sábado, 30 de octubre de 2010

De la existencia del corazón de piedra. Capítulo I

“Tiene el corazón de piedra”, eso se dice de las personas que no muestran sus sentimientos, que los esconden, o que no se conmueven por nada. Por lo tanto, podemos deducir que casi siempre este término es utilizado de forma negativa. Pero, partamos de la base, ¿Se puede tener el corazón de piedra? Y en el caso de que se pueda, ¿es eso malo? Veamos los hechos:

1- Se ha corroborado que aquellas personas que no se conmueven con nada, generalmente caminan cabizbajos, con la mirada al suelo y la espalda encorvada. ¿Por qué es esto? Se podría pensar tranquilamente que esto se debe al peso del corazón, que hace presión por la ley de la gravedad, tirando el cuerpo hacia el centro de la tierra, dejando a la persona con esa característica posición encorvada.

2- A la vez, contados estudiantes de medicina, científicos especializados en la anatomía humana, y médicos recibidos, han decretado enérgica y concluyentemente, que el corazón es un órgano musculoso y cónico que funciona como una bomba, llevando la sangre hacia todo el cuerpo, por medio de las venas. Y que por lo tanto, no puede ser ni duro, ni de piedra.

Entonces, ¿Qué debemos pensar de la frase “tiene el corazón de piedra”? ¿Son puras patrañas o está fundamentada sobre algún argumento válido?

Personalmente, creo haber conocido varias personas con el corazón de piedra. Por lo tanto, no me conformé con la terminante respuesta de los mencionados en el punto 2, y me obsesioné con el tema del corazón al punto de no poder dormir por ello.

Comencé una exhaustiva investigación. Encontré que se puede hablar de varios tipos de corazones, no solo el de piedra. También está el de arcilla, el de vidrio, carbón, plomo y hasta el de barro. Igualmente me quise concentrar en el corazón de piedra, que era el que me desvelaba hacía meses.

Pasé horas y horas clasificando corazones, haciendo gráficos, estadísticas y demás. Después de un tiempo pude realizar una primera afirmación: que efectivamente los corazones de piedra existen, y que además, se puede notar de qué tipo de piedra son. Así, puedo nombrar acertadamente los siguientes corazones de piedra: el corazón de piedra de mármol (más frío que los otros); de cuarzo (se pueden transformar en arcilla y vidrio transparente, pero se necesita de tiempo y paciencia); de roca energética (tienen más energía que los demás, valga la redundancia); de roca volcánica (se caracterizan por ser fogosos e impulsivos); de turmalina negra (un corazón inmune a la envidia). Existen muchos tipos más de corazones de piedra, pero con los que ya nombré puedo pasar a exclamar una segunda afirmación: tener un corazón de piedra no es siempre malo, y no se debe reducir el término a personas que no se conmueven con nada.

Tener un corazón de piedra puede ser muy bueno. Por ejemplo, tener un corazón de roca energética puede resultar muy provechoso en la vida. O si uno es muy exitoso, un corazón de turmalina negra es ideal. También está la afinidad existente entre el corazón de mármol y el de roca volcánica. En una relación amorosa, el contraste entre frío y fuego puede ser excelente. Existen varias combinaciones de corazones de piedra que funcionan a la perfección. Pero la clasificación de éstas la dejaré para otro capítulo, el cual escribiré algún día entre hoy, y el día en que mi corazón de piedra se haga añicos.


Soledad Salazar

Cae el sol

¡Cae el sol, cae el sol!, gritaban los niños mientras sus espantadas madres miraban al cielo con ojos desorbitados. ¡Cae el sol, cae el sol!, exclamaban las viejitas en las veredas, emocionadas por tener un tema interesante para chismear. Algún que otro distraído miraba su reloj, que marcaba obstinado las diez de la mañana.

Seis horas tardó el sol en desaparecer por el horizonte. Fue el anochecer más largo de la historia, y fue el último. Por supuesto, al otro lado del mundo dormían tranquilos, sin saber que cuando despertaran, descubrirían que el amanecer no llegaría nunca, y que vivirían en una noche eterna.

