miércoles, 9 de junio de 2010

Un nosotros que no es nuestro

Vidrio pintado, arena fundida, botella soplada… las casas están llenas de eso. Antes los tenían los indios y momentos antes de que ellos los tuvieran, los habían tenido los colonos. A sus espaldas, a mis espaldas, a tus espaldas hay espejos. Espejos que reflejan nuestras espaldas: espejos y reflejos.

Los espejos nos reflejan, lo hacen por sí solos. Nosotros podemos querer que dejen de hacerlo, pero los espejos nos continuarán reflejando. ¿Cuántas veces un sujeto desea no ver su propio rostro? ¿Quién no ha querido no tener que enfrentarse a sí mismo? Pero siempre se hallará ahí, mirándolo de frente, ese usted al cual usted seguramente evadía. Ese ser feo, de mirada taciturna y cabellos alborotados. Él no es usted, es decir, él sí es usted, pero un usted que no podrá hacer desaparecer. Uno puede correr más rápido, pero en cada superficie espejada el reflejo ya lo espera de antemano. Uno puede irse o regresar, pero en los dos momentos el espejo estará allí, siendo ese nosotros que no es nuestro, el nosotros que no controlamos y nunca dejamos atrás.

Mucha gente es fanática de los espejos, llenan su casa de ellos y, en cada oportunidad que tienen, los miran con muchísima atención. Buscan en su otro yo su propia compañía ya que, estos seres se gustan tanto, que no se bastan por sí solos. Para sí, dos de ellos son mejores que uno.

En cambio, para la mayoría, ese yo que no nos pertenece, es insoportable, he ahí la razón por la cual muchas personas evitan mirarse en el espejo y hasta algunos lo aborrezcan. Pero ese espejo no es repugnante porque nos muestre a nosotros mismos feos o despeinados físicamente, sino porque nos muestra al nosotros que no poseemos, que es, de hecho, todo lo contrario a lo que sí tenemos. Literalmente, todo lo que está a la derecha estará en el espejo a la izquierda y lo que era antes la izquierda es ahora derecha. Es un nosotros sin nosotros. Un yo que puede existir sin mí, ya que nunca sabré si existe luego de mi presencia. Hasta donde yo sé, el espejo siempre me refleja. Presumimos que no nos refleja en nuestra ausencia, pero, si no estamos allí en primer momento, no podemos realmente estar seguros de esto.

Podemos suponer entonces, que existe por sí solo. Nada nos demuestra lo contrario. Somos nosotros, es indudable: son nuestros ojos los que nos miran del otro lado. Pero a veces ese nosotros toma vida propia y, sin pedirnos permiso, puede mutar.

Por ejemplo, si como resultado del afán de ingresar a ese universo tan igual y tan opuesto, embestimos contra el espejo (contra nosotros) este se rompe en pedazos (rompiéndonos en pedazos). Pero cuando el espejo se rompe no se anula (al igual que no lo hacen las personas). No es posible un final tan sencillo a la persecución. Es más, si desobedecemos las reglas de la superstición y nos miramos en el espejo roto, veremos que ya no somos sólo dos, sino muchos. Y si fuéramos más lejos y enfrentáramos dos trozos de espejo, seríamos infinitos.

En esta última situación, somos varias veces, somos y no somos nosotros mismos simultáneamente. Esto genera el temor a lo desconocido que decanta en las supersticiones acerca de los espejos, que es el temor ante nosotros mismos y ante ese nosotros que no es nuestro.

Para no tener siete años de mala suerte, hay que mojar al espejo y taparlo con una tela para luego tirarlo. Así se vence el temor, porque cubriendo el espejo es imposible ver a ese otro nosotros. El miedo termina cuando encerramos al espejo en una prisión de sombras. Pero no hay que olvidar, que aunque eliminamos el miedo tapando a ese otro yo que nos acompañaba, aumentamos, asimismo, nuestra soledad ya que, al fin y al cabo, nos hemos cubierto de oscuridad también.

CAPPELLINI, Emilia

Un tipo matador

En las infinitas idas y vueltas de los pibes, en los boliches del centro y en las plazas del barrio, su estilo logró todos nuestros celos de forma tal que aún me duele hoy en día.

Te explico esto ahora que sos chico para que entiendas por qué le pasó lo que le pasó a tu papá y por qué no está con nosotros hoy.

Tu viejo era un tipo con suerte, preguntale sino a tu mamá. La conquistó de un solo movimiento allá en un baile de esos a donde íbamos todos de chicos. Pero además de suerte, tu viejo tenía mucha técnica y entrenamiento. En cuanto a agradar a las mujeres, con tan sólo 12 añitos, él era el mejor.

Lo que sucedió fue que cuanto más grandes nos hacemos, más difícil es congeniar con las mujeres para iniciar una relación o aunque sea una aventura. Las últimas veces que intentó, ellas lo miraron horrorizadas, más que divertidas, por el acto que era tomarlas de la cintura y elevarlas sobre el aire. Porque de chicos, levantar una mina es facilísimo. El acercamiento lento, la mano pasada por la espalda baja que traba con el hueco de la cadera y, por último, la fuerza que eleva y a su vez acerca. En el contexto del baile, la plaza y los amigos, no resultaba difícil que se levantara a cualquier mina.

Así consiguió estar con tu mamá. Vos sabés que fueron novios desde los 14 y por muchos años siguió levantándosela. Pero con el pasar del tiempo, no puedo elevarla más del suelo. Tal vez haya sido porque ambos habían engordado que los pies tocaron el suelo, la relación se hundió en la tierra y, como bien vos sabés, no hubo solución.

