lunes, 27 de septiembre de 2010

El árbol de los murciélagos

Encontrar algo que me haya dado miedo en la infancia me costó un buen tiempo, y aún así no lo pude hallar ciertamente. Me es muy difícil recordar el miedo verdadero que pude haber sentido muchísimas veces, ya que hoy lo siento tan lejos, que cualquier situación de esa índole me resulta complicado relacionarla con el miedo. Es por eso justamente, que mi historia no es precisamente de miedo.

Mi recuerdo comienza a esa edad que uno no es capaz de recordar, pero que más adelante, nuestros parientes se encargan de contarnos. Cuando yo era tan sólo un bebé, y vivía en el mismo edificio que ahora, pero nueve pisos más arriba, en un pequeño departamento del piso once, mientras dormía plácidamente, un murciélago ingresó por la ventana aterrando a mi madre.

Mi padre cuenta que atrapó al animalito con las cortinas, y agrega siempre que nunca vio un bicho con cara tan fea como ese.

Será esto que me contaron desde niño, lo que produjo que años más tarde, ya habiéndonos mudado al segundo piso, me mantuviera despabilado por un rato cada noche al irme a dormir.

Como dije en un principio, no creo que la situación deba ser caratulada como “de miedo”. La ventana del departamento daba, y aún da, a la calle, y había allí, y aún hay, un gran árbol. Recuerdo que me solía quedar despierto un buen rato, acostado en mi cama, mirando a través de las cortinas de la ventana las sombras de las hojas del árbol, que al moverse las ramas por el viento, parecían una bandada de murciélagos volando todos juntos. La verdad es que no era miedo realmente lo que sentía, pero siempre me quedaba mirando las sombras, pensando en la posibilidad de que alguna fuera un murciélago, hasta que decidía dejar de prestarles atención y dormirme.


Agustin Ariztegui

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