Soledad Salazar

Son risas

Estaba desesperado, ella se moría de risa y no podía hacer nada para evitarlo. Intenté de todo, películas dramáticas, canciones tristes, pero nada funcionaba.

Tres días agonizó en su risa, hasta que un día dejó de reír.

Soledad Salazar

Instrucciones para respirar

Para respirar usted debe, en primera instancia, liberar de toda obstrucción los orificios de la nariz y la boca. Una vez hecho esto, tendrá que realizar un movimiento de apertura (o expansión) del diafragma, el cual permitirá la entrada de aire por los ya citados orificios nasales. A éste movimiento lo llamaremos “inhalar”.

Usted podrá notar cómo las costillas se separan, dejando a la vista un abdomen inflado. Procure que el aire inhalado no sea ni mucho, ni poco. Una vez realizado el primer proceso (el de inhalar), el aire quedará alojado en sus pulmones. Deberá entonces apresurarse para dar el siguiente paso, pues si el intervalo entre las dos operaciones se prolonga más de la cuenta, podría usted morir.

El segundo paso podría definirse como lo opuesto al primero. Usted deberá realizar otro movimiento de diafragma, contrayéndolo. Esta contracción permitirá que el aire se deslice nuevamente, pero esta vez para salir despedido por el orificio ubicado debajo de los nasales. Podrá entonces notar como sus costillas vuelven al lugar donde estaban al inicio del proceso, y como su abdomen se aplana suavemente. A este movimiento lo denominaremos “exhalar”.

Luego de realizar ambos movimientos, usted deberá repetirlos todo el tiempo y todos los días de su vida.

Aclaración: Se recomienda no pensar que el hecho de realizar este proceso (el de respirar) significa que está usted “vivo”. Pues es un concepto erróneo, que lo puede llevar a tener un falso y efímero sentimiento de felicidad. Bien se puede estar muerto y respirar, o sentirse plenamente vivo en algún momento que requiera contener la respiración. Para más información sobre las maneras para estar vivo, puede usted dirigirse al libro Instrucciones para Ser, de “La cátedra 22” y consultar sus diferentes puntos.

Soledad Salazar

jueves, 14 de octubre de 2010

Nieve roja.

Era una fría noche de Julio. Una tormenta de nieve atravesaba la ciudad. El silencio predominaba en el ambiente. En la calle, ni una sola alma. Yo acababa de acostarme en mi cama para dormir luego de un largo día de trabajo. Junto a mí se encontraba la última edición de El Gráfico. Mientras estaba leyendo, comencé a escuchar ruidos de sirenas acercándose a mi vivienda. Como yo vivo a pocas cuadras del cuartel de bomberos ubicado en la calle Magallanes, ese sonido me era familiar. Sin embargo, me levanté de mi cama y fui hacia la cocina para observar qué sucedía. Ni bien corrí las cortinas, vi la casa de enfrente envuelta en llamas. A pesar de la nieve que caía, el fuego cada vez cobraba más fuerza y arrasaba con la vivienda. Muy a mi pesar, decidí ponerme el uniforme y colaborar con mis compañeros armando un corralito frente a la zona en la que los bomberos debían trabajar para apagar las llamas. Cuando ellos me vieron, comenzaron a reírse en mi cara.

- ¡Miren muchachos quién se cayó de la cama para darnos una mano! Jajaja Disculpanos si hicimos mucho ruido con las sirenas, jajaja

Yo no les respondí.

Una vez finalizado el trabajo de los bomberos, era tiempo de realizar las pericias a la casa incendiada. Ahora debía abocarme a esa tarea. Junto con mi compañero de oficina comenzamos a caminar por entre la madera quemada, enfrentándonos a la nevada incesante. Las condiciones climáticas hacían difícil el rastrillaje de la zona y, por esta razón, debíamos sacar nieve de los escombros constantemente. Mientras nos encontrábamos en la parte delantera de la vivienda, otros compañeros se encontraban en los fondos con los perros de búsqueda.