Después de la separación, tu papá quiso volver a las andanzas, pero él ya no era el mismo de antes y el mundo tampoco. El día en que falleció me había estado contando cómo las mujeres gritaban espantadas cuando intentaba levantarlas. Ese día estábamos caminando por la calle cuando vio a una voluptuosa señora de unos 40 años entre la multitud. Se acercó a ella y de un zarpazo la elevó del suelo. Acto seguido, el marido de la señora, que vio que había un extraño queriendo levantarse a su mujer, le asestó un fatal golpe en la nuca.

CAPPELLINI, Emilia

Acerca de las Hermanas Mayores

Las últimas experiencias llevadas a cabo por nuestros colegas a nivel mundial han logrado conocer más a fondo a esta nueva etapa evolutiva en la historia de las especies, que promete ser la nueva estrella de la selección natural.

Según recientes observaciones, las Hermanas Mayores han manifestado crecientes capacidades adaptativas al ambiente. Sus ambientes naturales se continúan expandiendo. Hoy en día sobreviven tanto en áreas rurales (generalmente adosadas a alguna familia que las ha acogido) como en áreas urbanas. Es esta última característica la que ha promovido la investigación sistemática y exhaustiva, ya que su presencia entre nosotros, sin dejar de ser asombrosa es también alarmante, en especial para el científico.

Las Hermanas Mayores urbanas, dada su progresiva integración en la sociedad, comienzan a ser percibidas por los humanos como una parte propia y natural de su especie. Ante esto debemos señalar que son una especie distinta.

Las características más distintivas de estos seres son la necesidad biológica de utilizar las instalaciones sanitarias durante lapsos indeterminados (previamente a la vinculación con el medio ambiente y al enfrentamiento con otros seres vivos) y el dormir en momentos inusuales. Estos dos aspectos también dan cuenta de la inconveniencia de su relación con los humanos, ya que los hábitos de este tipo de animales entorpecen las costumbres humanas. Sin ir más lejos, la respuesta a la privación de satisfacción de las necesidades recién enunciadas es siempre violenta.

Los demás hábitos de la Hermana Mayor urbana son muy conocidos, debido a su acople a la humanidad. Su desplazamiento suele darse rápidamente pero siempre previsto por una comunicación telefónica, suponemos, con otro miembro de su especie.

Hay también especulaciones acerca de supuestos fines reproductivos de estas expediciones. Ya que hay un solo género de estos individuos (el femenino) deducimos que esta especie busca miembros masculinos de la humanidad, por sus semejanzas anatómicas, para perpetuar su especie. Esta es la hipótesis más contundente sobre la intencional integración a la humanidad.

Por otra parte, la Hermana Mayor urbana promedio consta con un sistema nervioso central altamente desarrollado y un pensamiento lógico-abstracto similar al de los humanos, lo que hace que sean capaces de mantener discusiones (tanto orales como escritas) con los humanos y hasta ganarlas con facilidad. En esta capacidad se encuentra la herramienta adaptativa por excelencia así como la mayor amenaza contra la humanidad.

Es nuestra tarea como científicos alertar acerca de esta amenaza y ayudar con el reconocimiento de estos seres. La suya como miembros de la especie humana, el no permitir la reproducción desmedida de esta especie, ya que sólo produciría la desdicha de nuestra pacífica sociedad.

CAPPELLINI, Emilia

martes, 8 de junio de 2010

Liberándome

Guiándome en el fenómeno que tantas veces me hizo feliz y me puso triste, que me sacó lágrimas y sonrisas, en definitiva que provocó en mí numerosas emociones de todo tipo, me puse a pensar en lo que ella representaba para mí.

Me di cuenta de que no era sólo lluvia: para mí la lluvia es la libertad.

Podrá parecer un poco exagerado a simple vista pero no soy la única persona que piensa así.

Tal vez sea por la calma que la precede o los vientos que corren antes de su llegada, o quizás el olor de la tierra húmeda – uno de los mejores aromas que pueden existir sobre la tierra -.

Escuchar las gotas chocando contra mi ventana, ver a la gente corriendo despavorida por un poco de agua. Abrir mi ventana para sentir la lluvia en mi cara y el viento fresco. Ese momento, ese instante cambia mi día.

No hay sentimiento más liberador que ese. No hay cosa más pura que aquella. Su llegada me da paz, me tranquiliza.

Es difícil describirlo, explicarlo, volcarlo en un texto. Se complica mucho más si nunca lo has experimentado.

La lluvia me alegra sin importar dónde esté o a dónde vaya o si debo salir. La lluvia me hace pensar, pensar en mí, en lo que me pasa, pensar en los otros también. Por eso hablo de tristezas y alegrías, de sentimientos encontrados: por un lado la felicidad de la lluvia que llega y por otro, la reflexión que puede desembocar en llantos o en risas o simplemente en nada.

Cuando hablo de libertad, de la lluvia como libertad, es justamente debido a esto. Ella me permite la reflexión, la introspección. En definitiva, la lluvia me permite sentir y eso es para mí la libertad.

CANO, Denise

Como si fuera un rompecabezas

No quería reconocerlo pero la verdad era evidente. Seguía repitiéndose a sí mismo y a los demás que estaba entero pero cada tanto un pedazo se le caía al suelo y el lo recogía y lo guardaba en un cajón de su cómoda. Los iba juntando y cual rompecabezas trataba de armarlo todo de vuelta.

