lunes, 27 de septiembre de 2010

Instrucciones para decir la verdad

Antes que nada resulta necesario aclarar que el objeto con el que nos enfrentamos es de carácter muy taimado. Es importante no enfurecerlo mediante prácticas tales como el discurso rebuscado y vueltero, las mentiras piadosas (que son las más crueles) y la adjetivación innecesaria. La utilización de cualquiera de estos recursos sólo provocará que nuestra tarea se torne digna de un Hércules, puesto que la lapicera no querrá escribir. La verdad es clara, simple, y transparente como un cristal. No necesita de adjetivos que inútilmente intenten embellecerla, puesto que ya es hermosa. Y la verdabic lo sabe.

Para escribir una buena verdad, de esas que no ofenden, pero sí incomodan, debe sujetarse la lapicera por el talle, aproximadamente a unos tres centímetros de su boca. Sujetarla demasiado cerca nos haría parecer muy ansiosos; demasiado lejos, cautos en exceso. Luego, debe vaciarse la mente de todo pensamiento ficticio. Lo verosímil no tiene cabida en la dimensión de lo verdadero, por lo que también está prohibido pensar en cualquier obra de ficción, género distorsionador de la verdad por excelencia. Es inútil también reflexionar acerca de qué es la verdad. Para eso están los filósofos y epistemólogos, cuyas eternas discusiones son motivo de risas y burlas por parte de las verdabics. Resulta imperativo desencapuchar la lapicera antes de realizar las operaciones mencionadas.

Una vez despojada nuestra mente de todo pensamiento no verdadero, y una vez tomada la verdabic firmemente y con resolución, debe acercarse la lapicera al papel donde se escribirá (preferentemente de un blanco mate, ni muy opaco ni muy brillante, nunca amarillo) y dejar que el trazo fluya. Después de todo, una verdabic sabe cómo hacer su trabajo.


Camila Verdugo

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