Ya había pasado media hora y no teníamos la certeza de por qué había comenzado el incendio. Yo sabía que la casa tenía un cartel de venta hacía bastante tiempo, por lo que nadie la habitaba y se trataba de una desgracia con suerte. Hasta ese momento, el dueño de la vivienda no se había acercado al lugar.

Cuando comenzamos con la segunda ronda de peritajes, los perros empezaron a ladrar. Nos acercamos al lugar señalado, retiramos las chapas que se habían caído del techo y encontramos un cadáver.

La noticia conmovió a la ciudad. Era la primera vez que sucedía un hecho de esas características. Los resultados de la autopsia indicaban que Nicolás Pérez había sido asesinado de 3 balazos en el tórax. Era evidente que no se trataba de una simple casualidad haber encontrado el cuerpo asesinado de una persona en una casa incendiada. Por esta razón comencé a investigar el caso. Muy a mi pesar, siempre estaba más tiempo encerrado en una oficina que contemplando las maravillas naturales que la ciudad brinda con un simple abrir y cerrar de ojos.

Al día siguiente, lo primero que debía hacer era volver a la escena del crimen para realizar una nueva ronda de pericias. Este era un paso importante ya que no habíamos podido rastrillar como correspondía el lugar donde habían ocurrido el incendio. El clima seguía frío y las montañas estaban cubiertas de nieve. Son estos los días en que las cumbres parecen cubrirse de polvo para hornear, brindando una vista espectacular.

Si bien todavía quedaban rastros de la nevada, pudimos observar mejor la zona incendiada ya que contábamos con la ayuda de la luz solar. El primer elemento que corroboró la teoría de un incendio intencional era un bidón de gasolina derretido. También encontramos, en los fondos del terreno, un maletín con pertenencias de Nicolás. Pensábamos que dicho descubrimiento nos brindaría algún indicio de la causa del asesinato y el posterior incendio de la casa. Pero no.

Las únicas pistas que teníamos eran que Pérez trabajaba en la Aduana de la ciudad, era soltero y había puesto su casa en venta. Hasta ahí nada extraño. Por esta razón decidimos dirigirnos a su lugar de trabajo para interrogar a sus compañeros y tratar de sacar algún testimonio que nos llevara a la resolución del caso.

Una vez en la Aduana, ubicada en la zona del puerto, a orillas de la bahía, comenzamos con nuestra tarea. Los empleados eran bastantes y tendríamos un largo día de trabajo

Luego de varias horas, no habíamos obtenido ningún dato que nos sirviera, ni siquiera encontramos ninguna ayuda al revisar el escritorio de Nicolás. Por esta razón, junto a mis compañeros decidimos retirarnos y dejar nuestros teléfonos por si alguien llegaba a recordar algo.

Esa misma noche, mientras cenaba, sonó mi teléfono. Era uno de los empleados de la Aduana que quería hablar conmigo. Me dijo que esa misma tarde no me había dicho nada por temor, pero que sabía algunas cosas de Nicolás que me serían útiles para saber quién lo había asesinado y por qué. Le pregunté su nombre, pero prefirió no decírmelo. Frente a esto, me ofrecí para acercarme hasta su vivienda y así charlar más tranquilos. Él aceptó y me dio su dirección. Era la segunda noche que tenía que interrumpir lo que estaba haciendo. En verdad no tenía muchas ganas de salir de la comodidad de mi casa, pero la investigación no estaba muy avanzada y por ello tenía que hacer un pequeño esfuerzo.

