jueves, 14 de octubre de 2010

Nieve roja.

Era una fría noche de Julio. Una tormenta de nieve atravesaba la ciudad. El silencio predominaba en el ambiente. En la calle, ni una sola alma. Yo acababa de acostarme en mi cama para dormir luego de un largo día de trabajo. Junto a mí se encontraba la última edición de El Gráfico. Mientras estaba leyendo, comencé a escuchar ruidos de sirenas acercándose a mi vivienda. Como yo vivo a pocas cuadras del cuartel de bomberos ubicado en la calle Magallanes, ese sonido me era familiar. Sin embargo, me levanté de mi cama y fui hacia la cocina para observar qué sucedía. Ni bien corrí las cortinas, vi la casa de enfrente envuelta en llamas. A pesar de la nieve que caía, el fuego cada vez cobraba más fuerza y arrasaba con la vivienda. Muy a mi pesar, decidí ponerme el uniforme y colaborar con mis compañeros armando un corralito frente a la zona en la que los bomberos debían trabajar para apagar las llamas. Cuando ellos me vieron, comenzaron a reírse en mi cara.

- ¡Miren muchachos quién se cayó de la cama para darnos una mano! Jajaja Disculpanos si hicimos mucho ruido con las sirenas, jajaja

Yo no les respondí.

Una vez finalizado el trabajo de los bomberos, era tiempo de realizar las pericias a la casa incendiada. Ahora debía abocarme a esa tarea. Junto con mi compañero de oficina comenzamos a caminar por entre la madera quemada, enfrentándonos a la nevada incesante. Las condiciones climáticas hacían difícil el rastrillaje de la zona y, por esta razón, debíamos sacar nieve de los escombros constantemente. Mientras nos encontrábamos en la parte delantera de la vivienda, otros compañeros se encontraban en los fondos con los perros de búsqueda.

Ya había pasado media hora y no teníamos la certeza de por qué había comenzado el incendio. Yo sabía que la casa tenía un cartel de venta hacía bastante tiempo, por lo que nadie la habitaba y se trataba de una desgracia con suerte. Hasta ese momento, el dueño de la vivienda no se había acercado al lugar.

Cuando comenzamos con la segunda ronda de peritajes, los perros empezaron a ladrar. Nos acercamos al lugar señalado, retiramos las chapas que se habían caído del techo y encontramos un cadáver.

La noticia conmovió a la ciudad. Era la primera vez que sucedía un hecho de esas características. Los resultados de la autopsia indicaban que Nicolás Pérez había sido asesinado de 3 balazos en el tórax. Era evidente que no se trataba de una simple casualidad haber encontrado el cuerpo asesinado de una persona en una casa incendiada. Por esta razón comencé a investigar el caso. Muy a mi pesar, siempre estaba más tiempo encerrado en una oficina que contemplando las maravillas naturales que la ciudad brinda con un simple abrir y cerrar de ojos.

Al día siguiente, lo primero que debía hacer era volver a la escena del crimen para realizar una nueva ronda de pericias. Este era un paso importante ya que no habíamos podido rastrillar como correspondía el lugar donde habían ocurrido el incendio. El clima seguía frío y las montañas estaban cubiertas de nieve. Son estos los días en que las cumbres parecen cubrirse de polvo para hornear, brindando una vista espectacular.

Si bien todavía quedaban rastros de la nevada, pudimos observar mejor la zona incendiada ya que contábamos con la ayuda de la luz solar. El primer elemento que corroboró la teoría de un incendio intencional era un bidón de gasolina derretido. También encontramos, en los fondos del terreno, un maletín con pertenencias de Nicolás. Pensábamos que dicho descubrimiento nos brindaría algún indicio de la causa del asesinato y el posterior incendio de la casa. Pero no.

Las únicas pistas que teníamos eran que Pérez trabajaba en la Aduana de la ciudad, era soltero y había puesto su casa en venta. Hasta ahí nada extraño. Por esta razón decidimos dirigirnos a su lugar de trabajo para interrogar a sus compañeros y tratar de sacar algún testimonio que nos llevara a la resolución del caso.

Una vez en la Aduana, ubicada en la zona del puerto, a orillas de la bahía, comenzamos con nuestra tarea. Los empleados eran bastantes y tendríamos un largo día de trabajo

Luego de varias horas, no habíamos obtenido ningún dato que nos sirviera, ni siquiera encontramos ninguna ayuda al revisar el escritorio de Nicolás. Por esta razón, junto a mis compañeros decidimos retirarnos y dejar nuestros teléfonos por si alguien llegaba a recordar algo.