Tenía la esperanza de juntar todos los pedazos y ponerlos en su lugar. Pegarlo todo con cinta y que volviera a funcionar como solía hacerlo. Imposible.

Él sabía en el fondo que ese corazón roto podía remendarse pero que jamás volvería a ser el mismo.

CANO, Denise

Sobre los denominados "telemarketers"

Es bien sabida la existencia de estos especímenes alrededor de todo el mundo. Se los considera molestos pero en la mayoría de los casos se los excusa debido a la creencia de que son seres humanos que están cumpliendo con su trabajo.

En la actualidad, se presume que los llamados “telemarketers” son personas que cumplen con la tarea de llamar por teléfono a hogares y empresas con la intención de vender los productos correspondientes a la empresa a la cual trabajan. Esto es una falacia.

Los “telemarketers” son originarios de EEUU e Inglaterra y, lejos de desaparecer, se han expandido por todo el mundo. Su denominación proviene de su lugar de origen y no ha sufrido variaciones o conversiones a otro idioma, es decir, que la denominación de la especie es la misma en todo el mundo.

Según los estudios realizados por especialistas, se trata de una especie animal que se especializa en llamar telefónicamente a las casas de familia con la única intención de molestar a la persona que esté del otro lado de la línea.

Para esto tienen varias técnicas: a) poseen la capacidad de saber cuándo la “persona que toma las decisiones” (así denominan ellos a la cabeza de familia de los hogares humanos) no se encuentra en su domicilio; b) pueden detectar el momento más inoportuno del día para llamar; c) pueden llamar a primera o última hora despertando a los humanos. Dentro de esta última técnica de ataque pueden hablarles o directamente cortar la llamada antes que la persona pueda alcanzar el teléfono.

Se cree que el motivo de sus ataques no es más que puro juego para ellos. Aparentemente llamar para molestar a los humanos les parece buen entretenimiento.

Aún se desconoce su aspecto debido a que ningún especialista ha podido observar uno de cerca. Se presume que poseen numerosos brazos y orejas para poder comunicarse de manera veloz y eficiente para hacer sus travesuras y que viven en comunidad durante la época de sus fechorías en cuevas cuadradas y con teléfonos y/o celulares que les han ido robando a los humanos a lo largo del tiempo. Se desconoce su forma de reproducción pero se cree que ocurre en la época que pasan en comunidad.

Lo que los especialistas han podido estudiar a fondo es su forma de comunicarse. Ésta es similar a la nuestra pero llevada a sus extremos. Es decir que existen dos tipos de “telemarketer”: aquellos que se comunican tan espaciada y lentamente que su llamada se hace interminable y aquellos que, por el contrario, se comunican de manera veloz provocando confusión en quien lo escucha.

Si usted llega a tener contacto con alguno de ellos, ya sea telefónica o personalmente, no debe temerles ni debe mostrar enojo debido a sus llamados ya que vernos exaltados por su molesto comportamiento los incentiva aún más a divertirse a costa de la raza humana.

CANO, Denise

La bañera amiga

La verdad es que jamás lo he confesado ya que no me gusta alardear al respecto, pero tengo una bañera para depositar el miedo. Sí sí, escucharon bien: tengo una bañera para depositar el miedo.

En realidad es una bañera común y corriente, por lo menos eso parece. Cumple las funciones normales de una bañera tradicional. Pero yo he descubierto su particularidad, es ideal para dejar el miedo.

Ya no recuerdo cuándo pasó, cuándo me percaté de esto. Sólo sé que un día me levanté, entré al baño y dejé el miedo en la bañera. No sé si fue concientemente o si él se escondió allí por voluntad propia.

No le he mencionado a nadie sobre mi bañera porque no lo creerían, por lo menos no del todo. Presiento que sólo se logra si uno cree en ello, no lo sé, pero la verdad es que ha sido muy útil para la vida.

Yo voy al baño y el miedo se queda ahí esperando a que regrese en algún momento a buscarlo. Por eso, cada vez que entro a algún baño, tengo la manía de abrir la cortina y fijarme si esa bañera es igual a la mía, si el miedo de alguien está ahí esperándolo a que regrese, rogando secretamente que no me tome a mí como su dueño. Dos miedos ya serían demasiado.

Mi miedo nunca me abandona por completo: siempre está esperando a que regrese. Pero eso no es tan malo, por lo menos puedo abandonarlo por un ratito para salir a la vida, a veces viene conmigo y a veces logro que se quede en la bañera.

CANO, Denise

Instrucciones para tomar un ascensor

Luego de haber tenido la experiencia de atravesar la puerta de entrada a su hogar o la de algún otro, puede encontrarse con un obstáculo: el ascensor. Si el lugar al que usted ha ingresado es extremadamente alto necesitará uno de estos.

Si él no está esperándolo cuando usted ingresa tiene que llamarlo, exigirle que se acerque hacia usted ya que es posible que esté distraído charlando con otra persona o simplemente tomando un descanso en algún lado.

Para llamarlo sólo tiene que apretar un botón que estará ubicado en alguno de los lados de la puerta corrediza que se abrirá cuando éste llegue. Si aún así no se presenta ante usted, puede esperar unos minutos y repetir la operación o abrir bien su boca y con todas sus fuerzas emplear el grosero pero efectivo grito llamándolo por su nombre. De esta manera dejará sus quehaceres y vendrá a su rescate.