Me subí a mi auto y me dirigí al Barrio Ecológico. Por suerte, el lugar al que debía dirigirme era una “tribuna” natural de toda la ciudad: cada rincón de la bahía, cada luz del centro podía observarse desde allí. En un principio me costó llegar hasta el lugar de encuentro, ya que se había largado a nevar nuevamente y la calle empinada por la que debía acceder estaba anegada. Este debe ser el único punto en contra del barrio. Por ello tuve que buscar un camino alternativo, pasando por atrás del Colegio Polivalente de Arte. Cuando llegué a la vivienda de mi testigo, vi que la misma tenía las luces apagadas. Me pareció extraño ya que la oscuridad cubría la ciudad y todas las casas vecinas tenían alguna que otra luz prendida. Revise el papel donde había anotado la dirección y comprobé que no estaba equivocado. Abrí el portón y me acerqué a la puerta. Toque timbre y me puse a observar como la luz de la luna, escondida detrás de algunas nubes, iluminaba la bahía. Había parado de nevar de un instante para otro. El clima de Ushuaia es así. Siempre se dice que en la ciudad, uno puede vivir las cuatro estaciones del año en un día.

En la casa no me atendía nadie. Ya me estaba poniendo fastidioso, cuando una camioneta 4x4 pasó a toda velocidad por la calle y de la mismo salió una balacera infernal. Me tiré al piso y esperé un instante antes de levantarme. Mi testigo seguía sin abrir la puerta. Había caído en una trampa

Al día siguiente, informé lo sucedido a mis compañeros. Frente a mi comentario, noté que no se sorprendieron. Ellos también habían sido víctimas de amenazas telefónicas. Sin embargo, el único que había sido llevado a un punto de encuentro era yo. Supuse que esto sucedió porque soy quien lleva adelante la investigación por el asesinato de Nicolás. Sí, justo yo, el que se había mudado a la ciudad más austral del mundo para contemplar sus hermosos paisajes…

Todavía no sabía por donde empezar ya que carecía de pistas contundentes. Por ello decidí averiguar quien era el dueño de la casa a la que había sido llevado a través de un llamado anónimo. Ese era mi siguiente objetivo.

Me dirigí al Instituto Provincial de la Vivienda, ubicado a pocas cuadras del Paseo del Centenario. Allí pedí hablar con el encargado del área de títulos y escrituras. Le conté el caso y me facilitó el acceso al registro de propietarios de viviendas. Cuando ubicamos el legajo correspondiente, me encontré con la sorpresa de que el propietario de la vivienda era nada más y nada menos que Nicolás Pérez. A esta altura ya no había dudas que el caso estaba llevándome a un ambiente mafioso.

Al regresar a la comisaría, pregunté si el seguimiento de los llamados había tenido éxito, pero la respuesta fue negativa. Seguía sólo con lo que había ocurrido la noche del incendio. Por esta razón decidí volver a la Aduana para saber si algún empleado había recordado algo. El caso me estaba cansando.

Ya en la Aduana, interrogué personalmente a los mismos empleados que el día anterior. Si bien todos me volvieron a repetir lo mismo, encontré a un nuevo empleado, José Martínez, que había faltado ya que se encontraba engripado. Ni bien comencé a interrogarlo, comenzó a ponerse tenso. Él me informó que Nicolás solía juntarse con unos amigos a jugar al póker y en esas partidas realizaban apuestas de dinero en efectivo. Últimamente, Pérez se encontraba acosado por una serie de deudas y por ello había tenido que poner su casa en venta. Me dijo que sabía todos estos datos ya que Nicolás era su compañero de oficina y le había pedido plata para saldar su deuda, pero no sabía con quienes jugaba al póker.

La relación entre Nicolás y José era de simple compañerismo laboral y eso me jugaba en contra; pero a partir de este testimonio alcanzaba el primer paso en la investigación: saber la causa del asesinato de Pérez. Una vez finalizado el interrogatorio, José me pidió que reserve su identidad en la investigación ya que tenía miedo de que algo malo le sucediera.

Luego volví a mi lugar de trabajo. Tenía que comenzar a armar el rompecabezas del caso con la primera pieza que me había facilitado Martínez. Pasé la tarde encerrado en mi oficina sin lograr ningún resultado nuevo en la investigación. Me estaba enfrentando a un crimen perfecto. Los asesinos habían planificado todo y no se les había escapado ningún detalle…

Al otro día, me levanté más temprano de lo habitual y fui al trabajo.

- ¡Otra vez te caíste de la cama! Jajaja. ¡Estás comenzando a preocuparme por tu salud!

