miércoles, 29 de septiembre de 2010

El cargador cargado

Lo que sucedió aquella noche, fue un hecho singular. Algo no corriente. Sin embargo era predecible, o por lo menos eso comunicó a la prensa el reconocido Profesor de Ingeniería veterinaria eléctrica, Roberto Centeno, especialista en cargadores, baterías y pilas domésticas de la Universidad de Buenos Aires.

“Cargador de celular ataca a su dueña” gritaba la primera plana de uno de los más prestigiosos diarios del país, y durante el resto de la semana los numerosos programas televisivos de investigación barata, llenaron la pantalla de informes acerca de estas violentas mascotas modernas. Al igual que la historia nos cuenta de numerosas tareas rurales realizadas con la ayuda de los animales, hoy es común el uso de estos pequeños y silenciosos “objetos”, como los llaman algunos insensibles, para ayudarnos en nuestra, cada vez más lujosa, vida diaria, que necesita imperiosamente de la posibilidad de comunicarnos cuando y donde sea. Es así que pasamos los días sobre exigiendo a estas extrañas criaturas de escaso tamaño y larga cola (por lo general, unas cuantas veces más que el resto de su cuerpo) que a través de sus dientes (dos o tres dependiendo la raza), succionan electricidad de las paredes y la depositan por medio de su cola en los distintos aparatos tecnológicos modernos, que van desde teléfonos celulares, computadoras portátiles, hasta cámaras de fotos o videograbadoras, reproductores de música o cualquier otro instrumento igualmente indispensable para la supervivencia humana.

Los escandalizados vecinos de Marta Guzmán, victima del rabioso cargador, deambularon por la TV argentina toda la semana, sin tanta repercusión, por supuesto, que las flamantes nuevas peleas de “Bailando por un sueño”, pero sí superando con creces, en cambio, a la que tuvieron las tomas de las distintas facultades de la UBA.

Y sí. Como dijeron los expertos en el tema, era predecible. Pero para los vecinos, la culpa era del cargador, y de Marta, por supuesto, que era tan inconciente como para tener en su casa uno de estos abominables bichos. En su cabeza no cabía la idea de que estos seres maravillosos, que soportan el abuso humano sin quejarse, en algún momento, en algún hogar, alguno de ellos reaccionará así.

Y claro, saturado por el trato recibido, el cargador clavó sus únicos dos dientes metálicos en la mano de la señora Guzmán, que tuvo que dirigirse inmediatamente al hospital, a curar su herida mano.

De cualquier manera, éste hecho poco ordinario (por ahora) es ya cosa olvidada. El domingo Boca volvió a ganar y Palermo hizo tres goles, y la historia del cargador con la paciencia colmada dejó de ser noticia.



Agustin Ariztegui

lunes, 27 de septiembre de 2010

Instrucciones para encender la luz

Si usted tiene el sistema tradicional de tecla o botón siga las siguientes instrucciones. En caso de poseer algún sistema menos usual como el encendido por medio de aplausos, perilla reguladora de intensidad, o si aún utiliza velas, o faroles a gas, este material le resultará incompatible.

En primer lugar es necesario verificar que todos los elementos necesarios estén correctamente instalados. Principalmente es necesario contar con una lamparita en su respectivo porta lámparas, con su instalación eléctrica correspondiente en buenas condiciones, y por supuesto la factura de la luz paga, o, en todo caso, alguna fuente generadora de energía propia.

Una vez verificado lo anteriormente mencionado, podemos proceder al encendido propiamente dicho. Coloque su dedo sobre la tecla de encendido/apagado (si bien puede ser cualquiera, suele resultar más cómodo utilizar el índice, también puede usar más de uno a la vez, aunque esto queda a gusto del usuario), y presione con suficiente fuerza como para inclinar la tecla al lado contrario, o en caso de ser un botón, como para que este se hunda. Es importante no realizar demasiada fuerza, o podría romper el botón o tecla. Otra cosa que es importante es que la luz se encuentre previamente apagada, de otra forma no conseguirá más que el efecto contrario al pretendido.

Si luego de realizar todo esto la luz no se enciende, puede ocurrir que la lámpara esté quemada. Cambié la lámpara por otra nueva, y vuelva a intentarlo.

Pero cuidado, es importante tener en mente siempre algunas precauciones. Se recomienda no encender descalzo, y aún menos estando mojado. ¡Si no se siguen estas recomendaciones, pone en peligro su vida! Más todavía si comete ambas faltas a la vez. Son conocidos los casos fatales producidos por descuidos de este tipo, con descargas eléctricas tan fuertes que han llegado a reducir cuerpos a cenizas. En otros casos más afortunados solo se reciben patadas que hacen volar al descuidado unos cuantos metros, aunque no siempre resultan ser afortunados, pues en oportunidades terminan golpeándose contra alguna pared o saliendo justo por una ventana de un piso catorce con el mismo resultado que con las descargas eléctricas extremas. Por último, menos conocidos pero no por eso menos reales, existen casos en que algunas personas se quedan pegadas, teniendo que vivir el resto de su vida con una tecla en el dedo.


Agustin Ariztegui

Instrucciones para mirar televisión

Es en realidad, lo más fácil del mundo. Respirar parece dificultoso si lo comparamos con la simple tarea de mirar televisión. Este perfecto aparato, maravilla de tecnología, llegó para darle un nuevo sentido a la cotidianeidad. Basta con sentarse cómodamente en nuestro sillón de preferencia, vaciar la mente de todo pensamiento y entregarse sin reservas a ese mundo por descubrir que la “caja mágica” nos ofrece.

Porque sí, en realidad toda la acción consiste en dos simples pasos: primero, debe uno relajarse en cualquier superficie horizontal, o cuasi horizontal que nos permita estar cómodos; segundo, presionar el pequeño botón rojo y voilá, estamos listos para olvidarnos del aburrimiento. Y es que la televisión es tan maravillosa que ni siquiera tenemos que tomar la decisión de “descubrir” lo que nos ofrece. Sólo basta con quedarnos allí, mansamente sentados esperando a que ella nos muestre lo que tiene para decir. Podemos quedarnos allí, entreteniéndonos con los contenidos, a veces soltar alguna risa, a veces fruncir el seño, hasta que alguien entra en la casa y mascullamos un saludo distraído; se cruza alguien en el camino y lo apartamos molestos; llega la hora de preparar la comida, pero lo posponemos en favor de ese programa “que ya termina”, hasta que algún grito nos sobresalta y nos damos cuenta del mundo alrededor. Pero la rutina se repite día a día, mes a mes, y cuando tocan el timbre, ya no sabemos de dónde proviene; los gritos se confunden con aquellos en la televisión; la noche y el sueño dejan de existir, puesto que el día es eterno en la tevé. Y así como es eterna nuestra vigilia, nosotros también nos sentimos eternos, como las personas que vemos frente a nosotros, que en un punto dejan de ser meras imágenes en una pantalla. Así nos damos cuenta de que estamos siendo descorteses, de que nunca les dirigimos la palabra a aquella gente que toda nuestra vida creímos que estaba tras un cristal, y cuando uno de ellos, sonriente, nos devuelve el saludo, finalmente nos sentimos en casa.