Cuando el ascensor por fin se encuentre frente a usted, aquella puerta-obstáculo que los separa se abrirá por sí sola. De no ser así, no tiene más remedio que utilizar la fuerza propia para abrirse camino en su encuentro con el ascensor. Tome la manija de esa puerta, parecida a un gran acordeón, con ambas manos (generalmente ésta se encuentra en el lado izquierdo a la altura de su cintura) y con todas sus fuerzas tire en dirección opuesta en línea recta, es decir, de izquierda a derecha como si esta fuera una cortina de baño de metal o el acordeón ya mencionado.

Posiblemente el mismo ascensor contenga un acordeón más, por lo que usted tendrá que repetir la operación anterior.

Una vez que su encuentro con el ascensor sea inminente, diríjase hacia él, introdúzcase, y desde su interior realice la maniobra antes explicada de manera opuesta para que nadie más interrumpa su viaje.

Si usted no llega a realizar la maniobra a tiempo, se verá forzado a compartir su momento con otro individuo, viaje en el cual se intercambiarán saludos cordiales y una serie de comentarios innecesarios y exagerados sobre el clima de aquel día.

Una vez dentro y con las cortinas metálicas cerradas, presione el número que más le gustaría visitar. Si sus preferencias son superiores a las del usurpador, éste bajará antes que usted permitiéndole disfrutar de su viaje a solas con aquella caja con fuerzas sobrenaturales que lo resguarda. De lo contrario, usted llegará a destino dejando al usurpador disfrutar solo de un viaje excepcional.

Por estos motivos se recomienda realizar la operación de llamado y encuentro de manera veloz para ahorrarse el inconveniente mencionado en el párrafo anterior.

Si usted tuvo la oportunidad de viajar solo, no queda más que disfrutar del viaje y realizar los movimientos del acordeón para salir del ascensor una vez que llegue a destino.

Pero si usted ingresó a un lugar que no tiene ningún tipo de ascensor, deberá utilizar las escaleras. Acción totalmente distinta a la anteriormente explicada por lo que necesitará pedirle a Julio las instrucciones pertinentes.

CANO, Denise

Buscando el sueño

En una noche oscura, de esas en las que ni la luna está presente, una pequeña niña llamada Lucía tuvo la intención de viajar desde su habitación hasta la de sus padres buscando consuelo ya que no podía dormirse.

Salió de su cuarto e inmediatamente se dirigió hacia las escaleras, desde allí solo eran unos cuantos escalones y luego atravesar el largo pasillo. Al bajar las escaleras notó que había olvidado prender la luz y eso volvía todo mucho más oscuro que de costumbre. No fue fácil pero se las ingenió para no caerse.

El próximo obstáculo fue atravesar el largo pasillo que más que un pasillo parecía una cueva sacada de alguna película de terror.

Empezaba a recorrerlo cuando comenzó a preguntarse si ese era su pasillo realmente porque ya no sabía lo que era, estaba todo tan oscuro que no podía ubicarse dentro de su propia casa. De hecho, esa podía tranquilamente no ser su casa y ser cualquier otro lugar. Podía tranquilamente estar soñando, por lo que se pellizcó el brazo para asegurarse de que no fuera así.

La pequeña comenzaba a desesperarse ya que se sentía en una especie de vacío u otra dimensión.

De repente, sintió algo a sus pies. Se asustó, pero en seguida se dio cuenta de que aquello era nada más y nada menos que Pancracio, su gato, que al no verla durmiendo en su cama había bajado a buscarla.

Ella lo alzó y juntos empezaron a recorrer la oscuridad. Mientras más caminaba más se percataba de que aquel lugar no era su casa.

Luego, una voz comenzó a escucharse a lo lejos. Lucía ya no sabía si la voz se acercaba o era ella que junto a su gato se acercaban hacia la voz.

Cuando por fin estuvieron lo suficientemente cerca, el mensaje pudo oírse claro: “Parece que están perdidos. ¿Que los trae por acá?”.

A lo que Lucía contestó:

- Estaba buscando la habitación de mis padres pero ya no sé dónde estoy. Así que ahora solo busco el sueño para volver a acostarme. ¿Y vos quién sos?

- Yo soy la lechuza de este bosque.

Al decir eso el lugar dejó de ser una oscuridad total para estar en penumbras. No era luz total pero por lo menos podían verse las figuras.

Allí apoyado en una rama de lo que parecía un árbol estaba la pequeña lechuza con la cual Lucía dialogaba.

La lechuza siguió hablando y le dijo:

- Si lo que buscas es tu sueño, estás yendo por el camino equivocado. Si seguís por acá vas a llegar hasta el gran lago y tenés que atravesarlo para llegar al cuarto de tus padres. Pero si volvés por el camino por el cual llegaste hasta acá vas a encontrar tu sueño, te lo aseguro.

Pensando en las opciones que le había dado la pequeña lechuza, decidió seguir su consejo y buscar su sueño para poder volver a su cuarto y no perderse en aquel bosque.

Lo único que la mantenía calmada era estar en compañía de su gato Pancracio. Lo miró a los ojos y antes de comenzar a caminar le dijo “vos vas a protegerme”, como si aquel gatito pudiera cuidarlos a ambos de algún posible peligro que se presentara.

En ese momento Pancracio la miró fijo, casi como si pudiera entender lo que ella le había ordenado, y emprendieron juntos la vuelta en busca del sueño.