Luego de la broma de mi compañero, le pregunté si había surgido alguna novedad en el caso. Pero la respuesta seguía siendo la misma: no. Volví a encerrarme entre cuatro paredes y decidí continuar investigando otros casos que había postergado a partir del asesinato de Nicolás Pérez. Hasta ese momento ya había cumplido con todos mis deberes y, si no aparecía una pista lo antes posible, el caso quedaría impune.

Esa misma tarde, mi superior me indicó que debía realizar un allanamiento en una casa ubicada camino al Glaciar Martial. Estas son las tareas que me gustan hacer. Recorrer el camino sinuoso rodeado de árboles es uno de los paseos más hermosos de la ciudad. Pero lo mejor es la vista panorámica que se puede ver desde allí, digna de una postal turística.

Volvamos al allanamiento. El procedimiento se encuadraba dentro de la causa por narcotráfico que hacía meses se había iniciado. Es así que junto con mis compañeros nos subimos a los patrulleros y nos dirigimos al lugar indicado. Al llegar, el bosque estaba silencioso. Ni una sola mosca rondaba por el ambiente. Golpeamos la puerta de la vivienda pero nadie salió a abrirla. Por ello tuvimos que derribarla. Entramos, revisamos toda la casa de arriba abajo pero no encontramos lo que buscábamos.

Al volver a la comisaría, en la mesa de entrada me dijeron que había una persona esperándome en mi oficina. Abrí la puerta y encontré una silueta que me era familiar. Cuando la persona que me esperaba se dio vuelta, confirmé mis sospechas: era José Martínez. Lo saludé y le pregunté a qué se debía su visita. Él me comentó que, desde mi visita a la Aduana, había recibido amenazas constantes y tenía mucho miedo por lo que le llegara a pasar. Por esta razón encargué que fuera custodiado y le agradecí todo lo que estaba haciendo por el caso.

A partir de este testimonio, era evidente que el asesino se encontraba dentro de la Aduana. No era casualidad que tanto Martínez como yo fuimos víctimas de amenazas. Quien había matado a Pérez, encontraba en nosotros dos un obstáculo a eliminar para asegurar su impunidad.

Frente a todo lo sucedido, decidí volver a la Aduana con el objetivo de encontrar algún indicio que me llevara al autor de las amenazas y, por consiguiente, a uno de los autores del crimen. El problema era que no sabía por dónde empezar ya que todos eran sospechosos ante la carencia de pistas. Frente a esta situación, tuve que indagar que estaba haciendo cada uno la noche del incendio. La pericia del cuerpo de Pérez indicaba que él había sido asesinado media hora antes del incendio, por lo que había alguno de todos los empleados que en esos treinta minutos antes de iniciarse el incendio, no podría justificar su situación. Sin embargo, todos los testimonios fueron contundentes y sin vacilaciones, a excepción de uno… Luego de los interrogatorios en la Aduana, me dirigí a mi casa para descansar. El día siguiente sería clave para el destino del caso.

Al llegar a la comisaría, me dirigí a la oficina de mi superior para comentarle la conclusión a la que había llegado luego de varios días. Necesitaba corroborar si mi hipótesis estaba bien orientada con alguien de mayor experiencia. La respuesta fue satisfactoria pero carecía de pistas para comprometer al acusado.

Cuando salí de la oficina, decidí abandonar el caso. La verdad era que estaba cansado de buscar un asesino que había planificado cada detalle para no ser descubierto. Y no solo eso. Mi superior me daba un caso nuevo por cada día que pasaba. Mi trabajo se había tornado agotador y ahí adentro me estaban explotando Señor juez. Además yo había llegado a la isla para disfrutar de sus paisajes, pero me la pasaba más tiempo en una oficina que al aire libre.

Matías Schneider.

domingo, 3 de octubre de 2010

Democracia, militancia e incertidumbre.