Entonces un día, cansados de tanta actividad, volvemos a presionar el botón rojo para relajarnos un rato y mirar la realidad. Hay que tener cuidado, sin embargo, porque como dicen en la tele: la realidad puede volverse adictiva si no se mide su uso.


Camila Verdugo

Instrucciones para decir la verdad

Antes que nada resulta necesario aclarar que el objeto con el que nos enfrentamos es de carácter muy taimado. Es importante no enfurecerlo mediante prácticas tales como el discurso rebuscado y vueltero, las mentiras piadosas (que son las más crueles) y la adjetivación innecesaria. La utilización de cualquiera de estos recursos sólo provocará que nuestra tarea se torne digna de un Hércules, puesto que la lapicera no querrá escribir. La verdad es clara, simple, y transparente como un cristal. No necesita de adjetivos que inútilmente intenten embellecerla, puesto que ya es hermosa. Y la verdabic lo sabe.

Para escribir una buena verdad, de esas que no ofenden, pero sí incomodan, debe sujetarse la lapicera por el talle, aproximadamente a unos tres centímetros de su boca. Sujetarla demasiado cerca nos haría parecer muy ansiosos; demasiado lejos, cautos en exceso. Luego, debe vaciarse la mente de todo pensamiento ficticio. Lo verosímil no tiene cabida en la dimensión de lo verdadero, por lo que también está prohibido pensar en cualquier obra de ficción, género distorsionador de la verdad por excelencia. Es inútil también reflexionar acerca de qué es la verdad. Para eso están los filósofos y epistemólogos, cuyas eternas discusiones son motivo de risas y burlas por parte de las verdabics. Resulta imperativo desencapuchar la lapicera antes de realizar las operaciones mencionadas.

Una vez despojada nuestra mente de todo pensamiento no verdadero, y una vez tomada la verdabic firmemente y con resolución, debe acercarse la lapicera al papel donde se escribirá (preferentemente de un blanco mate, ni muy opaco ni muy brillante, nunca amarillo) y dejar que el trazo fluya. Después de todo, una verdabic sabe cómo hacer su trabajo.


Camila Verdugo

Verdabic

Un día caminando por la calle una paloma me arrojó una lapicera Bic azul, que convenientemente servía para escribirle a mi tía acerca del crimen de Morón.

Llegué a casa y me puse a escribir plácidamente, feliz de haberme ahorrado el peso con cincuenta que costaba la Bic. En mis intentos por enflorecer la historia para hacerla más emocionante, decidí incluir algunos detalles que estrictamente no tenían tanto que ver con los hechos reales. Todo sea por el entretenimiento de mi tía.

Pero la lapicera me jugó una mala pasada: al momento de trazar las palabras “mentirosas” ésta se rebeló contra mi mano, ejerciendo una fuerza descomunal para evitar que continuase escribiendo. Y así nos entablamos en una pulseada desesperada: yo forcejeaba por mi versión sensacionalista, mientras que ella forcejeaba por la verdad. Debo confesar que primero me enfurecí ante el hecho de que un objeto ideado para servir al hombre intentara imponer su voluntad por sobre la mía, pero luego reflexioné y acepté la justa causa de la pobre lapicera, que lo único que quería lograr era que mi tía recibiera los hechos tal cual habían sucedido, que por más que resultaran aburridos, eran los hechos verdaderos al fin.



Bruno Volpe y Camila Verdugo

Contraindicaciones para anteojos

Abrir el estuche y tomar, en forma de pinza con los dedos índice y pulgar, la unión de las dos partes del objeto, que separa simétricamente, marco, lentes y patillas. Colocar lentamente sobre el rostro, precisamente frente a los ojos, apoyándolo sobre la nariz y acomodando los extremos, las patillas, sobre las orejas.

Con respecto al trabajo de los cristales, particularmente dependerá su graduación de la inocencia de su portador.

Hay distintos niveles. En los casos de cinco a diez, su médico de desconfianza recetará aquellos cristales que permitan observar el mundo con un nivel de realidad menor, donde la vida será distorsionada en mayor medida.

En caso contrario, donde la ingenuidad/inocencia sea menor, mayormente se recetará la graduación correspondiente a los niveles cero a cuatro, permitiendo que lo percibido contenga mayor correspondencia con la realidad.

En muy pocos casos las lentes son neutras, la mayoría de los portadores ruegan a sus médicos altas graduaciones para sus anteojos.


Ignacio Tedeschi y Agustin Ariztegui

Una mirada distinta

Salgo de la óptica de Carlos con mis nuevos lentes. No son unos lentes cualquiera. Ni bien me los pongo noto la diferencia. La calvicie de Carlos se hace más pronunciada, y su pálido tono de piel, ahora tiene un bronceado perfecto. No es que ahora vea mejor. Ahora veo distinto. Mi amigo Lucho me recomendó por experiencia personal, el uso de estas lentes, y luego de consultarlo con mi médico, finalmente hoy puedo ver con ellos otra realidad.

Es un día hermoso, el sol brilla en lo alto, sin embargo tengo mucho frío. Me pongo mi campera, y me dirijo a la parada del colectivo. Espero impaciente la llegada del 29. Tengo que encontrarme con mi novia y estoy atrasado. Por fin llega el colectivo. Subo, pago mi boleto. Observo con indignación a una mujer embarazada viajando de pie. A la pasada expreso mi indignación por la situación esperando que algún caballero ceda su asiento. Esto no ocurre, y para colmo la dama se ofende. Me mira como sin entender mi comentario, al igual que los hombres sentados.

Luego de un buen rato de viaje, observo preocupado mi reloj, pero para mi sorpresa y alivio, veo las agujas indicándome que estoy llegando temprano. Por la ventana veo calles y edificios que nunca antes había visto en tantos años de viajar en el 29.

Unos minutos más tarde, una joven me pregunta si me voy a sentar, y señala con su mano el asiento que se encuentra delante de mí. Como claramente observo a un anciano sentado en ese lugar, niego con la cabeza a la muchacha, quien se abre paso y se sienta en la falda del viejo, dejándome boquiabierto.

Harto de este viaje de locos, y con tantas ganas de ver a mi novia, veo por la ventanilla el bar donde habíamos acordado encontrarnos. Toco timbre, y desciendo apresurado. Al volver a ver mi reloj, noto que esos últimos minutos en el colectivo habían pasado volando, estaba llegando tardísimo.

Llego al bar y no encuentro a mi novia. Quizás se cansó de esperar. Observo a mi alrededor y la veo. Alejándose del bar por la vereda de enfrente. La miro y contento descubro que está más linda que nunca. Parece la protagonista de una película de Hollywood. Me fijo atento al semáforo. Tengo paso. Corro hacía la senda peatonal para alcanzarla. Apenas pongo ambos pies sobre el asfalto un auto me golpea y caigo sobre la calle con un dolor terrible. La gente se me acerca. Me rodea. Muchos curiosos y otros realmente preocupados.

Mi accidente llama la atención también de mi novia, que se acerca, pero parece no reconocerme. Un poco de sangre brota de mi ceja izquierda y cae sobre mi ojo. Un hombre me quita los anteojos, cuyos cristales se habían astillado.