Mientras volvía por donde había venido el camino se iba oscureciendo más y más y la lechuza que le había indicado el camino ya no era visible.

Sin poder ver nada, otra vez, Lucía confió en lo dicho por la lechuza y siguió caminando a pesar de no saber si estaba siguiendo el camino indicado o si estaba ya caminando en círculos.

Ella continuó hacia delante hasta que en un momento determinado tuvo una sensación distinta a la que venía sintiendo en su viaje. Tuvo una sensación de tranquilidad que en un principio no comprendió hasta que se tropezó con un escalón e inmediatamente lo reconoció. “Ya estoy en casa” pensó ella y subiendo las escaleras junto a Pancracio el sueño los invadió, los tomó por sorpresa y se apoderó de ambos.

Llegaron a su cuarto y ambos cayeron dormimos sobre la cama. Y así fue como encontraron el sueño o así fue como el sueño los encontró a ellos.

CANO, Denise

lunes, 7 de junio de 2010

Plaga de fotógrafos.

Comúnmente se considera como fotógrafo a aquel que posea estudios realizados en la materia (fotografía). Se puede decir hoy en día que todo aquel que posea una cámara fotográfica es fotógrafo; o bien que cualquiera se convierte en fotógrafo en la instancia que capture una imagen. Entonces, nos encontramos ante varias clases dentro de la misma especie.

Se los puede encontrar en todo lugar y tiempo. Lugar en su sentido más amplio. Desde la cima de una montaña, hasta el fondo del océano. La noción de tiempo también en su sentido más amplio, pareciera que ellos no descansan. Su sitio preferido es la ciudad, al menos, allí es donde se encuentra la mayor concentración de especímenes.

El único elemento que nos da la posibilidad de detectar a un fotógrafo es, sin duda, la cámara fotográfica. No importa que de qué tipo o modelo sea. Suelen llevarla colgando del cuello, sostenida por una correa gruesa. También, hay quienes la llevan en bolsos. Uno sabe que lleva este artefacto por la forma exterior o por la marca del elemento para transportarlo. Hay fotógrafos, muy astutos, que ocultan por diversos motivos (hurtos, por mantenerse incógnito, etc.) su elemento distintivo.

Se suele decir que el espécimen se caracteriza por tener aspecto y actitudes de loco. Su ropaje característico, siempre sucio, es un chaleco con bolsillos confundible con los de un cazador de fieras. De todas formas, el ropaje no importa ya que éstos varían por múltiples razones, entre ellas: a qué grupo pertenezcan, el día y la circunstancia en la que se encuentren. Y el tema de la locura es un tema aparte.

Las clases más comunes son: los fotógrafos de profesión, los estudiantes de fotografía, los fotógrafos turísticos, los fotógrafos periodísticos, los fotógrafos familiares, y el mayor porcentaje lo conforman los fotógrafos eventuales. Como se ve, son tantas las clases que compararlos y clasificarlos, para luego analizarlos y explicarlos implicaría hacer varios volúmenes enciclopédicos. Puede que yo lo realice en otra oportunidad.

Retomando, no es raro encontrar grandes cardúmenes de fotógrafos en centros turísticos. Su locomoción es variada. En grandes ciudades, suelen ir en colectivos sin techo, para tener mayor cantidad de ángulos, algunos prefieren ir a pie y en fila (de ser grandes grupos) por lo general, con un guía que les dice qué deben fotografiar. También están lo rezagados, y los que prefieren estar solos. Se los puede ver en acción no solo en la vía pública, sino también en estudios cerrados. En estos últimos, suelen tener ayudantes que nada tienen que ver con la especie. Se los ve en casamientos, fiestas y boliches. Se los ve en plazas, museos y teatros. Se los ve en la ciudad y en áreas rurales. Así como también en lugares paradisiacos y remotos. Como antes mencioné, no hay un espacio determinado donde encontrarlos. Están en todos lados. Se los ubica, además, en todas las esferas que atraviesan la humanidad.

Es difícil determinar el modo de reproducción, pero se detectó un crecimiento progresivo de la especie. El aumento ha sido tan abrupto que son considerados plaga en ciertos puntos del planeta tierra. Hay ciudades, en las que se vuelve imposible transitar por la cantidad de fotógrafos. Se han puesto trabas para que no tengan acceso ilimitado, incluso debieron ser prohibidos en algunos sitios por el efecto corrosivo de su actividad, cual si fuesen langostas. Quiero destacar que hay seres humanos, que reaccionan mal ante la presencia de estos animales. Pueden ser confundidos con pirañas si se los ve esperando la salida de un famoso en algún evento. Es bastante violenta la descripción de esta situación, por ello lo dejo de lado. Hay algunos, que mantienen su instinto un poco más guardado y se manifiestan solo puertas adentro, o entre su grupo de vida. Esta última forma de expresión es la que reina en la actualidad.

Hoy en día, hay fotógrafos presentes en toda situación. Comparables con mosquitos, no hay repelente que sea lo eficaz como para espantarlos. De todas formas, no son una especie que perjudique la salud o el bienestar social. Al contrario, es una especie que con su actividad alimenta la creatividad de si mismo, con esto su alma. Aparte, depende del uso que le den (ya que hay algunos que son malignos para con seres humanos) a lo que hayan capturado; que puede llegar ser, junto con su actividad, un gran aporte a la cultura.

