lunes, 27 de septiembre de 2010

Amenazas peligrosas

Tras la puerta, podía escuchar como de costumbre, los ronquidos del Inspector Barrios. Era una mañana tranquila, con el frío habitual de una mañana de mediados de mayo. Golpeé la puerta, interrumpiendo el plácido sueño del inspector. Imaginé a Alejandro Barrios saltando sobre su asiento, y limpiándose algo de baba que colgaba de sus labios. Luego de despabilarse me hizo pasar.

-“¡Rápido, rápido! ¿Qué pasa ahora?”- me gritó Alejandro con esa voz mandona que lo caracterizaba mientras ingresaba lentamente a la habitación. –“¿Ya empezamos desde tan temprano con los crímenes?.

Continué avanzando en silencio y me senté en una silla enfrente a la cara gorda y bigotuda de Alejandro. Soy un tipo bastante tranquilo, pocas cosas me alteran, una de ellas, el modo de tratar a la gente que tiene el inspector, que aquella mañana parecía tan irritable como siempre. Sin embargo, después de cuatro años de trabajar juntos en la comisaría nº 35, ya me había acostumbrado.

Mientras pensaba por dónde empezar, observé durante unos segundos la redonda cara de Barrios, con esos grandes anteojos de sol de color verdoso que cubrían sus ojos. –“Sí, señor. Empezamos temprano, así es la Argentina, los criminales no descansan.”- le dije. - “Ni la policía” – me interrumpió él – “Nosotros tampoco descansamos nunca, por culpa de ellos por supuesto.” En ese momento me vinieron a la mente los ronquidos que atravesaban la puerta antes de entrar al cuarto, y no pude evitar soltar una pequeña risa. – “¿Le parece gracioso lo que digo, Espíndola? ” – preguntó Barrios enojado – “Porque yo lo dije muy enserio, eh...deje de hacerme perder el tiempo, y cuénteme porque interrumpió mi siest..., eh, mi... trabajo.

-“Bien.”- respondí con calma, aunque en realidad tenía ganas de ahorcarlo, y comencé a hablar –“Llamaron de una casa, hubo un asesinato. La víctima fue encontrada hace un rato, ya muerta, parece que era un músico. Lo encontró uno de los miembros de su banda, cuando él lo pasaba a buscar para ir a un estudio de grabación. Ya enviamos al oficial Valente con algunos hombres al lugar.”-

Demoró unos segundos pensando, si es que realmente este tipo es capaz de pensar, y finalmente respondió.

- “ Póngase a trabajar ya mismo Espíndola, lo quiero en el lugar lo antes posible. “ – ordenó. Me levanté inmediatamente, incliné ligeramente la cabeza dando señal de haber comprendido la orden a la perfección, y me retiré a paso veloz.

A pesar de la cercanía, decidí usar un patrullero para dirigirme a la escena del crimen. Allí me esperaba Joaquín Valente, un joven oficial despistado, amigable, con cara de bueno, siempre dispuesto a charlar.

En el lugar cercado por una cinta policial, que habían colocado Valente y otros oficiales temprano, se encontraba uno de ellos interrogando al compañero de banda que había llamado a la policía al encontrar al músico muerto, otros hablaban con los vecinos buscando a alguien que hubiera visto u oído algo. A un lado de la acción policial se hallaban algunos familiares de la víctima, llorando desconsolados, excepto por un señor alto que miraba con cara de enojo y amargura entremezclados, mientras un camarógrafo trataba de obtener una imagen conmovedora de ellos, y la conocida periodista del canal 5, Laura Nadal, introducía la nota. Por su parte Valente trataba de alejar a los curiosos, y a algunos pocos seguidores de la banda que se habían enterado por las noticias. En ese momento el oficial notó mi presencia. Joaquín se me acercó con cara seria, pero pocos centímetros antes de llegar a mí soltó una sonrisa simpática. Nuestra relación siempre fue buena, sin embargo nuestra amistad no pasaba más allá del horario de trabajo.

El oficial me explicó lo poco que había averiguado hasta el momento. La víctima se llamaba Marcos Delgado, y era el cantante y guitarrista de una banda local, “Los pasajeros”. Su compañero y amigo, Milton Pilsen, lo halló muerto a las siete menos diez aproximadamente, cuando lo pasaba a buscar con el auto para ir al estudio de grabación, donde tenían planeada una larga sesión ese día.