Miro a mi alrededor y me doy cuenta que estoy en algún barrio que no conozco. Vuelvo la vista a mi novia, y ya no es ella, es otra. No parece ya un actriz Hollywoodense, y ni siquiera es mi novia, sino una completa extraña. Busco en mi bolsillo un pañuelo para limpiar la sangre, pero solo encuentro el boleto del 29, que para mi sorpresa, no era del 29, sino del 60.



Agustin Ariztegui

Miedo

Tengo la suerte de poder afirmar que en mi infancia el miedo no fue un sentimiento recurrente. Pero por supuesto, como todas las personas (porque el miedo forma parte de ser humano), lo he sentido. Sin embargo, la primera imagen que surge al tratar de invocar tan angustioso sentimiento no es tal vez la más obvia, de los robos que tuve que vivir en mi propia casa; sino otra, que ni siquiera tuvo que ver conmigo directamente: el fuego.

No recuerdo mi edad exacta, pero la estimo en 6 o 7 años. Era muy común que mi familia pasara los domingos en el departamento de mis abuelos paternos, en la Avenida Libertador. También era muy común que a la tarde subiera a la terraza, acompañada de algún mayor, para asomarme y ver los árboles desde arriba. Una tarde de domingo me encontró en esa misma terraza, como tantas otras, pero esta vez recuerdo notar algo extraño, un olor intenso que llamó mi atención y me hizo volver la mirada hacia arriba y ver con asombro el cielo manchado de negro. Recuerdo preguntarle a quien sea que haya estado conmigo en ese momento qué era esa nube de humo oscuro, espeso, interminable; por qué estaba ahí. Me contestaron que se trataba de un incendio.

Nunca había visto un incendio antes, por lo que la situación me llenó de curiosidad, y bajé corriendo desde la terraza hasta el departamento, y les avisé a todos lo que ocurría. Momentos después escuchamos el fuerte sonido de una sirena que se acercaba, y me dijeron que se trataba de los bomberos. Mi curiosidad ya no podía ser mayor, por lo que salimos todos del edificio para ver dónde estaba el dichoso incendio.

Como dije, nunca había visto un incendio antes. Mis ojos se abrieron como platos cuando llegamos a la vereda de enfrente de la casa de una de las calles aledañas, que estaba envuelta en humo negro. Algunas llamas salían de las ventanas y la casa entera irradiaba un calor amenazante que hacía que uno se mantuviera alejado. El camión de los bomberos cortaba la calle y ya se encontraban trabajando. Mi papá o mi mamá me tenía en brazos, en medio de un grupo de vecinos curiosos, y yo miraba y no dejaba de mirar, y recuerdo la angustia que me produjo ver el humo, el fuego, la madera que crujía. Pero no estaba angustiada por las personas, dinero o elementos valiosos que pudieran correr peligro, no. Me preocupaba lo que pudiera pasarle al jardín, a las plantas, pobrecitas, que no se quemen y recuerdo desear que se plantaran más árboles para que limpiaran el cielo de todo el humo feo que salía. Y que por favor no le pasara nada a los árboles.

Finalmente nos fuimos, y luego nos enteramos de que nadie había salido herido y que habían tardado unas horas en apagar el fuego por completo. Aún no encuentro explicaciones racionales que respondan al por qué de mi angustia en ese momento; sólo sé que durante muchos meses, cada vez que me quedaba a dormir en lo de mi abuela, soñaba con ascensores en llamas.

Todavía no se qué fue del jardín de la casa. O de los árboles.


Camila Verdugo

El árbol de los murciélagos

Encontrar algo que me haya dado miedo en la infancia me costó un buen tiempo, y aún así no lo pude hallar ciertamente. Me es muy difícil recordar el miedo verdadero que pude haber sentido muchísimas veces, ya que hoy lo siento tan lejos, que cualquier situación de esa índole me resulta complicado relacionarla con el miedo. Es por eso justamente, que mi historia no es precisamente de miedo.

Mi recuerdo comienza a esa edad que uno no es capaz de recordar, pero que más adelante, nuestros parientes se encargan de contarnos. Cuando yo era tan sólo un bebé, y vivía en el mismo edificio que ahora, pero nueve pisos más arriba, en un pequeño departamento del piso once, mientras dormía plácidamente, un murciélago ingresó por la ventana aterrando a mi madre.

Mi padre cuenta que atrapó al animalito con las cortinas, y agrega siempre que nunca vio un bicho con cara tan fea como ese.

Será esto que me contaron desde niño, lo que produjo que años más tarde, ya habiéndonos mudado al segundo piso, me mantuviera despabilado por un rato cada noche al irme a dormir.

Como dije en un principio, no creo que la situación deba ser caratulada como “de miedo”. La ventana del departamento daba, y aún da, a la calle, y había allí, y aún hay, un gran árbol. Recuerdo que me solía quedar despierto un buen rato, acostado en mi cama, mirando a través de las cortinas de la ventana las sombras de las hojas del árbol, que al moverse las ramas por el viento, parecían una bandada de murciélagos volando todos juntos. La verdad es que no era miedo realmente lo que sentía, pero siempre me quedaba mirando las sombras, pensando en la posibilidad de que alguna fuera un murciélago, hasta que decidía dejar de prestarles atención y dormirme.


Agustin Ariztegui

El buen policía

Todavía era de noche cuando llegué a su habitación, esto aún me lastima la conciencia, ya que de haber llegado unos momentos antes me habría visto cara a cara con el asesino. Su reloj de pulsera estaba roto y marcaba las 5.37 de la mañana, murió mientras la luna seguía alumbrando las calles, aunque sea unos minutos antes de que amanezca. El inspector general Fontaine tuvo serias dudas al asignarme este caso, todo porque yo conocía a la victima cuando estaba viva. En la policía tenemos ciertos códigos de los cuáles uno de ellos es evitar que los lazos personales se mezclen con el trabajo, pero Fontaine me conoce hace mucho tiempo y sabía que aunque no me asigne el caso yo me las habría ingeniado para investigarlo de todos modos. Prefirió darme el derecho de hacerlo por las buenas y sin inconvenientes. Al fin y al cabo soy un buen oficial que siempre cumple con su deber.

Martin era un amigo muy cercano de mi hermano, que conocí gracias a este último. Era una persona de hábitos no muy comunes, digamos raros, no de una manera sospechosa sino que se pasaba la mayor parte del día durmiendo y vivía por las noches, pero en mi cabeza no podía encontrar ninguna razón para que alguien estuviera interesado en matarlo. Trabajaba en una pequeña talabartería del centro que no debía recibir más de 3 clientes al día, tenía buena relación con su jefe y hasta donde yo sabía con su familia y amigos. Recuerdo que teníamos muchas cosas en común, nos gustaban prácticamente los mismos libros y películas, ambos simpatizábamos por Boca Juniors y nos gustaban más las morochas que las rubias. En fin, nada de lo que se me venía a la cabeza me llevaba a algún posible motivo de su muerte, por lo tanto vi que tenía que concentrarme más e investigar detenidamente el caso. Decidí averiguar que había sido de su vida en la última semana (que por cierto no tuve contacto alguno con él excepto una llamada de un minuto) y si podía sacar algún dato importante de la escena del crimen.