Ya por Internet, en el blog de la cátedra, el profesor nos había avisado que, de contar con las condiciones mínimas el parcial se tomaría, y que luego de una reunión de la cátedra nos comentaría las novedades. Estábamos todos bastante alerta, y con un ojo en los apuntes y el otro en la pantalla de la computadora, porque como estaban las cosas ya no nos hubiera sorprendido el hecho de que pospusieran el examen de P.C.P.C. (Principales corrientes de pensamiento contemporáneo). La facultad estaba tomada, y más allá de todos los motivos, opiniones y justificaciones, lo cierto era que existía un cierto desorden organizativo que atentaba contra la tranquilidad y la confianza de encontrarse con que todas las cosas que valían para el día anterior, valieran también para el presente.

El día del examen, ya en Parque Centenario, con un dejo de recelo me aventuré a la entrada de la facultad. Me sumé a un grupo de compañeros de curso que esperaban al profesor e intentaban averiguar adónde teníamos que ir, preguntando a alguno de los tomadores, que sin conocerlos los trataba de “compañeros”. Luego de recibir la información deseada y antes de que pudiera arengarnos nos metimos en el edificio. Tuvimos esa típica charla de antes de los exámenes en la que intercambiamos nuestras experiencias de estudio con el mero objeto de sentirnos acompañados en los defectos, y después vimos a nuestro profesor que entraba en el aula nos reuniríamos.

Ya resignados entonces a tener el parcial nos dirigimos hacia dónde nos habían mandado. Esperamos a que llegara más gente y cuando hubo suficiente el profesor habló. Nos empezó a comentar lo que se había hablado durante la reunión de cátedra, en la que hubo opiniones encontradas con respecto a la toma. Estaban los que se posicionaban enteramente a favor de la toma, los que hacían hincapié en el tono político de la misma y no les hacía mucha gracia condicionar el ambiente de las clases por un reclamo ajeno, y los que estaban en una posición más bien neutra y rescataban aspectos negativos y positivos de la situación. Siempre me dio la impresión de que nuestro profesor se encontraba entre estos últimos. Pero más allá de todo, se abrió el debate cuando nos anunció que la cátedra por unanimidad solo pudo concluir en una cosa: que por ser la toma una decisión estudiantil, la toma de los parciales debía ser convalidada por los propios estudiantes.

Así que entonces se plantó un debate que se continuaría con una votación para definir si se tomaba el parcial o no. Debo reconocer que si bien yo consideraba que ya nada podía extrañarme, esto fue verdaderamente sorpresivo. Desde mi punto de vista personal, yo quería ya sacarme de encima este examen y la verdad que no veía ningún motivo para que no se tomara. Por supuesto, hubo quienes clamaban que no estaban dadas las condiciones “ideales” para rendir, y que la cursada se había visto condicionada por la toma. Lo cual no era para nada cierto, y eso fue lo que varios contestamos. La única clase que se perdió fue el día en que se desencadenó la toma, cuando el quilombo institucional alcanzó sus picos más altos. Debido a eso el parcial se pospuso una semana. Es decir que se recuperó esa clase perdida, en una jornada al aire libre, en el parque la cual, más allá de todo lo que se pueda criticar de dar una clase en otro lado que no sea un aula, en mi opinión fue una de las mejores del cuatrimestre a nivel de contenidos y de claridad. Otra chica acotó que no sabía a qué se refería el muchacho con “condiciones ideales para rendir”, dado que nunca en la vida se había dado tal situación.

Finalmente, luego de una discusión de varios minutos el profesor dispuso las cosas para votar, y casi por unanimidad se ratificó la toma del parcial.

Y así fue, se repartieron las hojas y se tomó el parcial. Cuando salí volví al ambiente de toma. Las barricadas en las puertas de las aulas, los pasillos vacíos, salvo por los muchachos revolucionarios del CECSo en la entrada y los de la UES en su eterno stand. Me dirigí a los baños y me crucé con un amigo que charlaba con un desconocido para mí. Después volví a mirar y me di cuenta que no charlaba, sino que escuchaba desinteresadamente un balbuceo inaudible de alguien al que conocía tanto como yo.

