jueves, 13 de mayo de 2010

El gato, la lechuza y el pasillo.

Por: Tschiffely, Marina Soledad.

Lucia despertó a las tres y cuarenta y cinco de la mañana por un mal sueño. Estaba muy asustada, en su pesadilla las cosas hablaban; la llamaban invitándola a jugar; pero ella no iba, porque su mamá y su papá siempre le dijeron que no debía hablar con extraños. Se aventuró a lo que luego se haría costumbre.

El pasillo estaba oscuro, tanto que Lucía no podía ver nada. Ella se estiró lo más que pudo; el brazo y sus dedos parecían larguísimos, se puso en puntitas de pié y ganó unos centímetros; pero aún así no llegaba al interruptor de la luz. Se cansó enseguida de intentar prenderla porque la posición que adquiría al estirarse era muy incómoda. Al apartarse de la pared, sacudió con un movimiento veloz y de vaivén las piernas, porque se le habían acalambrado.

Se puso en marcha, dando pasitos hacia delante, caminó mucho sin encontrar el final. De pronto frenó al sentir que estaba siendo observada. Estaba asustada, y temblaba de miedo. De todas formas preguntó, con la voz más firme que pudo producir, si había alguien allí. Para su sorpresa, una voz picarona le contestó que sí, que él estaba allí. Ésta respuesta fue de lo más desconcertante. La idea de formular esa pregunta era confirmar, luego de no recibir una respuesta, que nadie estaba en el pasillo. Esto la tranquilizaría, y le daría fuerzas para seguir adelante.

Como la voz era amigable, Lucia, perdió el miedo. Y se acercó despacito, cuidando de no tropezar, hasta el lugar de donde creyó que la voz venía. Vio una sombra, era algo pequeño y estaba arrinconado. Sin nada de timidez, la niña estiró la mano para tocar aquello. Sintió algo suave, cálido y peludo. Su gentil caricia hizo que el gato ronroneara y le diera las gracias por tal reconfortante masaje en la cabeza. Ella se asustó terriblemente, jamás pensó que un gato podía hablar. Retrocedió de golpe y se resbaló por culpa de estar en medias sobre el piso encerado. Instantáneamente, se escuchó otra voz. Ésta retó al gato y lo acusó de asustar a la pobre niña. Lucia no entendía que estaba pasando. No sabía para dónde dirigir su mirada. Y aunque pudiese ver a un punto fijo, nada vería por la oscuridad.

Una voz de madre le dijo que no se preocupara, que estaba todo bien. Esa dulce voz venía de la zona más oscura del pasillo. Luego del porrazo, Lucia, siguió sentada por unos minutos, mientras, ambos personajes se acercaron a ayudarla. La nena creyó que era alguna de sus tías o su mamá quien le había hablado; en ese momento, no pensó en que sus tías no vivían con ella y que era difícil que su mamá estuviese despierta. Al extender los brazos para ser alzada, tuvo contacto con una pata y un ala. La pata era del gato y el ala de una lechuza. La niña no se asombró por lo extraño que era todo. Eran animales, podían hablar y parecían buenos. Nada de esto le generaba temor.

Lucia agradeció su ayuda, y habló un poco con ellos. Les preguntó qué hacían allí, de dónde eran y cómo habían llegado hasta su casa. Ninguno de los dos supo qué contestar. Entendían que estaban perdidos. Lo último que recordaban era estar caminando hacia el cuarto de sus papás en el pasillo de su casa cuando se encontraron en este otro pasillo. Lucia les contó que ella también estaba yendo a la habitación de sus padres y que no podía encontrar la salida de ese interminable pasillo. Los tres, algo preocupados por saberse perdidos, se sentaron a diagramar un plan para encontrar la salida. Decidieron separarse. Cada uno caminaría cinco pasos al frente. Y diría si se encuentra o no con una pared. Hicieron lo planeado, pero se sentían como si no estuviesen en ningún lado. Intentaron caminar en muchas direcciones para ver si podían salir de la oscuridad. Sin embargo, nada resultó. No daban con el final.

La niña por un lado, dejó de estar tranquila. Se angustió pensando que nunca abrazaría, besaría, ni jugaría con sus papás nuevamente. Quería volver aunque sea, a su habitación, lugar donde siempre estaba protegida. Por el otro lado, se sentía acompañada como nunca antes. Había encontrado amigos nuevos, en un lugar inesperado. La intranquilidad ganó. Empezó a recordar su pesadilla, en la que los objetos le hablaban y la invitaban a jugar. Tal vez, no estaba despierta, y todo era parte del sueño. Tal vez era verdad, y se encontraba en otro mundo. Porque que ella supiese, los animales no hablan y además, por lo que sus nuevos amigos le habían dicho, ellos también creían estar en otro lugar. No sabían dónde estaban o mismo si era que estaban en algún lado. Estas posibilidades al estar perdido, justamente por la condición de estarlo, se vuelven infinitas.

La confusión y los pensamientos negativos llenaron sus ojos de lágrimas. Era una niñita que se creía valiente. Sin embargo, sentirse desprotegida la hizo entrar en pánico. Les dijo a sus amigos que creía tener la solución para salir del laberinto de tinieblas en el que se encontraban. Se despidió con un abrazo fuerte a cada uno. Y prometió volver a caminar por allí alguna noche, para encontrarse con ellos alguna otra vez. Entonces, juntó aire y un grito salió de su adentro. Una luz iluminó el pasillo. Los animales desaparecieron. Y unos brazos la alzaron con amor. Finalmente, era su mamá, siempre heroína inconciente de serlo.

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