche y, con ella, el juego más esperado por todos: La búsqueda del tesoro. ¿El objetivo? Encontrar las pistas sonoras que llevarían al gran premio final.

“Uno, dos, tres, ¡AHORA!” fue la señal que indicaba que el juego estaba comenzando y, con éste, la emoción de todos por resolver el misterio.

Matías integraba el grupo 6. Su equipo, formado por sus mejores amigos, funcionaba a la perfección. Habían encontrado tres de los seis objetivos e iban en busca del cuarto. “Es en dirección al bosque, cerca del río” fueron las indicaciones de uno de los miembros del grupo, quien aseguraba estar convencido de lo que decía. Sin cuestionar, hacia allí se dirigieron.

Cuanto más se acercaban al lugar indicado, más se oscurecía el espacio. Cada nuevo paso era un árbol más que tapaba la luz de la luna. Los sonidos no tardaron en llegar, producto de algún pájaro que abandonaba su nido o de las ramas de los árboles que caían sin previo aviso. Definitivamente no era esto lo que venía a las mentes de los chicos cuando escuchaban esos ruidos. En momentos como este, la imaginación y el miedo pueden jugarle a uno una muy mala pasada.

A fuerza de voluntad, coraje y más de algún apretón de brazos, los chicos continuaron caminando en busca de la cuarta pista. Cuando los árboles hubieron tapado la escasa luz que venía del cielo, las dos linternas que tenían eran la única esperanza en medio de esa oscuridad. Sin embargo, el alivio duró poco. Matías había olvidado llevar las pilas de repuesto y las linternas no tardaron en apagarse. Ahora sí, todo era propicio para que el mejor viaje de sus vidas se transformara en la mayor pesadilla.

Para empeorar, aún más, la situación que estaban viviendo, el sonido que los guiaba al encuentro con el preceptor de pronto desapareció. Así estaban los cinco chicos, perdidos en el medio de la oscuridad sin saber para dónde ir y sin luz que los alumbrara.

Los abrazos no tardaron en llegar, seguidos de alguna que otra lágrima de las chicas y el intento de valentía de los “hombres del grupo”. Definitivamente, eso no era lo que esperaban de su viaje.

Cuando el miedo se transformaba en costumbre, decidieron caminar buscando una “salida”. De seguro, no fue la mejor opción. A pocos minutos de caminata, la figura de La Parca se les hizo presente y acabó con todas las esperanzas de salir vivos de ese lugar. ¿Qué hacer? ¿A dónde ir? Los chicos sólo atinaron a correr, correr sin importar lo que dejaban atrás ni lo que les esperaba delante.

Tras gritos desesperados llegaron al campamento y por más que intentaron explicar lo sucedido nadie les creyó ni una palabra.

Ya dentro de la carpa y apenas un poco más calmados intentaron convencerse de que quien se les había aparecido era alguno de los preceptores. Hipótesis que cayó por la borda al darse cuenta de que el único que no estaba rondando el campamento había quedado varado en la estación de tren.

A pocos minutos de comenzado el debate, la lluvia se hizo presente. Las gotas pegando sobre el techo de la carpa, junto con más de una rama, no ayudaban al temor, todavía latente, de los chicos. Los rostros se transformaban, el miedo volvía a aparecer. El viento ayudaba con su música y las sombras de los árboles se transformaban en temibles criaturas.

Cuando consideraron que ya no había más que hacer, Matías tomó valor y decidió salir a ver qué era lo que les provocaba tanto pánico y, grande fue su sorpresa al ver, nuevamente, a la figura de La Parca mirándolo fijamente. Así como hubo abierto la carpa, la volvió a cerrar, para informarles a sus amigos lo que acababa de ver.

Ya nada podía ser peor. Ese fue el pensamiento que tuvieron, cuando decidieron salir, enfrentar a ese sujeto y terminar con aquella pesadilla, aunque les costara caro.

Los hombres salieron primeros armados con las pocas cosas útiles que encontraron en la carpa para defenderse.

Tras correr aceleradamente durante largos minutos, lograron atrapar al causante del temor de esa noche. Cuando lo tuvieron entre sus manos, le quitaron la capucha que cubría su rostro y, una mezcla de sorpresa, odio y risas invadió sus rostros.

La persona que había logrado generarles tanto miedo, había sido nada más y nada menos que el tan amado preceptor que había quedado en la estación (o al menos eso era lo que ellos pensaban). Preceptor que, por cierto, seguramente dejaría de ser tan adorado.