Encontramos su cuerpo tirado en el living, con un disparo mortal en la cabeza. Su reloj se debe haber roto en la caída, ya que por lo visto su cuerpo cayó sobre el brazo. La policía se enteró de su muerte por una llamada anónima, de una persona desesperada. Que la llamada haya sido anónima me pareció realmente muy extraño, por lo que deduje que el asesino seguramente la había efectuado, la razón de esto no la pude confirmar pero seguramente fue una movida estratégica para distraernos o simplemente por un fuerte cargo de conciencia.

El primero en llegar fue un oficial que de jueves a domingo patrulla esa cuadra, a 2 casas del edificio de Martín hay un bar muy concurrido y popular que requiere vigilancia, el segundo en llegar fui yo, que casualmente estaba circulando por la zona, venía de reconocer un cadáver en la morgue (un accidente de autos, una niña falleció, muy triste, no lo merecía). La única pista concreta era la bala de magnum 42 que retiraron los médicos de su cabeza. La teoría del suicidio fue la primera en ser descartada, no había armas en la casa y la posición final del cuerpo hacía imposible que Martín sea su propio asesino. Lo más llamativo era la desaparición de su documentación, dimos vuelta la casa sin encontrarla. Conociendo a Tincho la pudo haber perdido hace meses en cualquier lugar de la ciudad, sin embargo me llamaba la atención. En el departamento la entrada estaba intacta, por lo que deduje que el asesino contaba con la confianza de Martin o bien tenia directamente una llave, lo cual era dudoso. Me estaba enfrentando a una gran mente criminal o bien con alguien que se movía dentro del círculo de conocidos de Martin, alguien oculto debajo de mi nariz.

Como ya mencioné anteriormente, la última vez que tuve noticias del asesinado fue hace unos días, con la breve llamada. Estoy empezando a pensar que esa llamada fue de vital importancia para el caso. Me llamó por la tarde, estaba muy acelerado y emocionado. Simplemente dijo: Me voy a Inglaterra, todavía no lo puedo creer, en persona te cuento bien, pasate dentro de dos días por casa a tomar unos mates adiós. Cortó al instante sin darme chance de contestarle. Sentí un gran enojo hacía Martin, llamarme de esa manera para contarme algo tan importante pero no me dejo ni hablar, además de que se había robado mi idea, sí, era mi idea hacer un viaje para conocer Inglaterra, una cultura que yo siempre admiré y se lo hice saber a Tincho, no sé para qué, me estoy arrepintiendo ahora. Él ya me había comentado que andaba con ganas de hacer un cambio en su vida, estaba aburrido de la monotonía de su aburrido trabajo y de las personas con las que compartía. Mencionó que quería hacer un cambio radical en su vida. Nunca me imaginé lo del viaje, además de que siempre andaba con ideas sueltas, de las cuales no cumplía ni la mitad, por lo que no le di mucha importancia.

Después de haber cortado con Martin llame rápidamente a mi hermano, para ver si sabía algo de lo que me había comentado nuestro amigo. Lo escuché bastante sorprendido por la noticia, no sabía nada del viaje, pero lo que sí me pudo comentar es que le parecía raro que no me haya invitado, ya que conocer las tierras británicas era mi gran sueño, y Martin lo sabía.

Fontaine me llamó al día y medio después de empezada la investigación, me preguntó si había averiguado algo. Le expliqué lo del viaje a Inglaterra y mi teoría de que ese viaje era lo único que no me cerraba del caso, que seguramente tenía alguna relación con el asesinato. Después de describirle la situación general decidí comentarle a quienes tenía como sospechosos. No sé bien porque le dije lo que le dije, pero le comenté que tenía dos posibles asesinos. El primero era mi hermano, por ser una de las personas enteradas del viaje, naturalmente el otro sospechoso era yo. Me dijo que estaba diciendo tonterías, que cometió un gran error al darme el caso desde un principio. Sin embargo sé que llamé su atención. Conociéndolo desde hace años se lo que hará. Por precaución me vigilará a mí y a mi hermano, y revisará nuestros respectivos hogares.

No me debe quedar mucho tiempo, seguro ya revisaron la casa de mi hermano por lo que voy a ir cerrando esta carta. Durante los dos días que tuve entre que recibí la llamada de Martín y lo fui a visitar a su casa no pude dejar de pensar lo injusta que era la vida. Yo que trabajo todos los días como un burro, trabajando en casos horribles que no me dejan dormir, y para colmo por un salario de cuarta, mientras que Martin vivía a contramano del mundo, acomodado por su familia en un trabajo que no le exigía ni 6 horas diarias. El tenía la posibilidad única de hacer un viaje, y no solo un viaje sino que cuando lo vi cara a cara me contó que se mudaría para allá, que una tía suya le daría trabajo y un techo. Ni bien escuche eso perdí el control. Soy policía y cumplí con mí deber, pero no con la ley, tan solo quise terminar con un acto de injusticia. Al lado de esta carta encontraran una magnum 42, con el cargador casi lleno, le faltarán dos balas. También encontrarán un pasaje de ida a Londres con documentación falsificada. Pensé en usar el pasaje pero recordé nuevamente que era policía, y debía cumplir con mi deber de acabar con el asesino.


Bruno Volpe

Al filo

Era una hermosa tarde de principios de septiembre, en esa época del año en que los rayos del sol comienzan a dar batalla al frío del invierno. Eva estaba terminando de secar los platos, lo que significaba que sus tareas del día habían terminado. No era necesario preparar la cena hoy, puesto que su marido se encontraba de viaje, y los chicos volverían tarde de la Universidad.

Estaba de muy buen humor. No había tenido que soportar largas colas en el mercado, la lluvia que había estado cayendo sin piedad desde la semana pasada había cedido, y la novela del mediodía había presentado un desenlace impresionante. Además, la tarde era ideal para acurrucarse con un libro en el sillón del living y darle un cierre perfecto a un día igualmente perfecto.

Hacía media hora que Eva estaba leyendo, y se encontraba totalmente compenetrada cuando tres fuertes chirridos del timbre la hicieron saltar del asiento. Molesta por la interrupción, y teniendo en cuenta que no estaba esperando a nadie, decidió tomarse su tiempo, y lentamente señaló la página que estaba leyendo, se calzó los zapatos y salió del living. Pero al llegar a la puerta, descubrió que no había nadie del otro lado. Decidió que no debía ser nada de importancia, puesto que de otro modo, la persona se hubiera quedado, o insistido.

Al día siguiente, mientras zurcía una camisa de su marido, volvieron a oírse los tres timbrados. Eva se dirigió hacia la puerta y por la mirilla divisó a un joven desconocido, de aspecto pulcro, si bien algo excesivamente prolijo, como una de esas personas obsesionadas con el orden. Aquel hombre le resultó levemente familiar, aunque no podía decir con exactitud si realmente lo había visto antes o no. Se disponía a abrir la puerta cuando el hombre se volvió a un lado, y Eva pudo ver, atemorizada, que tenía un cuchillo en sus manos. Inmediatamente se apartó de la puerta y fue corriendo hacia el living, donde se sentó en el sillón, presa de un temor intenso. ¿Qué podría llegar a querer de ella un hombre así? ¿Quería robarle? ¿secuestrarla? O tal vez, tal vez, estaba buscándola. Si no, no hubiera ido a su casa dos veces seguidas, y a la misma hora, incluso. Seguro que sabía que se encontraba sola, que su marido volvería tarde, que sus hijos se encontraban en la Universidad, y que su vida ahora era tranquila, que se encontraba indefensa. Lentamente se dirigió hacia la ventana del living, desde donde se puede ver la puerta de calle, y vio aliviada que el hombre ya no se encontraba allí.

