viernes, 28 de mayo de 2010

La pared

Cuando alguien está triste en esa casa no se pone a llorar. Nadie pone mala cara, no come de más o deja de comer, no invierte su sonrisa ni deja caer sus cejas. Cuando hay problemas, nadie habla con el otro. No se molestan mutuamente con sus pesares sino que van a visitar a la pared.

Esta pared es un muro angostito entre la biblioteca y la puerta. Tiene colgado un cuadrito de un Jesús crucificado, una de esas pinturas en las que los ojitos negros siguen a las personas por toda la habitación y las miran sin importar desde el ángulo que se los vea. Cuando uno de los miembros de la familia entra en la habitación, todos ya saben que deben hacer oídos sordos o alejarse, no vaya a ser que tengan que hacerse cargo de alguna pena.

Los chicos más jóvenes, se pasan todo el día con la pared, le hablan y le piden cosas. No es raro tampoco que se peleen entre sí para hablarle primero y que después de la pelea se terminen desquitando la bronca con ella. También hay en la casa un chico un poco más grande, que rara vez visita a la pared. Sus papás piensan que no va a verla porque es más feliz, pero la razón es que está tan triste que ni hablar quiere. En cambio, los padres la visitan mucho y siempre a las espaldas del otro, para sacarse sus angustias y volver a la vida marital más livianos, sin tantos reproches. Por último, cuando el abuelo va a la pared a quejarse, habla de todas sus dolencias para que estas le duelan un poco menos. Y lo hacen, al menos hasta que vuelve a enfermar y a sentirse viejo. Entonces tiene que ir un poco más lento hacia la pared, más encorvado, para hablarle menos y pedirle más, también para despedirse y darle las gracias.

Unos meses después de la muerte del abuelo, los integrantes de la familia se alarmaron al ver que una mancha de humedad había brotado en la pared. Espantados, los dueños de casa contrataron a un albañil para que buscara la pérdida y la arreglara, todo esto no sin quejarse con la pared sobre su propio desperfecto.

El albañil les dijo que la perdida era grave y tomó la determinación de romper la pared para ver qué caño pasaba por ella y arreglar la fuente de la gotera. Apenas el martillo impactó la pared, emergieron de ella litros de agua salada. Debe ser cierto que las paredes oyen.

Emilia Cappellini

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