Esa misma noche, mientras cenaba, sonó mi teléfono. Era uno de los empleados de la Aduana que quería hablar conmigo. Me dijo que esa misma tarde no me había dicho nada por temor, pero que sabía algunas cosas de Nicolás que me serían útiles para saber quién lo había asesinado y por qué. Le pregunté su nombre, pero prefirió no decírmelo. Frente a esto, me ofrecí para acercarme hasta su vivienda y así charlar más tranquilos. Él aceptó y me dio su dirección. Era la segunda noche que tenía que interrumpir lo que estaba haciendo. En verdad no tenía muchas ganas de salir de la comodidad de mi casa, pero la investigación no estaba muy avanzada y por ello tenía que hacer un pequeño esfuerzo.

Me subí a mi auto y me dirigí al Barrio Ecológico. Por suerte, el lugar al que debía dirigirme era una “tribuna” natural de toda la ciudad: cada rincón de la bahía, cada luz del centro podía observarse desde allí. En un principio me costó llegar hasta el lugar de encuentro, ya que se había largado a nevar nuevamente y la calle empinada por la que debía acceder estaba anegada. Este debe ser el único punto en contra del barrio. Por ello tuve que buscar un camino alternativo, pasando por atrás del Colegio Polivalente de Arte. Cuando llegué a la vivienda de mi testigo, vi que la misma tenía las luces apagadas. Me pareció extraño ya que la oscuridad cubría la ciudad y todas las casas vecinas tenían alguna que otra luz prendida. Revise el papel donde había anotado la dirección y comprobé que no estaba equivocado. Abrí el portón y me acerqué a la puerta. Toque timbre y me puse a observar como la luz de la luna, escondida detrás de algunas nubes, iluminaba la bahía. Había parado de nevar de un instante para otro. El clima de Ushuaia es así. Siempre se dice que en la ciudad, uno puede vivir las cuatro estaciones del año en un día.

En la casa no me atendía nadie. Ya me estaba poniendo fastidioso, cuando una camioneta 4x4 pasó a toda velocidad por la calle y de la mismo salió una balacera infernal. Me tiré al piso y esperé un instante antes de levantarme. Mi testigo seguía sin abrir la puerta. Había caído en una trampa

Al día siguiente, informé lo sucedido a mis compañeros. Frente a mi comentario, noté que no se sorprendieron. Ellos también habían sido víctimas de amenazas telefónicas. Sin embargo, el único que había sido llevado a un punto de encuentro era yo. Supuse que esto sucedió porque soy quien lleva adelante la investigación por el asesinato de Nicolás. Sí, justo yo, el que se había mudado a la ciudad más austral del mundo para contemplar sus hermosos paisajes…

Todavía no sabía por donde empezar ya que carecía de pistas contundentes. Por ello decidí averiguar quien era el dueño de la casa a la que había sido llevado a través de un llamado anónimo. Ese era mi siguiente objetivo.

Me dirigí al Instituto Provincial de la Vivienda, ubicado a pocas cuadras del Paseo del Centenario. Allí pedí hablar con el encargado del área de títulos y escrituras. Le conté el caso y me facilitó el acceso al registro de propietarios de viviendas. Cuando ubicamos el legajo correspondiente, me encontré con la sorpresa de que el propietario de la vivienda era nada más y nada menos que Nicolás Pérez. A esta altura ya no había dudas que el caso estaba llevándome a un ambiente mafioso.

Al regresar a la comisaría, pregunté si el seguimiento de los llamados había tenido éxito, pero la respuesta fue negativa. Seguía sólo con lo que había ocurrido la noche del incendio. Por esta razón decidí volver a la Aduana para saber si algún empleado había recordado algo. El caso me estaba cansando.

Ya en la Aduana, interrogué personalmente a los mismos empleados que el día anterior. Si bien todos me volvieron a repetir lo mismo, encontré a un nuevo empleado, José Martínez, que había faltado ya que se encontraba engripado. Ni bien comencé a interrogarlo, comenzó a ponerse tenso. Él me informó que Nicolás solía juntarse con unos amigos a jugar al póker y en esas partidas realizaban apuestas de dinero en efectivo. Últimamente, Pérez se encontraba acosado por una serie de deudas y por ello había tenido que poner su casa en venta. Me dijo que sabía todos estos datos ya que Nicolás era su compañero de oficina y le había pedido plata para saldar su deuda, pero no sabía con quienes jugaba al póker.