Esa noche no le contó nada a su familia. Decidió que no valía la pena preocuparlos y durmió tranquila, convencida de que sólo estaba paranoica porque los tres timbrados le traían malos recuerdos. No había motivos para que hubiera una conexión, ya que, ¿a quién se le ocurriría buscarla aquí, de entre todos los lugares en el mundo?

Sin embargo, al día siguiente, Eva comenzó a sospechar. Durante el almuerzo, sus hijos le informaron que habían sido los ganadores de un viaje de estudios a Estados Unidos. Su alegría era inmensa, ya que la posibilidad de obtener la beca para el viaje era muy pequeña, y más aún que ambos la hubieran ganado. Eva disimuló su sorpresa con una sonrisa maternal. Al fin y al cabo, no era una mujer que creyera en las casualidades; una vida de inventar coincidencias y vueltas del destino la había hecho creyente devota de que todo, absolutamente todo, ocurre por una razón. Sus hijos partirían al día siguiente. Al parecer, un imprevisto había surgido con los pasajes, y el vuelo tuvo que ser adelantado. No tuvo más remedio que dejarlos ir.

Los tres timbrados volvieron al sonar al día siguiente, y Eva Miller empezaba a encontrar la situación extrañamente familiar. Un déjà vu que la tenía paralizada y le impedía pensar con claridad. Nuevamente, no atendió el llamado.

Cuando su esposo volvió a casa esa noche le informó que un negocio imprevisto había surgido en otra ciudad, y que debía viajar allí urgentemente. No supo explicarle bien de qué trataba el negocio, porque aparentemente ni él mismo sabía todos los detalles; sólo que era urgente y que una gran cantidad de dinero estaba involucrada. Cuando se quedó sola en la cama a la mañana siguiente, Eva Miller abrazó sus rodillas, y sintiéndose indefensa, lloró.

Los días pasaban y Eva recibía noticias de su esposo e hijos. Cuando le preguntaban cómo estaba, ella decía que nada nuevo había ocurrido, que seguía yendo al club a tomar el té con sus amigas todos los miércoles. Nada les contaba acerca del hombre que, persistentemente todos los días a las seis de la tarde llamaba a su puerta, con un cuchillo en la mano. A veces se iba rápidamente, como si algo lo apurara. Otras veces, se quedaba un tiempo contemplando la casa, como buscando algo en especial. En una oportunidad especialmente alarmante, Eva Miller lo vio estirarse, como cansado, mirando a un lado y luego al otro. Un auto pasó a buscarlo inmediatamente. Lo que había presenciado la dejó presa de un ataque histérico. Sólo ella y Kaz sabían lo que esa secuencia significaba. No le quedaría más que una semana.

Eva Miller no dormía, y cuando lo hacía, soñaba con amenazas, planes, secuestros y torturas. Con un mayordomo defendiendo las pertenencias de su ama. Con un collar de esmeraldas y un cuchillo de mango azul. Soñaba con Alaska, y soñaba con Kaz, y todo lo que eso implicaba.

Una semana había transcurrido desde el primer episodio, y ella no había abandonado la casa. La incertidumbre la aquejaba y le oprimía el pecho. No encontraba explicaciones a lo que estaba pasando; había tomado todos los recaudos posibles para no ser molestada nunca más. Se había esfumado como sólo ella sabía hacerlo, ya nada quedaba de si antigua vida, sólo el collar. Si ese hombre lo sabía, si había venido a buscarla con la esperanza de que cediera a la presión, ella no sería quien le daría el gusto. Amaba a su nueva familia y no iba a permitir que ni él ni nadie le quitara la vida soñada en las montañas que con tanto esfuerzo había logrado conseguir. Iba a ponerle un fin a todo esto, porque al fin y al cabo, si había podido hacerlo una vez, ¿por qué no una segunda?

Al día siguiente, Eva Miller había tomado su decisión. Esperó resuelta, sentada en el living, a que el hombre llegara. Pero pasaron diez, quince, treinta minutos. Luego una, dos, tres horas, y el timbre no sonaba; el hombre no daba señal alguna. Cuando ya había oscurecido, Eva Miller comenzó a reírse de su propia estupidez. ¿Cómo podría haber sido tan tonta? Nadie podría haberla seguido hasta este país tan lejano. Abrió la puerta de calle y salió entre carcajadas, como burlándose de ella misma y desafiando las circunstancias. La calle estaba desierta.

Se decidió a entrar nuevamente a la casa, para retomar su lectura de la semana pasada. Tal vez, en esta vida, las coincidencias eran realmente coincidencias. Nada tenía que estar condicionándolas. Pero antes de entrar nuevamente advirtió que había correspondencia en el buzón. Lo abrió y vio, con pavor, su propio cuchillo mango azul, el mismo que había utilizado en contra de ese joven mayordomo tantos años atrás, el mismo cuchillo que en ese mismo instante estaba sellando su destino. Estaba segura, no había error. Al fin y al cabo, ¿cuántas veces había puesto ella cuchillos en buzones, como para no estar consciente de su significado? Al amanecer del día siguiente, la banda la secuestraría, torturaría, y luego compartiría la misma suerte que muchos otros, que también habían cometido el error de desafiar a esas personas, pensando que se saldrían con la suya. Pero Eva no iba a darles esa satisfacción. No iba a dejar que se burlaran de ella mientras le hacían sólo Dios sabía qué. Sacando su revólver del bolsillo de su delantal de cocina, se lo puso en la sien y con la satisfacción de que nuevamente había frustrado los planes de la banda, apretó el gatillo.

El collar de esmeraldas alrededor de su cuello quedó cubierto de sangre una vez más, al igual que la nota detrás del buzón, que decía: Señora, estuve pasando todos los días luego del trabajo, pero no encontré a nadie. Quería devolverle el cuchillo de cocina que sus hijos me prestaron el fin de semana pasado. Se lo dejo en el buzón, a la espera de que lo encuentre. Saludos, Esteban.


Camila Verdugo

Amenazas peligrosas

Tras la puerta, podía escuchar como de costumbre, los ronquidos del Inspector Barrios. Era una mañana tranquila, con el frío habitual de una mañana de mediados de mayo. Golpeé la puerta, interrumpiendo el plácido sueño del inspector. Imaginé a Alejandro Barrios saltando sobre su asiento, y limpiándose algo de baba que colgaba de sus labios. Luego de despabilarse me hizo pasar.

-“¡Rápido, rápido! ¿Qué pasa ahora?”- me gritó Alejandro con esa voz mandona que lo caracterizaba mientras ingresaba lentamente a la habitación. –“¿Ya empezamos desde tan temprano con los crímenes?.