Milton tenía una gran amistad, con Marcos, por eso tenía un juego de llaves de la casa, que utilizaba cada vez que él se quedaba dormido. Marcos no tenía horarios, solía quedarse hasta cualquier hora leyendo, componiendo, o escuchando música, sin importarle que al otro día debiera levantarse temprano. Así se hizo normal que Milton entrara con su juego de llaves a la casa y lo tuviera que sacar en persona de la cama, el sofá o cualquier lugar de la casa donde Marcos terminaba quedándose dormido.

Marcos yacía en el suelo de la cocina, un lugar poco usual para quedarse dormido, pensó Milton al verlo. Y más extraño aún le pareció el puñal clavado en su pecho que observó segundos más tarde al acercarse al cuerpo de su amigo. Rápidamente corrió al teléfono y llamó a la policía. Cuando Valente llegó, Milton estaba con la cara pálida, sin comprender lo que ocurría. La casa estaba toda revuelta, había unos cuantos platos sucios en la pileta, ya que sus padres habían ido a cenar a su casa esa noche. Faltaban unas guitarras y una suma importante de dinero que Marcos estaba ahorrando para grabar su disco solista. – “ El revuelo y las cosas faltantes parecerían indicar que fue un simple robo, luego que sus padres se fueran bien entrada la noche, el o los ladrones ingresaron a la casa creyendo que los propietarios dormían, pero al encontrarlo despierto en la cocina tuvieron que matarlo” – concluyó Joaquín.

Estaba de acuerdo con el oficial, pero debía investigar un poco por mi cuenta, para estar seguro de no cometer ningún error que me pudiera costar el puesto.

Ya eran las doce del mediodía, el estómago me rugía después de haber estado todo el día sin comer nada, y en ese instante dos de los músicos restantes de la banda, hicieron su aparición en la casa de su amigo fallecido. Se me acercaron para preguntar los detalles de lo que había ocurrido. Luego de contarles todo lo que sabía al respecto del caso, les hice un breve interrogatorio. Por supuesto, ellos dijeron haber pasado la noche durmiendo cada uno en su respectiva casa (¿Y qué me iban a decir?¿Qué ellos lo habían matado?). Lo único que pude rescatar de lo dicho por los músicos, fue una fuerte discusión que habían tenido Marcos y Milton acerca de la falta de dedicación cada vez mayor de Marcos hacía la banda, que Milton relacionaba con el proyecto solista que ocupaba la mente de Marcos durante gran parte del día.

-“¿Sería esto una razón suficiente para que una persona mate a su amigo?” - pensé. No, no parecía suficiente, pero podía ser un rastro de una relación que no andaba tan bien como parecía, y Milton tenía llaves de la casa, lo que le hubiera permitido entrar sin problemas, de hecho el fue el primero en verlo muerto. Eran muchas coincidencias, que llevaban a generar sospechas.

Decidí ir inmediatamente a ver a Milton, para hacerle unas preguntas. Bueno, no tan inmediatamente. Primero pasé por la parrilla de Don Jorge para alimentarme. – “ Sé que debe estar muy dolido por la muerte de su amigo, pero necesito hacerle unas preguntas de rutina “ – expliqué a Pilsen para que no notara que él era sospechoso del caso.

- “ Ni se imagina lo que siento, dos amigos en unas semanas “ – contestó Milton secándose los ojos. – “¿Dos? “- pregunté sorprendido. Milton me contó que su amiga Nancy había sido atropellada por un auto la semana anterior. El conductor se había dado a la fuga. De repente sus palabras comenzaron a sonar como con eco y durante un buen tiempo permanecieron en mi cabeza rebotando. Pilsen me dijo que ella estaba saliendo con Marcos desde hacía años, pero a sus padres no les gustaba Nancy como novia para su hijo, y le exigieron a Marcos dejar de verla. Él se negó, pero al poco tiempo pensó que era mejor mantener la relación a escondidas de su familia para evitar discusiones que no llevaban a nada. También me comentó que el creía que el padre de Marcos los había visto juntos a pesar del intento de Marcos de mantener la relación oculta por lo que Nancy no se sentía cómoda.

-“ En fin, parece que la suerte estaba del lado de la familia de Marcos, que se sacó de encima un problema cuando Nancy murió.”-

Durante toda la conversación, la cara triste de Milton y sus ojos llorosos, me hicieron olvidar que estaba hablando con un sospechoso. Al reaccionar, me encargué de realizar el correspondiente interrogatorio.