La relación entre Nicolás y José era de simple compañerismo laboral y eso me jugaba en contra; pero a partir de este testimonio alcanzaba el primer paso en la investigación: saber la causa del asesinato de Pérez. Una vez finalizado el interrogatorio, José me pidió que reserve su identidad en la investigación ya que tenía miedo de que algo malo le sucediera.

Luego volví a mi lugar de trabajo. Tenía que comenzar a armar el rompecabezas del caso con la primera pieza que me había facilitado Martínez. Pasé la tarde encerrado en mi oficina sin lograr ningún resultado nuevo en la investigación. Me estaba enfrentando a un crimen perfecto. Los asesinos habían planificado todo y no se les había escapado ningún detalle…

Al otro día, me levanté más temprano de lo habitual y fui al trabajo.

- ¡Otra vez te caíste de la cama! Jajaja. ¡Estás comenzando a preocuparme por tu salud!

Luego de la broma de mi compañero, le pregunté si había surgido alguna novedad en el caso. Pero la respuesta seguía siendo la misma: no. Volví a encerrarme entre cuatro paredes y decidí continuar investigando otros casos que había postergado a partir del asesinato de Nicolás Pérez. Hasta ese momento ya había cumplido con todos mis deberes y, si no aparecía una pista lo antes posible, el caso quedaría impune.

Esa misma tarde, mi superior me indicó que debía realizar un allanamiento en una casa ubicada camino al Glaciar Martial. Estas son las tareas que me gustan hacer. Recorrer el camino sinuoso rodeado de árboles es uno de los paseos más hermosos de la ciudad. Pero lo mejor es la vista panorámica que se puede ver desde allí, digna de una postal turística.

Volvamos al allanamiento. El procedimiento se encuadraba dentro de la causa por narcotráfico que hacía meses se había iniciado. Es así que junto con mis compañeros nos subimos a los patrulleros y nos dirigimos al lugar indicado. Al llegar, el bosque estaba silencioso. Ni una sola mosca rondaba por el ambiente. Golpeamos la puerta de la vivienda pero nadie salió a abrirla. Por ello tuvimos que derribarla. Entramos, revisamos toda la casa de arriba abajo pero no encontramos lo que buscábamos.

Al volver a la comisaría, en la mesa de entrada me dijeron que había una persona esperándome en mi oficina. Abrí la puerta y encontré una silueta que me era familiar. Cuando la persona que me esperaba se dio vuelta, confirmé mis sospechas: era José Martínez. Lo saludé y le pregunté a qué se debía su visita. Él me comentó que, desde mi visita a la Aduana, había recibido amenazas constantes y tenía mucho miedo por lo que le llegara a pasar. Por esta razón encargué que fuera custodiado y le agradecí todo lo que estaba haciendo por el caso.

A partir de este testimonio, era evidente que el asesino se encontraba dentro de la Aduana. No era casualidad que tanto Martínez como yo fuimos víctimas de amenazas. Quien había matado a Pérez, encontraba en nosotros dos un obstáculo a eliminar para asegurar su impunidad.

Frente a todo lo sucedido, decidí volver a la Aduana con el objetivo de encontrar algún indicio que me llevara al autor de las amenazas y, por consiguiente, a uno de los autores del crimen. El problema era que no sabía por dónde empezar ya que todos eran sospechosos ante la carencia de pistas. Frente a esta situación, tuve que indagar que estaba haciendo cada uno la noche del incendio. La pericia del cuerpo de Pérez indicaba que él había sido asesinado media hora antes del incendio, por lo que había alguno de todos los empleados que en esos treinta minutos antes de iniciarse el incendio, no podría justificar su situación. Sin embargo, todos los testimonios fueron contundentes y sin vacilaciones, a excepción de uno… Luego de los interrogatorios en la Aduana, me dirigí a mi casa para descansar. El día siguiente sería clave para el destino del caso.

Al llegar a la comisaría, me dirigí a la oficina de mi superior para comentarle la conclusión a la que había llegado luego de varios días. Necesitaba corroborar si mi hipótesis estaba bien orientada con alguien de mayor experiencia. La respuesta fue satisfactoria pero carecía de pistas para comprometer al acusado.

Cuando salí de la oficina, decidí abandonar el caso. La verdad era que estaba cansado de buscar un asesino que había planificado cada detalle para no ser descubierto. Y no solo eso. Mi superior me daba un caso nuevo por cada día que pasaba. Mi trabajo se había tornado agotador y ahí adentro me estaban explotando Señor juez. Además yo había llegado a la isla para disfrutar de sus paisajes, pero me la pasaba más tiempo en una oficina que al aire libre.

Matías Schneider.

1 comentario:

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