lunes, 27 de septiembre de 2010

Verdabic

Un día caminando por la calle una paloma me arrojó una lapicera Bic azul, que convenientemente servía para escribirle a mi tía acerca del crimen de Morón.

Llegué a casa y me puse a escribir plácidamente, feliz de haberme ahorrado el peso con cincuenta que costaba la Bic. En mis intentos por enflorecer la historia para hacerla más emocionante, decidí incluir algunos detalles que estrictamente no tenían tanto que ver con los hechos reales. Todo sea por el entretenimiento de mi tía.

Pero la lapicera me jugó una mala pasada: al momento de trazar las palabras “mentirosas” ésta se rebeló contra mi mano, ejerciendo una fuerza descomunal para evitar que continuase escribiendo. Y así nos entablamos en una pulseada desesperada: yo forcejeaba por mi versión sensacionalista, mientras que ella forcejeaba por la verdad. Debo confesar que primero me enfurecí ante el hecho de que un objeto ideado para servir al hombre intentara imponer su voluntad por sobre la mía, pero luego reflexioné y acepté la justa causa de la pobre lapicera, que lo único que quería lograr era que mi tía recibiera los hechos tal cual habían sucedido, que por más que resultaran aburridos, eran los hechos verdaderos al fin.



Bruno Volpe y Camila Verdugo

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