Continué avanzando en silencio y me senté en una silla enfrente a la cara gorda y bigotuda de Alejandro. Soy un tipo bastante tranquilo, pocas cosas me alteran, una de ellas, el modo de tratar a la gente que tiene el inspector, que aquella mañana parecía tan irritable como siempre. Sin embargo, después de cuatro años de trabajar juntos en la comisaría nº 35, ya me había acostumbrado.

Mientras pensaba por dónde empezar, observé durante unos segundos la redonda cara de Barrios, con esos grandes anteojos de sol de color verdoso que cubrían sus ojos. –“Sí, señor. Empezamos temprano, así es la Argentina, los criminales no descansan.”- le dije. - “Ni la policía” – me interrumpió él – “Nosotros tampoco descansamos nunca, por culpa de ellos por supuesto.” En ese momento me vinieron a la mente los ronquidos que atravesaban la puerta antes de entrar al cuarto, y no pude evitar soltar una pequeña risa. – “¿Le parece gracioso lo que digo, Espíndola? ” – preguntó Barrios enojado – “Porque yo lo dije muy enserio, eh...deje de hacerme perder el tiempo, y cuénteme porque interrumpió mi siest..., eh, mi... trabajo.

-“Bien.”- respondí con calma, aunque en realidad tenía ganas de ahorcarlo, y comencé a hablar –“Llamaron de una casa, hubo un asesinato. La víctima fue encontrada hace un rato, ya muerta, parece que era un músico. Lo encontró uno de los miembros de su banda, cuando él lo pasaba a buscar para ir a un estudio de grabación. Ya enviamos al oficial Valente con algunos hombres al lugar.”-

Demoró unos segundos pensando, si es que realmente este tipo es capaz de pensar, y finalmente respondió.

- “ Póngase a trabajar ya mismo Espíndola, lo quiero en el lugar lo antes posible. “ – ordenó. Me levanté inmediatamente, incliné ligeramente la cabeza dando señal de haber comprendido la orden a la perfección, y me retiré a paso veloz.

A pesar de la cercanía, decidí usar un patrullero para dirigirme a la escena del crimen. Allí me esperaba Joaquín Valente, un joven oficial despistado, amigable, con cara de bueno, siempre dispuesto a charlar.

En el lugar cercado por una cinta policial, que habían colocado Valente y otros oficiales temprano, se encontraba uno de ellos interrogando al compañero de banda que había llamado a la policía al encontrar al músico muerto, otros hablaban con los vecinos buscando a alguien que hubiera visto u oído algo. A un lado de la acción policial se hallaban algunos familiares de la víctima, llorando desconsolados, excepto por un señor alto que miraba con cara de enojo y amargura entremezclados, mientras un camarógrafo trataba de obtener una imagen conmovedora de ellos, y la conocida periodista del canal 5, Laura Nadal, introducía la nota. Por su parte Valente trataba de alejar a los curiosos, y a algunos pocos seguidores de la banda que se habían enterado por las noticias. En ese momento el oficial notó mi presencia. Joaquín se me acercó con cara seria, pero pocos centímetros antes de llegar a mí soltó una sonrisa simpática. Nuestra relación siempre fue buena, sin embargo nuestra amistad no pasaba más allá del horario de trabajo.

El oficial me explicó lo poco que había averiguado hasta el momento. La víctima se llamaba Marcos Delgado, y era el cantante y guitarrista de una banda local, “Los pasajeros”. Su compañero y amigo, Milton Pilsen, lo halló muerto a las siete menos diez aproximadamente, cuando lo pasaba a buscar con el auto para ir al estudio de grabación, donde tenían planeada una larga sesión ese día.

Milton tenía una gran amistad, con Marcos, por eso tenía un juego de llaves de la casa, que utilizaba cada vez que él se quedaba dormido. Marcos no tenía horarios, solía quedarse hasta cualquier hora leyendo, componiendo, o escuchando música, sin importarle que al otro día debiera levantarse temprano. Así se hizo normal que Milton entrara con su juego de llaves a la casa y lo tuviera que sacar en persona de la cama, el sofá o cualquier lugar de la casa donde Marcos terminaba quedándose dormido.

Marcos yacía en el suelo de la cocina, un lugar poco usual para quedarse dormido, pensó Milton al verlo. Y más extraño aún le pareció el puñal clavado en su pecho que observó segundos más tarde al acercarse al cuerpo de su amigo. Rápidamente corrió al teléfono y llamó a la policía. Cuando Valente llegó, Milton estaba con la cara pálida, sin comprender lo que ocurría. La casa estaba toda revuelta, había unos cuantos platos sucios en la pileta, ya que sus padres habían ido a cenar a su casa esa noche. Faltaban unas guitarras y una suma importante de dinero que Marcos estaba ahorrando para grabar su disco solista. – “ El revuelo y las cosas faltantes parecerían indicar que fue un simple robo, luego que sus padres se fueran bien entrada la noche, el o los ladrones ingresaron a la casa creyendo que los propietarios dormían, pero al encontrarlo despierto en la cocina tuvieron que matarlo” – concluyó Joaquín.

Estaba de acuerdo con el oficial, pero debía investigar un poco por mi cuenta, para estar seguro de no cometer ningún error que me pudiera costar el puesto.

Ya eran las doce del mediodía, el estómago me rugía después de haber estado todo el día sin comer nada, y en ese instante dos de los músicos restantes de la banda, hicieron su aparición en la casa de su amigo fallecido. Se me acercaron para preguntar los detalles de lo que había ocurrido. Luego de contarles todo lo que sabía al respecto del caso, les hice un breve interrogatorio. Por supuesto, ellos dijeron haber pasado la noche durmiendo cada uno en su respectiva casa (¿Y qué me iban a decir?¿Qué ellos lo habían matado?). Lo único que pude rescatar de lo dicho por los músicos, fue una fuerte discusión que habían tenido Marcos y Milton acerca de la falta de dedicación cada vez mayor de Marcos hacía la banda, que Milton relacionaba con el proyecto solista que ocupaba la mente de Marcos durante gran parte del día.

-“¿Sería esto una razón suficiente para que una persona mate a su amigo?” - pensé. No, no parecía suficiente, pero podía ser un rastro de una relación que no andaba tan bien como parecía, y Milton tenía llaves de la casa, lo que le hubiera permitido entrar sin problemas, de hecho el fue el primero en verlo muerto. Eran muchas coincidencias, que llevaban a generar sospechas.

Decidí ir inmediatamente a ver a Milton, para hacerle unas preguntas. Bueno, no tan inmediatamente. Primero pasé por la parrilla de Don Jorge para alimentarme. – “ Sé que debe estar muy dolido por la muerte de su amigo, pero necesito hacerle unas preguntas de rutina “ – expliqué a Pilsen para que no notara que él era sospechoso del caso.

- “ Ni se imagina lo que siento, dos amigos en unas semanas “ – contestó Milton secándose los ojos. – “¿Dos? “- pregunté sorprendido. Milton me contó que su amiga Nancy había sido atropellada por un auto la semana anterior. El conductor se había dado a la fuga. De repente sus palabras comenzaron a sonar como con eco y durante un buen tiempo permanecieron en mi cabeza rebotando. Pilsen me dijo que ella estaba saliendo con Marcos desde hacía años, pero a sus padres no les gustaba Nancy como novia para su hijo, y le exigieron a Marcos dejar de verla. Él se negó, pero al poco tiempo pensó que era mejor mantener la relación a escondidas de su familia para evitar discusiones que no llevaban a nada. También me comentó que el creía que el padre de Marcos los había visto juntos a pesar del intento de Marcos de mantener la relación oculta por lo que Nancy no se sentía cómoda.