Cuando salí del baño, volví para donde estaba mi amigo. Seguía escuchando al desconocido poniendo cara de interesado. Acudí en su rescate y logré dilucidar algunas de las palabras que mencionaba el extraño en su ininteligible discurso. Tenía algo que ver con “las causas penales de algunos compañeros”, a los que la toma logró liberar. Cuando hizo una pausa para que preguntáramos o comentáramos algo, aprovechamos para despedirnos cortésmente.

Enrique Capdevielle

viernes, 1 de octubre de 2010

Los rascacielos

Los rascacielos son una especie vegetal, que podemos clasificar dentro de los árboles, pertenecientes a su vez, a la familia de los edificios. Crecen generalmente en los suelos asfaltados de las ciudades, producto del riego artificial a través de cloacas y cuidados permanentes, que debe realizar un jardinero especializado en edificios, conocido con el nombre de encargado, que lo riega todas las mañanas y cuida los detalles de este inmenso árbol con la misma dedicación que quienes cultivan bonsáis, pero con el objetivo opuesto.

Estos gigantes del reino de las plantas no proporcionan ningún fruto comestible, o que pueda emplearse para la medicina u otros usos, y su tala es muy costosa ya que son muy complicados de derribar. Sin embargo son considerados de gran beneficio para el ecosistema urbano.

En primer lugar, sirven de hábitat de distintas especies animales, como el ser humano y algunos insectos que se instalan en las cavidades existentes en el interior de del tronco. También es común hallar, en las pequeñas y uniformes ramas de forma rectangular, alineadas vertical y horizontalmente entre ellas, que algunos poseen, otras especies de plantas.

Pero el beneficio principal de los rascacielos es el de aliviar la picazón a los cielos, producida por los gases contaminantes del ambiente citadino, a los cuales el firmamento es alérgico.

En la actualidad, la cantidad de estos majestuosos árboles es cada vez mayor, siendo de tal importancia que han llegado a ser motivo de enfrentamientos bélicos.

El problema comenzó con la invención de un sistema moderno de tala, que permitiría utilizarlos para la industria maderera. Este sistema revolucionario creado en medio oriente, por medio de la utilización de aviones comerciales y leñadores suicidas, creó un grave conflicto con los Estados Unidos. Según explicó el ex - presidente norteamericano, tendría que ver con que una empresa afgana, comenzó la tala ilegal de rascacielos en la ciudad de Nueva York. Otros más osados sostienen que tan solo es una guerra por el dinero, y que EE.UU. pretende apoderarse de esta nueva y multimillonaria técnica de tala.



Agustin Ariztegui

Un acercamiento a la fauna parasitaria

Crónicas perdidas de los tiempos de la Fiebre del Oro, relatan un suceso particular, que de llegar a oídos antropológicos, aportaría nuevas razones a la distribución étnica de ciertas partes del mundo. Se trata de la persecución y caza de un parásito que sólo habita en las cabelleras humanas: el Rizos de Oro.

Todos hemos visto alguna cabeza blondamente rizada en el transcurrir de nuestras vidas, pero lo que no sospechamos es que esos rizos no están hechos del común material que también puebla nuestras cabezas. No, los llamados Rizos de Oro, presentan material aurífero en vez de la quitina que se encuentra regularmente en las cabelleras humanas. Es importante, sin embargo, recalcar que sólo aquellas cabelleras que presentan ondulaciones contienen el preciado material, aumentando su pureza y calidad con la ondulación del cabello, siendo los bucles lo más preciados de todos. No hay que dejarse engañar por gente astuta, que haciendo gala de su rubiosidad vende su lacio cabello a precio de oro.

Este curioso parásito es originario de los países nórdicos y de algunas regiones de las Islas Británicas, encontrando comunidades de número considerable en partes de Rusia y Europa del Este, dispersándose hacia el resto de Europa y algunas partes de America con las sucesivas migraciones.