Marina Tschiffely

De los sobrinos y sus características

El “sobrino” es una de las grandes plagas del siglo XXI, y ha despertado el interés de numerosos biólogos y eruditos de la zoología.

El sobrino es una especie única, con características propias que no comparte con ninguna otra especie. Como ya mencionamos, esta especie se ha convertido en una gran plaga, por lo que carece de un hábitat natural propio y se lo puede encontrar a lo largo y ancho del planeta.

Muchos estudiosos han comparado esta especie (el sobrino) con la especie canina (el perro). Si bien comparten varias características, se diferencian en muchas otras. Como por ejemplo: a) Que el sobrino de temprana edad es mucho más inquieto y molesto que el cachorro de perro (esto está comprobado empíricamente); b) Que el perro es más independiente en cuanto especie. Puede vivir en estado salvaje, sin ser domesticado, y sobrevivir por sus propios medios. El sobrino, en cambio, necesita ser domesticado. Pues, como veremos a continuación, en su edad más temprana no puede subsistir por sí solo.

El sobrino es una especie relativamente fácil de domesticar. El grado de facilidad depende de su edad. Nos vamos a concentrar aquí en la clasificación de los sobrinos y sus principales características. Para realizar esto, se debe aclarar que el estudio de esta especie está profundamente relacionado con sus dueños. Dicho esto, comenzamos la clasificación, la cual está desarrollada en base a la edad del sobrino:

1) En primera instancia encontramos al sobrino de cero a doce años de edad. Este es bastante difícil de domesticar, y la tarea requiere de mucha paciencia. Al sobrino de esta edad se lo debe alimentar hasta que el aprenda a hacerlo por sí mismo. Generalmente esta tarea tarda en completarse entre un año y un año y medio, aunque una vez transcurrido ese tiempo, se lo debe vigilar mientras se alimenta. Afortunadamente este proceso lo realiza mayormente otra especie muy estudiada, de la que ya se ha escrito mucho, por lo que no me adentraré en explicaciones sobre ella. Lo que hay que tener en cuenta es que si uno desea que el sobrino adquirido le sea fiel, debe participar e involucrarse en el proceso siempre que le sea posible.

Cuando el pequeño comienza a caminar por sus propios medios, es cuando se empieza a complicar el proceso de domesticación. Pues no hace más que pasearse por entre las piernas de la gente, provocando tropezones, por lo que terminan echándolo de todos lados.

El sobrino de cero a doce años depende mucho de la atención que se le dé. Generalmente se recomienda a aquellas personas que hayan adquirido uno de estos ejemplares, que jueguen periódicamente con él, y lo vigilen a toda hora. De lo contrario las consecuencias pueden ser nefastas. Se ha conocido un caso en Albania, donde un sobrino de cinco años fue dejado de lado, y tres meses después la casa de sus dueños fue incendiada hasta los cimientos, con todo y sus muebles. El ejemplar de cinco años pasó esos tres meses coleccionando fósforos a falta de una actividad más entretenida.

2) En segundo lugar encontramos al sobrino de doce a veintidós años, el cual presenta un caso bastante particular. Estudios han demostrado que es el más difícil de domesticar. Sin embargo se ha comprobado que es en esta instancia donde resulta diez veces menos peligroso para sus dueños (en relación al ya mencionado sobrino de cero a doce años). A la vez, se ha verificado que es diez veces más peligroso para el resto de la población. Los expertos dicen que es en esta etapa donde el sobrino afianza su relación con su dueño, y comienza su domesticación definitiva.

3) Por último, tenemos al sobrino de 22 años en adelante. Este ya está prácticamente domesticado, no requiere atención especial y se relaciona con sus dueños en perfecta armonía.

Los sobrinos son una de las pocas especies en las que la reproducción no depende de ellos, sino de esta otra especie, ya antes mencionada en el texto, que los empolla masivamente y los reparte por el mundo.

Los sobrinos son de venta libre (porque abundan) y se pueden conseguir en cualquier criadero del mundo a 40 pesos, o su equivalente en moneda extranjera. Se pueden adquirir machos o hembras. La principal diferencia entre los géneros se nota en la primera etapa (de cero a doce años), y consiste en que la hembra es apenas menos molesta y destructiva que el macho.

Me dediqué muchos años al estudio de los sobrinos, y puedo afirmar con toda certeza que son una hermosa especie, a pesar de su turbulenta primera etapa, para adquirir ejemplares de cero a doce años y tener en el hogar. Sobre todo si se tiene hijos y un jardín grande.

Soledad Salazar

”El perchero de la tía Porota”

Cuando Joaquín se fue a vivir solo se llevó el perchero de la tía Porota. La pobre vieja ni se dio cuenta, por que pasaba sus días acostada en su cama y no lo usaba nunca. Joaquín pensó que siendo él un joven miembro activo de la sociedad, le daría un mejor uso que su casi inválida tía.

El perchero es de madera y mide un poco más de un metro sesenta y cinco. Es un perchero para descansar el cuerpo. Cuando uno llega del trabajo, dolorido hasta el último pelo de la cabeza, puede dejar el cuerpo colgado ahí, y dedicarse a disfrutar sus momentos de ocio, sin que su cuerpo sufra las consecuencias de quedarse hasta altas horas de la noche vagando y sin dormir.