-“ En fin, parece que la suerte estaba del lado de la familia de Marcos, que se sacó de encima un problema cuando Nancy murió.”-

Durante toda la conversación, la cara triste de Milton y sus ojos llorosos, me hicieron olvidar que estaba hablando con un sospechoso. Al reaccionar, me encargué de realizar el correspondiente interrogatorio.

Tras las preguntas que hice al sospechoso, la investigación volvió a la hipótesis original del robo. Milton vivía con su hermano, quien podría servirle de testigo de que pasó la noche durmiendo, si bien podría haberse fugado sin despertarlo. También aseguraba que el encargado del edificio, y unos vecinos lo habrían visto salir del edificio esa mañana para buscar a su amigo. Horas más tarde el oficial Valente iría a su casa para interrogar a los testigos. Tanto su hermano, como el encargado y los vecinos, confirmarían la versión de Pilsen.

Al día siguiente, el inspector Barrios me llamó para ponerse al tanto del caso. Le conté con lujo de detalle todo lo que habíamos averiguado sobre el caso, incluyendo la muerte de la novia de Marcos una semana antes, la discusión por su carrera como solista, razones por las cuales me resistía a cerrar el caso por el momento.

-“¡No fantasee Espíndola! ¡Es un robo! ¡Un robo y nada más!”- contestó furioso Alejandro, apenas terminé de hablar.

Traté de defender mi teoría de que algo raro había detrás del asunto, pero no tenía certezas de nada, hasta estaba bastante desorientado de lo que podía haber ocurrido y para colmo Barrios es terco como una mula. Terminé dejándome vencer por la fuerte personalidad de mi superior, que claro está, tendría la última palabra.

Obligado a cerrar el caso, me retiré hirviendo de impotencia. Pero mientras caminaba por los pasillos se me ocurrió una solución alternativa al enigma. Algo que se me había cruzado por la mente mientras Milton hablaba sobre la relación entre Nancy y la familia de Marcos. Sus padres habían estado esa noche cenando en su casa podrían haberlo matado y luego irse tranquilamente sin levantar sospechas. ¿Pero porqué? ¿Cuál podía ser el motivo para matar a su propio hijo? No encontraba respuestas y las necesitaba rápido, antes de que se cerrara el caso. No perdí un segundo más, y siguiendo a la primera idea que pasó por mi cabeza, esa que había estado haciéndome eco antes, fui a la casa de los padres de Marcos.

Eran las once de la mañana aproximadamente, cuando llegué al lugar. Toqué timbre y esperé impaciente, como si cada segundo que pasaba me alejara irreversiblemente de la resolución del crimen. Me pareció haber esperado una eternidad allí en la puerta, aunque en realidad fue tan sólo un minuto.

La puerta se abrió y salió una señora mayor, de apariencia dulce, con un rostro que reflejaba la angustia que sentía a kilómetros. –“¿Ella es mi sospechosa?¿La última posibilidad de encontrar un culpable cae en esta pobre señora dolorida por la muerte de su hijo?” – pensé desilusionado. No era la cara de un asesino, pero no podía confiarme.

La mujer me hizo pasar al interior de la vivienda. Me ofreció algo para beber, pero rechacé la oferta cordialmente. Su esposo había ido a trabajar a la pequeña empresa metalúrgica de la cual era dueño. Traté de que el interrogatorio no pareciera estar buscando en ella al culpable, la señora estaba muy dolida y no tenía realmente nada como para incriminarla, por lo que debía ser cauteloso.

Luego de un buen rato de conversación, seguía sin conseguir pista alguna sobre el asesino. La dama se pasó un buen rato contando historias de la infancia, la adolescencia y la corta adultez de su hijo muerto. Le pregunté acerca de la noche del homicidio, y la señora narró lenta y detalladamente desde el comienzo de aquel trágico día, hasta la despedida final luego de la cena en la casa. Era como si cada recuerdo de ese día le devolviera el alma, de solo pensar que su hijo aún vivía.

Al parecer había sido una cena tranquila, íntima, los tres solos, ya que hacía tiempo que no se veían de esa manera. Poco pude rescatar. Me llamó un poco la atención que no hubieran tocado el tema reciente de la muerte de Nancy, aunque no era tan extraño si es que la relación era desconocida por los padres, y en caso de que fuera cierta la sospecha de Milton de que el padre los habría visto juntos sería lógico que de cualquier manera hubieran evitado el tema. Lo que me llamó un poco más la atención fue la charla a solas que tuvieron padre e hijo en otra habitación, mientras la madre servía el postre. Ella no sabía de qué habían hablado, solo sabía que había unas cartas que su hijo había recibido que quería mostrar a su padre, no le interesó de quién eran y seguía sin interesarle. ¿Por qué era necesario hablar sin la presencia de la madre? ¿Le ocultaban algo? ¿Qué decían esas cartas y quién las había escrito?Todas estas preguntas pasaban por mi mente mientras la señora continuaba con su relato, que como todo relato de anciano se iba por las ramas cada dos por tres haciéndolo interminable. En la casa de Marcos la policía no había hallado cartas que estuvieran a mano. Interrumpí un momento a la mujer para preguntarle si su esposo se había llevado esas cartas. Ella contestó que no lo había visto llevarse las cartas, pero quizás las llevaba en el bolsillo de la campera.

-“O por ahí se las llevó cuando volvió por su celular más tarde. Apenas llegamos a casa mi marido recordó que había olvidado su celular, y lo necesitaba al otro día para cerrar unas ventas, así que volvió a casa de mi hijo a buscarlo, yo me quedé en casa, estaba muy cansada por lo que me fui a dormir. “- concluyó la señora.

Simplemente quedé atónito al escuchar esto último. Era la situación perfecta para asesinar a su hijo, y la razón, no cabía duda, estaba en las cartas. Ningún ladrón se hubiera llevado unas cartas. Y como éstas lo incriminarían en el asesinato, el padre de Marcos las retiró del lugar.

Pedí disculpas a la mujer, y le expliqué que era inminente registrar la casa y encontrar esas cartas, allí podría estar la resolución de este crimen. La madre de Marcos se sorprendió, pero enseguida comenzó a ayudarme en la búsqueda de las cartas. Ella quería atrapar al asesino de su hijo, y por eso se dispuso a dar vuelta la casa con tal de hallarlas.

Luego de un par de horas buscando, finalmente las cartas aparecieron. Parecían estar escondidas para no ser halladas, una mala decisión ya que el contenido de las cartas era una evidencia clara. Destruirlas hubiera sido ciertamente más inteligente.