Los Rizos de Oro, sin embargo, se encuentran en un severo riesgo de extinción en la actualidad. Esto se debe a un curioso defecto en su genética, por el cual al ser completamente removidos o rapados de la cabeza humana en donde se alojaban, no vuelven a desarrollar afinidad con su huésped y mueren, dejando paso al desarrollo de una cabellera humana regular. El rapado indiscriminado de los Rizos de Oro a partir del siglo XVII y pasando por diferentes etapas de intensidad, tuvo su punto cúspide durante la Fiebre del Oro americana, en donde la población de Rizos de Oro de ese país quedó prácticamente reducida a un mito. Algunas naciones, como Gran Bretaña o Alemania han legislado en contra del rapado indiscriminado de los Rizos de Oro, contribuyendo a la labor con un efectivo programa de desinformación acerca de su existencia. Este proceder ha arrojado resultados satisfactorios, al contrario de países como España o Italia, en donde campañas secretas destinadas a la captura de Rizos de Oro fueron llevadas a cabo por la Corona Española y el Vaticano durante décadas, diezmando a la población.

Estos datos resultan de vital importancia para la biología y la antropología, a partir de los cuales futuros estudios acerca de la simbiosis entre los seres humanos y ciertos parásitos podrían arrojar resultados revolucionarios.



Camila Verdugo

Rebaños celestiales

Las nubes son como corderos extraviados. Uno podría pensar que esta comparación es la obvia, dado el color y la textura de ambos seres. Pero en realidad basta con detenerse cinco minutos a mirar el cielo con atención para que el parecido salte a la vista. Y repito: no está en la apariencia, sino en la actitud.

Toda nube nace en un rebaño. Un rebaño que permanece unido todo el tiempo, a veces tan junto que todas esas nubes parecen un solo y enorme ser, lo que el conocimiento popular conoce en general como un nubón o nubarrón. A veces más distanciadas, pero siempre vigiladas por su pastor, comúnmente conocido como sol o febo, pastan cielo todo el día, y de noche Febo se va a dormir y las deja al cuidado del sereno. O más bien Serene, el verdadero nombre de su guardiana nocturna.

El problema de las nubes está en su pelaje. Tiene la extraña característica de ser muy extenso y flexible, pero muy poco denso. Esta falta de peso específico es lo que las hace vulnerables a los caprichos del viento, que aprovechando distracciones momentáneas de las nubes y su cuidador, las arrastra fuera del rebaño. Como el lobo a los corderos, claro está. Y así queda la nube, sola y librada a la suerte, vagando por un cielo que ya no tiene ganas de pastar. Y sola camina, perdida en ese prado inmenso y mirando hacia abajo de vez en cuando, y cada día ve un abajo diferente, y si se cruza con otras nubes, éstas no son sus hermanas por lo que no la quieren adoptar. Durante su solitaria travesía la nube va ensuciando su pulcro pelaje blanco, y cualquier observador un tanto atento podría notar cómo una nube se va manchando progresivamente, hasta quedar tan mugrienta que se vuelve gris. Sola y sucia, la nube llora solitaria, pero como el viento ama ver a las nubes sufrir, arrastra otras nubecillas extraviadas hacia el lugar donde ella se encuentra y así, todas juntas, comienzan a llorar. Lloran y lloran, a veces por sólo unos minutos, a veces por varios días seguidos; a veces con lágrimas gruesas que caen lentamente, a veces con lágrimas más finas que caen sin parar.

Pero una nube extraviada no está completamente perdida. Queda la esperanza de que alguno de sus pastores la vea, y para llamarla y distinguirla entre el nubarrón de nubes llorosas, lancen fuertes estrépitos, acompañados de luces relucientes para que ellas logren encontrarlos. Y si todo sale bien, y el viento distraído con alguna otra maldad no tiene tiempo de arruinar el reencuentro, nuestra nube se reúne finalmente con su pastor, y parten contentos a buscar al resto del rebaño. Las lágrimas de la nube limpiaron su pelaje, que está más blanco que nunca, y que además reluce con el brillo que Febo proyecta, feliz de haberse reencontrado con su pequeña nube perdida, como un pastor y su cordero.


Camila Verdugo