Lo que hay que tener bien claro es que, para utilizar este perchero, uno debe tener un gran sentido de la responsabilidad. Pues si no es así, le puede pasar lo que le pasó a Joaquín a la semana de utilizarlo continuamente. El joven llegó un viernes del trabajo, dejó su cuerpo colgado en el perchero, y se fue a deambular por el pueblo con la intención de no regresar a su casa hasta terminado el fin de semana. Pero tras recibir la visita de su madre, quien se llevó un susto de muerte, fue enterrado junto a ella en la parcela familiar del cementerio del pueblo.

Los actuales dueños del perchero (primos segundos de Joaquín) dicen que su alma sigue merodeando por ahí, esperando al próximo distraído que deje su cuerpo colgado, para ir a robárselo.

Soledad Salazar

En el pasillo

Cualquier niño en su lugar podría haber visto en aquellas sombras una garra amenazadora, los colmillos de algún monstruo, o algún otro peligro. Lucía solo veía ramas. Simples ramas que golpeaban contra su ventana, proyectando sus sombras en la blanca pared de su dormitorio. Había mucho viento y el árbol plantado hacía años en su jardín trasero se movía incesante, golpeando el vidrio de su ventana.

Lucía tenía nueve años, y esa noche sufría de insomnio. Sabía que tendría que dormirse rápido, si es que no quería vérselas con su mamá cuando sonara el despertador para ir al colegio. Pero hacía mucho frío y le dieron ganas de ir al baño. Se debatía entre ir o quedarse en la comodidad de su cama, al abrigo de las varias mantas que la cubrían. Después de pensarlo bien, decidió que si no iba al baño, no se iba a poder dormir. Salió de la cama lentamente para acostumbrarse al frío, tanteó el suelo en busca de sus alpargatas y, no bien se las calzó, emprendió su viaje hacia el baño. Para llegar a su destino, debía atravesar un largo pasillo que estaba lleno de objetos. Pero eso no era un problema para Lucía, quien era capaz de recorrerlo con los ojos vendados, por lo que ni siquiera se molestó en prender la luz.

En el pasillo estaba la enorme biblioteca familiar. En ella se reunían los libros que el tiempo y el destino habían guiado hasta su casa. Los primeros estantes estaban repletos de libros fantásticos, esos que su mamá le leía a sus hermanitos antes de ir a dormir. A Lucía ya no le gustaban esos libros, prefería algo más real. La pared enfrentada a la biblioteca estaba cubierta de recuerdos de los viajes que había hecho con sus papás. Había una máscara azteca, platos y tejidos aborígenes, e incluso un tapiz japonés hecho por una anciana oriunda de aquel país. A la niña tampoco le gustaba aquello, porque no le gustaba viajar.

Cuando Lucía llegó al baño, se dio cuenta de que en verdad, no tenía ganas de ir. Exasperada y molesta porque un reflejo provocado por el frío la hubiese levantado de su cama, salió del baño decidida a dormirse al fin. No bien cruzó la puerta, la mente se le puso en blanco. La oscuridad de aquella noche había hecho del pasillo un agujero negro e infinito, detalle que no había notado en el viaje de ida. Como el interruptor de la luz se encontraba al lado de la puerta de su cuarto, no le quedó más alternativa que internarse en la oscuridad. El miedo que sintió al ver la negrura, había desaparecido. También había desaparecido su mano, la cual alzó para guiarse. Y sus pies, que intentó mirar para no llevarse algo por delante. Se quedó parada un instante mirando hacia donde, se suponía,

debía estar su cuerpo. La oscuridad era tan grande que pensó que se la había tragado junto con el pasillo, los libros, y los recuerdos. Se acordó de que había una ventana en ese pasillo, por la cual debería entrar la luz de la luna y la calle, como lo hacía todas las noches, como había sido cuando se dirigió al baño en un principio. Pero no había luz, ni luna. Había nada, una pantalla negra que tapaba todo.

Lucía comenzó a caminar a ciegas, tanteando el aire con sus brazos en busca de una pared. De repente vio una pequeñísima luz a lo lejos, en lo más negro de la negrura que la rodeaba. Caminó hacia ella. A medida que se acercaba, la lucecita se iba dividiendo en dos. Caminó y caminó. ¿Era tan largo el pasillo? Recordaba que lo era un poco, pero no tanto. La pequeña lucecita, ahora eran dos pequeñas lucecitas. Se agrandaban con cada paso que daba. Cuando vio claramente lo que eran, oyó una voz.

- No entiendo porque nunca viene. ¿Será que no nos quiere ver? Yo creía que faltaban años para que no nos quisiera ver.

Lucía vio que los pequeños ojos que flotaban en la nada, parecían tristes.

- No sean ansioso, pequeño amigo.

Mientras tanto podes charlar conmigo.

- ¡Yo no quiero charlar, quiero jugar, quiero que desaparezca todo lo negro! ¿Cuánto más hay que esperar?

- Negro parece, pero negro no es.

Quizá falta menos de lo que vos creés.

No sabía por qué. Pero el tono grave y la forma de hablar de la segunda voz la irritaban. Ya sin entender nada, se dirigió al par de ojos.

- ¿Quiénes son y dónde estamos?

Los ojos se cerraron y el mundo desapareció. Lucía también cerró sus ojos, por instinto. Cuando los abrió se quedó atónita. Estaba parada en el centro exacto del pasillo, pero no era SU pasillo. Éste era verde, no había biblioteca ni recuerdos. No tenía puertas ni ventanas. Lo único que había era un búho y un gato.

- ¿Vos sos Lucía Calderón,

la niña carente de imaginación?

Verte por acá es interesante,

no solemos tener visitantes.

