jueves, 23 de septiembre de 2010

La noche de las tizas

Fue un viernes que fui a clases al colegio. Pero, como en toda la semana, fui a perder el tiempo porque desde el lunes ya se venía anunciando que había problemas entre los distintos gremios docentes y el gobierno nacional. Esa mañana nos informaron, por medio de un afiche que estaba en la entrada del colegio, que no iba a haber clases hasta nuevo aviso. Además convocaba a los alumnos, maestros y demás personas a congregarse en la Plaza IV Siglos, conocida popularmente como la Plaza 9 de Julio, caracterizada por ser el centro de las manifestaciones más importantes. Así que con un grupo de compañeros decidimos ir al lugar de la concentración a pasar el tiempo; estuvimos toda la tarde mientras empezaba a llegar cada vez más gente. La idea era marchar pacíficamente hacia la municipalidad, por lo menos esa era la consigna inicial.

Ya eran las nueve de la noche y la plaza estaba colmada con unas mil personas. A las diez empezamos a marchar sobre la calle España en frente de la catedral. En la otra cuadra, al final de la calle, había una hilera de cuarenta policías.

Muchos ellos; pocos nosotros. Nuestro jefe nos había advertido que habría una gran cantidad de personas, pero jamás imaginábamos que iba a haber tanta. Recordaba mis tiempos en los que yo también luchaba por esos ideales. Me hubiera gustado estar del otro lado, pero mi labor no me lo permitía.

El tiempo pasaba y la tensión iba en aumento. Inesperadamente, la muchedumbre comenzó a avanzar hacia donde estábamos. El Sargento García nos dio la orden de mantener la calma. Ellos estaban cada vez más cerca, y su superioridad numérica era evidente. Nosotros nos vimos cada vez más acorralados y con mucho miedo. En ese momento, una botella reventó sobre mis pies y tome conciencia de cual era mi lugar. Inmediatamente recibimos el mandato de reducir a los manifestantes. No me quedaba otra. Muy a mi pesar, tuve que acatar la orden al igual que mis compañeros.

La tensión podía verse a la distancia. Justo cuando pensé que los policías optarían por retirarse, otra botella voló por los aires y lastimó a uno de ellos. En ese momento, tanto la gente como los policías comenzaron a avanzar. Nosotros arrojábamos lo que encontrábamos a nuestro paso y ellos respondían con balas de goma y gases lacrimógenos.

Fueron quince minutos interminables. La confusión reinó en el ambiente. Pero lo peor estaba por venir

En medio del escándalo, se apagaron las luces de toda la plaza y el microcentro dejando a la deriva a todos los que estábamos allí. Los policías tenían linternas y eso les daba cierta ventaja sobre nosotros. Yo lo único que alcancé a hacer con mis cinco compañeros fue agarrar algunos palos tirados allí para defendernos. En medio de la confusión, miramos hacia la Catedral y las débiles luces que salían de aquella alumbraron la figura caída de nuestra profesora de Historia siendo reducida por dos policías, simplemente por querer defender una causa justa.

Nuestra primer reacción fue ir a rescatar a nuestra profesora, separándola de aquellos policías y llevándola a la entrada de la Catedral, resguardándola de cualquier incidente.

Las luces estuvieron apagadas aproximadamente durante treinta minutos. En ese tiempo se lograron calmar las tensiones y reducir a muchos de los que estábamos allí. Cuando se prendieron las luces ya estaba todo más tranquilo y algún que otro manifestante aún estaba tratando de escapar por las peatonales.

Nunca supe quién fue el que tuvo la brillante idea de apagar las luces para luego avanzar sobre los que estábamos allí, no sé si estuvo todo estratégicamente planeado o solo fue una acción improvisada por la policía, lo que si sé es que fue un maltrato contra los maestros, profesores, estudiantes, padres que en los últimos veinte años nunca se había visto en la ciudad de Salta.

Denise Cano, Denise Méndez, Matías Schneider, Marina Tschiffely y Claudio Yapura.

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