Tras las preguntas que hice al sospechoso, la investigación volvió a la hipótesis original del robo. Milton vivía con su hermano, quien podría servirle de testigo de que pasó la noche durmiendo, si bien podría haberse fugado sin despertarlo. También aseguraba que el encargado del edificio, y unos vecinos lo habrían visto salir del edificio esa mañana para buscar a su amigo. Horas más tarde el oficial Valente iría a su casa para interrogar a los testigos. Tanto su hermano, como el encargado y los vecinos, confirmarían la versión de Pilsen.

Al día siguiente, el inspector Barrios me llamó para ponerse al tanto del caso. Le conté con lujo de detalle todo lo que habíamos averiguado sobre el caso, incluyendo la muerte de la novia de Marcos una semana antes, la discusión por su carrera como solista, razones por las cuales me resistía a cerrar el caso por el momento.

-“¡No fantasee Espíndola! ¡Es un robo! ¡Un robo y nada más!”- contestó furioso Alejandro, apenas terminé de hablar.

Traté de defender mi teoría de que algo raro había detrás del asunto, pero no tenía certezas de nada, hasta estaba bastante desorientado de lo que podía haber ocurrido y para colmo Barrios es terco como una mula. Terminé dejándome vencer por la fuerte personalidad de mi superior, que claro está, tendría la última palabra.

Obligado a cerrar el caso, me retiré hirviendo de impotencia. Pero mientras caminaba por los pasillos se me ocurrió una solución alternativa al enigma. Algo que se me había cruzado por la mente mientras Milton hablaba sobre la relación entre Nancy y la familia de Marcos. Sus padres habían estado esa noche cenando en su casa podrían haberlo matado y luego irse tranquilamente sin levantar sospechas. ¿Pero porqué? ¿Cuál podía ser el motivo para matar a su propio hijo? No encontraba respuestas y las necesitaba rápido, antes de que se cerrara el caso. No perdí un segundo más, y siguiendo a la primera idea que pasó por mi cabeza, esa que había estado haciéndome eco antes, fui a la casa de los padres de Marcos.

Eran las once de la mañana aproximadamente, cuando llegué al lugar. Toqué timbre y esperé impaciente, como si cada segundo que pasaba me alejara irreversiblemente de la resolución del crimen. Me pareció haber esperado una eternidad allí en la puerta, aunque en realidad fue tan sólo un minuto.

La puerta se abrió y salió una señora mayor, de apariencia dulce, con un rostro que reflejaba la angustia que sentía a kilómetros. –“¿Ella es mi sospechosa?¿La última posibilidad de encontrar un culpable cae en esta pobre señora dolorida por la muerte de su hijo?” – pensé desilusionado. No era la cara de un asesino, pero no podía confiarme.

La mujer me hizo pasar al interior de la vivienda. Me ofreció algo para beber, pero rechacé la oferta cordialmente. Su esposo había ido a trabajar a la pequeña empresa metalúrgica de la cual era dueño. Traté de que el interrogatorio no pareciera estar buscando en ella al culpable, la señora estaba muy dolida y no tenía realmente nada como para incriminarla, por lo que debía ser cauteloso.

Luego de un buen rato de conversación, seguía sin conseguir pista alguna sobre el asesino. La dama se pasó un buen rato contando historias de la infancia, la adolescencia y la corta adultez de su hijo muerto. Le pregunté acerca de la noche del homicidio, y la señora narró lenta y detalladamente desde el comienzo de aquel trágico día, hasta la despedida final luego de la cena en la casa. Era como si cada recuerdo de ese día le devolviera el alma, de solo pensar que su hijo aún vivía.

Al parecer había sido una cena tranquila, íntima, los tres solos, ya que hacía tiempo que no se veían de esa manera. Poco pude rescatar. Me llamó un poco la atención que no hubieran tocado el tema reciente de la muerte de Nancy, aunque no era tan extraño si es que la relación era desconocida por los padres, y en caso de que fuera cierta la sospecha de Milton de que el padre los habría visto juntos sería lógico que de cualquier manera hubieran evitado el tema. Lo que me llamó un poco más la atención fue la charla a solas que tuvieron padre e hijo en otra habitación, mientras la madre servía el postre. Ella no sabía de qué habían hablado, solo sabía que había unas cartas que su hijo había recibido que quería mostrar a su padre, no le interesó de quién eran y seguía sin interesarle. ¿Por qué era necesario hablar sin la presencia de la madre? ¿Le ocultaban algo? ¿Qué decían esas cartas y quién las había escrito?Todas estas preguntas pasaban por mi mente mientras la señora continuaba con su relato, que como todo relato de anciano se iba por las ramas cada dos por tres haciéndolo interminable. En la casa de Marcos la policía no había hallado cartas que estuvieran a mano. Interrumpí un momento a la mujer para preguntarle si su esposo se había llevado esas cartas. Ella contestó que no lo había visto llevarse las cartas, pero quizás las llevaba en el bolsillo de la campera.