Definitivamente esa cosa, que ahora tenía la forma de un gato negro, le ponía los pelos de punta.

- Sí, soy yo. Y vos debés ser un gato muy pedante, que habla en rimas para hacerse el interesante- dijo desafiándolo.

El búho, de color rojizo, miraba al gato y a la niña, con los ojos como platos.

- ¡Estás acá, no lo puedo creer! La última vez que te vi tenías unos cinco añitos. Ahora estas tan grande… ¿A qué querés jugar?

- ¿Jugar? ¿Por dónde se sale de este sueño?

- Quizá no estés lejos, pero un sueño no es.

Podría ser en uno, cuando nos veamos la próxima vez.

El búho comenzó a reírse a carcajadas, haciendo eco con su risa en el pasillo desnudo.

- ¡No te rías más! Decime cómo despertarme, quiero irme.

- Yo no quiero que te vayas, quiero que juguemos todo el día, todos los días. Pero si tan segura estás de que esto es un sueño, siempre podes pellizcarte. Si duele, estás despierta. Si no duele, estás dormida.

Lucía se pellizcó la mano con fuerza, cerrando los ojos. El dolor fue inmediato. Cuando abrió los ojos, seguía parada en el mismo lugar. Siguió intentando despertarse empleando una serie de pellizcos, cada vez más desesperados y dolorosos, en cada parte de su cuerpo.

- Sigo acá. ¿Y si estoy soñando que me duele?

- En los sueños, me han dicho,

nada duele, ni siquiera un pellizco.

- ¡Calláte gato! Y no creas en todo lo que te dicen. Estoy segura de que estoy soñando. Y como es mi sueño puedo hacer lo que quiera. Como hacer aparecer una puerta para poder irme de acá.

Lucía le dio la espalda a sus particulares acompañantes, y se cruzó de brazos para demostrar lo enojada que estaba. Enseguida los bajó de vuelta, pues de la nada había aparecido una puerta blanca frente a sus ojos. Se acercó con desconfianza. La puerta estaba justo en el lugar donde solía estar la ventana del pasillo de su casa, frente a la biblioteca.

- ¡Bravo, muy bien!

Lucía se dio vuelta para preguntarle al búho qué festejaba. Pero no hizo falta, enseguida vio la enorme y vacía biblioteca roja que cubría por entero la pared. La situación ya se pasaba de rara, y la niña solo quería irse. Así que centró toda su atención en la puerta blanca. Pensó que lo más probable era que estuviese cerrada con llave, como toda puerta misteriosa, pero que igualmente valía la pena intentar abrirla. Tomó el frío picaporte con ambas manos, lo giró, y tiró de la puerta. Como imaginaba, estaba cerrada.

- Díganme, ¿de dónde se supone que saque yo una llave?

- No tenés más que inspeccionar,

si una llave querés encontrar.

- ¿Qué?

- Quiso decir que la busques ahí.

El búho señalaba la biblioteca, y Lucía se acercó a ella. Se dio cuenta de que en el primer estante había una pequeña llavecita de metal, la cual no había visto antes. La tomó sin preguntar y se dispuso a abrir la puerta.

- ¿Estás segura de que querés entrar ahí?

- Sí, la verdad es que me muero de curiosidad por saber qué hay del otro lado.

- ¿Curiosidad por lo que puedas hallar?

¿Acaso vos no te querías despertar?

- ¡Calláte gato! – el búho y la niña le gritaron al unísono.

Lucía giró la llave en la cerradura, y abrió la puerta de un golpe. Fue tan rápido, que al principio creyó que se había quedado ciega, pero pronto se dio cuenta de que al otro lado de la puerta, había mucha luz. Estaba en el patio de su casa, pero no era el patio de su casa. Se sorprendió al descubrir que en “ese” patio, había un montón de cosas más que en el suyo. Pudo ver que había un conejo blanco corriendo por todos lados, una casa hecha de dulces, un lobo feroz disfrazado de abuelita, un zapatito de cristal, varios enanos (los contó y eran siete), y un montón de cosas más que ella conocía, pero que hasta ese momento no recordaba.

- ¡Cuentos, son cosas de cuentos! Ahí está el conejo de Alicia. Miren, ¿esa es la Bella?, ¿sigue durmiendo…? ¿Dónde estoy?

- ¿Todavía no te diste cuenta, Lucía? – le dijo el búho.

La niña lo miró y negó con la cabeza, la cual estaba llena de rulos rojos, como siempre imaginó que le quedarían mejor.

- El lugar en el que estás, vos lo creaste.

En tu linda cabecita, todo esto imaginaste.

Por primera vez, las rimas del gato no le molestaron. Se quedó viendo el mundo fantástico que la rodeaba.

- Estás en tu imaginación. Todo lo que ves lo creaste años atrás. Quedó todo atrapado acá desde la última vez que viniste, cuando eras aún más pequeña de lo que sos ahora, cuando tu mamá te leía cuentos, y vos los imaginabas.

Las palabras del búho tenían sentido, Lucía recordaba todo aquello. Miró a los enanitos, al gato, al búho, y sonrió.

Esa noche Lucía recuperó su imaginación. A partir de ese momento, las ramas haciendo sombras en su cuarto, dejaron de ser simples ramas, pasando a ser extraordinarias cosas, que desembocaban en fantásticas aventuras, protagonizadas, casi siempre, por un búho rojizo y un gato negro.


Soledad Salazar