Horas más tarde el padre de Marcos introdujo su llave en la cerradura, abrió la puerta, y se encontró con unos cuantos policías apuntándole con sus armas. No hubo resistencia, solo un llanto desconsolado. Sabía que si lo estaban esposando, las cartas que Nancy le había mandado a su hijo contándole acerca de la amenazas de muerte que él enviaba advirtiéndole a ella que dejara de salir con su hijo, habían sido descubiertas. No hubo ni que interrogarlo, por su cuenta comenzó a confesar su crimen, como desahogándose de la culpa de haber matado a su propio hijo.

-“Yo no pensaba matar a nadie”- empezó diciendo. Lo que en un principio era solo una técnica para alejar a la novia de su hijo de su vida, terminó siendo su condena. Él amenazaba a Nancy sólo para asustarla y que dejará a su hijo. Nancy asustada decidió avisarle a Marcos, antes de hacerlo a la policía. Marcos le habría explicado que su padre solo quería asustarla. Una semana más tarde Nancy estaba muerta. No había sido él, ni tenía nada que ver. Su hijo le mostró las cartas aquella noche para informarle a su padre que sabía lo de las amenazas, pero le prometió no decirle a la policía nada sobre ellas, pues no creía que él la hubiera matado. Su padre volvió a su casa, y en el camino no pudo dejar de pensar en la evidencia que su hijo poseía en su contra, y para asegurarse de que Marcos no entregara a la policía estas cartas, o llegaran a ella de alguna otra manera decidió regresar por ellas. Inventó la excusa del celular, que en realidad siempre permaneció en su bolsillo, y retornó a casa de Marcos. Una vez allí pidió a su hijo las cartas para destruirlas por las dudas de que por error llegaran a manos ajenas. Su hijo se negó, y le aseguró que permanecerían a salvo, y nadie las hallaría. Discutieron un rato en la cocina, forcejearon, y sin pensarlo dos veces tomó un cuchillo y lo clavó en el pecho de Marcos.

Desesperado, decidió hacer que pareciera un robo para despistar a la policía, tomo los ahorros de su hijo, algunas guitarras, y por su puesto las cartas, guardó todo en el auto, desordenó la casa, limpió las huellas del cuchillo, y se marchó. En el trayecto, se desvió hacía su taller metalúrgico, y escondió allí los instrumentos y el dinero de su hijo. Las cartas las llevó consigo a la casa. No pudo destruirlas, algo le impedía hacerlo, probablemente la culpa, así que optó por esconderlas.

Ese fue el error que le costó la libertad, si bien ya había perdido el sueño, recordando cada noche el cuerpo de Marcos ensangrentado en el piso frío de la cocina.

Esa misma noche, entré a la oficina de Alejandro Barrios, pero ya no con la cabeza gacha y los nervios alterados, sino con la cabeza alta, tranquilo y con una gran sonrisa orgullosa en mi rostro.


Agustin Ariztegui

domingo, 26 de septiembre de 2010

El lugar de las cosas.

Aquel día fue la última vez que al entrar a su hogar suspiró aliviado.

Allí estaba como siempre, desfachatada y llena de vida. Se acercó y la rodeo con sus brazos. Le agradeció por lo bien que había estado a la noche. “Realmente anoche te luciste, hermosa” le dijo en voz baja como si entendiera sus palabras. Y le pidió perdón por el accidente que tuvo la mina con la que cenó. “Muy torpe resultó ser. Te juro que cuando volcó el vino sobre ti no dudé en pedirle que se vaya.” Le comentó enfadado mientras juntaba todo lo que había dejado la noche anterior sobre ella. Apretó las cosas que sujetaba con sus manos y brazos a su pecho, se fue levantando teniendo cuidado de que nada se cayera. Llevó la vajilla a la cocina, más precisamente la metió en la pileta para luego lavarla. Volvió al estar, se arrodilló y la acarició con ternura.

Desde que estaba viviendo solo era su mejor compañía. No importaba si él se ausentaba algunos días, la mesita ratona jamás saldría corriendo de su vida. Distinto a tantas mujeres y amigos que pasaron por su vida, tanta gente a la que quiso que lo dejó sin aviso. Eso lo hacia sentirse confiado, seguro. En todo momento la tendría si él la cuidaba como era debido.

Le pasaba un trapo húmedo a diario, incluso, de vez en cuando, la lustraba con un producto especial para madera aunque sentía que la dejaba media pegajosa. Además de los cuidados básicos que le brindaba compartía muchos ratos de diversión. No sólo recibían visitas, sino que estando solos él miraba televisión, jugaba al solitario, usaba la notebook, desayunaba y cenaba con ella. También estaban esos días en los que sólo ella podía estar con él. Días en lo que debía estudiar o adelantar trabajo en la casa.

Cuando miraban los partidos los días sábados el llevaba en una bandeja una picada para uno y una cerveza helada, lo colocaba sobre la mesita del lado derecho, así le quedaba todo el lado izquierdo para apoyar las piernas. La imagen era la siguiente: él sentado muy cómodo en el sillón con sus piernas estiradas, una picada y una cerveza sobre la pobre mesa.
Había notado que las patas no daban más, estaba deteriorada y vieja. Él era el nieto de una dulce mujer a la que fue entregada como regalo de bodas. Un joven que no comprendía que las piernas no deben colocarse sobre los muebles, que por algo existen los portavasos, y que más allá de la limpieza hay marcas y rayones que jamás se irán una vez hechos.

Para él la mesita ratona era lo único de valor en el departamento. Más que nada porque era lo más útil que existía, era multiuso. Él no tenía mesa de comedor, la tenía a ella. Era la pieza central del living, las luces estaban colocadas sobre ella, el sillón y sillas con apoyabrazos la rodeaban, incluso la televisión y el equipo de audio estaban colocados en su dirección. Todo estaba estratégicamente colocado a su alrededor.
Lo curioso es que ciertos objetos resultaban tan centrales como la mesita. El control remoto de la TV, el cenicero y un platón de cerámica con unas esferas de mimbre estaban siempre sobre ella. Por lo tanto compartía importancia y lugar con ellos y aún así no lo dejaba. Y aquí se vio la diferencia con los humanos. Por lo general quieren ser lo único en la vida del otro, cosa que es imposible. Demasiadas cosas forman una vida. Las personas pretenden ser el centro atención absoluta. Lo importante en la vida compartida es saber que el lugar que cada uno ocupa es irremplazable más allá de todo.

Ese día llegó una mesa con sillas para seis personas, él dividió el living del comedor. La mesita, a pesar de haber pasado a segundo plano, siguió formando parte de su vida...

Marina Tschiffely


Collage de poesías

Sucede que me canso de ser hombre,

todas mis ansias y afrentas.

son naturalmente

Un miedo cerval a mostrarme triste,

porque la tristeza, la vera tristeza, está degenerada,

Sucede que me canso de ser hombre,

De río mar o de montaña

Cayendo de universo en el universo

En la última pupila

La flor se comerá a la abeja

y se ensaya en el amor.



Margarita Bouquet

Cartas de amor ridículas

En la tristeza definitiva del corredor
De una casa de departamentos
Tú me sufres, tú aposentas
Más no el mago que apaga y enciende
En tu regazo amoroso.

Sufro como una bestia y esta tarde y siempre
Muy lejos de las manos de la tierra
Quién me diera el tiempo en que escribía
No serían cartas de amor si no fuesen ridículas.




Juliana Barnech y Camila Verdugo