-“O por ahí se las llevó cuando volvió por su celular más tarde. Apenas llegamos a casa mi marido recordó que había olvidado su celular, y lo necesitaba al otro día para cerrar unas ventas, así que volvió a casa de mi hijo a buscarlo, yo me quedé en casa, estaba muy cansada por lo que me fui a dormir. “- concluyó la señora.

Simplemente quedé atónito al escuchar esto último. Era la situación perfecta para asesinar a su hijo, y la razón, no cabía duda, estaba en las cartas. Ningún ladrón se hubiera llevado unas cartas. Y como éstas lo incriminarían en el asesinato, el padre de Marcos las retiró del lugar.

Pedí disculpas a la mujer, y le expliqué que era inminente registrar la casa y encontrar esas cartas, allí podría estar la resolución de este crimen. La madre de Marcos se sorprendió, pero enseguida comenzó a ayudarme en la búsqueda de las cartas. Ella quería atrapar al asesino de su hijo, y por eso se dispuso a dar vuelta la casa con tal de hallarlas.

Luego de un par de horas buscando, finalmente las cartas aparecieron. Parecían estar escondidas para no ser halladas, una mala decisión ya que el contenido de las cartas era una evidencia clara. Destruirlas hubiera sido ciertamente más inteligente.

Horas más tarde el padre de Marcos introdujo su llave en la cerradura, abrió la puerta, y se encontró con unos cuantos policías apuntándole con sus armas. No hubo resistencia, solo un llanto desconsolado. Sabía que si lo estaban esposando, las cartas que Nancy le había mandado a su hijo contándole acerca de la amenazas de muerte que él enviaba advirtiéndole a ella que dejara de salir con su hijo, habían sido descubiertas. No hubo ni que interrogarlo, por su cuenta comenzó a confesar su crimen, como desahogándose de la culpa de haber matado a su propio hijo.

-“Yo no pensaba matar a nadie”- empezó diciendo. Lo que en un principio era solo una técnica para alejar a la novia de su hijo de su vida, terminó siendo su condena. Él amenazaba a Nancy sólo para asustarla y que dejará a su hijo. Nancy asustada decidió avisarle a Marcos, antes de hacerlo a la policía. Marcos le habría explicado que su padre solo quería asustarla. Una semana más tarde Nancy estaba muerta. No había sido él, ni tenía nada que ver. Su hijo le mostró las cartas aquella noche para informarle a su padre que sabía lo de las amenazas, pero le prometió no decirle a la policía nada sobre ellas, pues no creía que él la hubiera matado. Su padre volvió a su casa, y en el camino no pudo dejar de pensar en la evidencia que su hijo poseía en su contra, y para asegurarse de que Marcos no entregara a la policía estas cartas, o llegaran a ella de alguna otra manera decidió regresar por ellas. Inventó la excusa del celular, que en realidad siempre permaneció en su bolsillo, y retornó a casa de Marcos. Una vez allí pidió a su hijo las cartas para destruirlas por las dudas de que por error llegaran a manos ajenas. Su hijo se negó, y le aseguró que permanecerían a salvo, y nadie las hallaría. Discutieron un rato en la cocina, forcejearon, y sin pensarlo dos veces tomó un cuchillo y lo clavó en el pecho de Marcos.

Desesperado, decidió hacer que pareciera un robo para despistar a la policía, tomo los ahorros de su hijo, algunas guitarras, y por su puesto las cartas, guardó todo en el auto, desordenó la casa, limpió las huellas del cuchillo, y se marchó. En el trayecto, se desvió hacía su taller metalúrgico, y escondió allí los instrumentos y el dinero de su hijo. Las cartas las llevó consigo a la casa. No pudo destruirlas, algo le impedía hacerlo, probablemente la culpa, así que optó por esconderlas.

Ese fue el error que le costó la libertad, si bien ya había perdido el sueño, recordando cada noche el cuerpo de Marcos ensangrentado en el piso frío de la cocina.

Esa misma noche, entré a la oficina de Alejandro Barrios, pero ya no con la cabeza gacha y los nervios alterados, sino con la cabeza alta, tranquilo y con una gran sonrisa orgullosa en mi rostro.


Agustin Ariztegui

No hay comentarios:

Publicar un comentario