jueves, 6 de mayo de 2010

Encuentro con las cosas que nunca fueron.

Por: Claudio Fernando Yapura


No me quedan dudas sobre la existencia de las fuerzas del bien y también del mal, puedo dar cuenta de la presencia de Dios y todo un ejército de seres celestiales y puedo afirmar con este relato que la misma Bestia actúa con sus amigos aliados como el Sátiro y Belcebú para obrar con sus sombrías artimañas y así no solo aterrorizar a los inocentes mortales sino que, además, utiliza a las personas menos sospechadas para llevar adelante sus planes siniestros. Todo lo que contaré a continuación se lo atribuyo a Lucifer y sus secuaces y no a mi profesor que tuvo la brillante idea de asegurarnos un viaje en tren hacia un bosque al sur del país. Pues el ángel caído actúa sin que lo llamen y ni hablar cuando se lo invoca para hacer alguna travesura que luego puede llegar a convertirse en la experiencia digna de una película de suspenso.

Una tarde, mientras todos salían del colegio, me quedé con un grupo de unos seis compañeros a leer un artículo de ocultismo y fenómenos paranormales que estaba en una revista de interés general. Cada uno expuso su experiencia con respecto a cosas que le habían sucedido y de las cuales no conseguían explicación, unos contaban sus vivencias con mucho entusiasmo, otros con algo de temor y algunos como yo preferimos no contar nada. En la revista decía que la existencia de fenómenos inexplicables y que salían de lo natural se debía a la circulación en el espacio de fuerzas que se disputaban las almas de los mortales incrédulos sobre la faz de la tierra era obvio que nosotros en ese momento nunca habríamos creído en lo que esos párrafos decían, así que decidimos poner en debate el tema al día siguiente en la clase de filosofía con el profesor Raimundo, ya que era el único que tenía alguna idea de hechos sobrenaturales. Siempre después de terminar la hora de clase nos contaba historias acerca de duendes, brujas, fantasmas, apariciones que dejaron a personas totalmente traumadas y mal de la cabeza.

Para nosotros tales historias no eran más que eso, simples relatos fantasiosos que el profesor las contaba porque quería demostrar que sabía mucho por su infancia en el campo, hasta nos sabíamos algunos de sus cuentos de memoria como el de la Viuda Negra que atormentaba todas las noches a los que pasaban cerca del cementerio donde estaba enterrado su marido asesinado por ella misma al descubrir que le era infiel y luego la mujer totalmente desconcertada se quitara la vida con el mismo puñal con el que mató a su pareja. El Loco del Barrio que había quedado así porque en sus ratos de ocio se dedicaba a leer un libro grande de magia negra. La Luz Mala que se le aparecía en el campo a los que deambulaban solitarios por esos rumbos y su más célebre relato sobre la Salamanca que primero te cautivaba con su hermosa música y luego te llevaba a hacer un pacto con el mismísimo diablo en medio del campo donde nadie te veía.

El profesor Raimundo era conciente de nuestra incredulidad e indeferencia hacia sus conocimientos campestres. Fue así que ideó una excursión con el pretexto de estudiar las culturas en el sur de nuestro país, más precisamente en Tierra del Fuego. El viaje se haría en tren y estaríamos en el sur por lo menos dos semanas. Luego de un mes de preparación Raimundo nos comunicaba que no viajaría con nosotros porque sus tiempos eran muy acotados. A nosotros no nos importó mucho su ausencia porque el hecho de viajar y estar juntos era lo que más nos interesaba.

Partimos una tarde de invierno, el viaje fue muy tranquilo y al llegar al bosque tuvimos que instalarlos y ordenar nuestras carpas de manera estratégica para poder juntarnos a la noche a charlar un rato luego de un día con muchas tareas y cosas para hacer con otros profesores que habían quedado a cargo de nosotros. La primera noche que nos juntamos continuamos con la charla que habíamos tenido aquella tarde en la sala del colegio, y comenzamos a recordar los relatos del profesor Raimundo sobre la Salamanca, no fue una buena idea el traer esos recuerdos a nuestras carpas porque el miedo y el frío hacían el caldo especial para una tenebrosa noche. Pero un encuentro fue el que marcó diferencia con los demás, no hacía tanto frío y decidimos juntarnos en un descampado donde había una represa abandonada, hicimos una fogata y en la ronda cada uno contaba sus experiencias un poco exageradas para no ser menos en cuanto al contenido de los relatos.

Mientras yo contaba una historia de mis andanzas por los vastos campos norteños, se levantó una sombra en la pared arruinada que antiguamente contenía el agua, creo que yo nada más me había dado cuenta de eso, pero no dije nada para no alertar a nadie, así que continué con mi relato. De repente se escuchábamos suspiros y gemidos en una casa abandonada debajo de la colina, también se vislumbraban algunas luces. Todos nos asustamos bastante sin embargo con un grupo fuimos a ver lo que estaba sucediendo, mientras que otro grupo se fue al campamento. Sigilosamente, nos acercamos a la casa abandonada y cuando nos asomamos por la ventana vimos un montón de velas encendidas, cruces invertidas, pequeñas crucecitas de palos, manchas en la pared, pero lo peor de todo fue que en la pared vimos el nombre de cada uno de nosotros escrito con sangre y otros escritos con carbón, entre el temor y la adrenalina que nos inundaba todo el cuerpo alguien se acercó por detrás de nosotros y empezó a tirarnos cenizas en los ojos para que no podamos ver quién era. Pude evadir su ataque y vi con sorpresa que la persona que nos hacia temer era nada más ni nada menos que el profesor Raimundo que nos estaba jugando una mala pasada por nuestra incredulidad hacia sus cuentos.

De regreso al campamento a pesar del miedo que teníamos, bromeábamos y nos reíamos de la cara de cada uno de nosotros cuando vimos nuestros nombres en la pared de la casa abandonada en la colina. Raimundo había planeado todo para que tomáramos conciencia de lo que él con tanto esmero nos relataba después de la hora de filosofía. Así transcurrió la primera semana en el sur, pero como dije al comenzar, el mal está siempre presente y con más razón si alguno invoca su presencia inconcientemente mediante juegos o bromas como las que nos hizo el eminente profesor. Me quedé con un extraño presentimiento sobre esa casa, y sabía que detrás de esas paredes gastadas había algo más profundo y tenebroso.

Fiel a mi estilo esa misma noche había propuesto a algunos de mis compañeros que me acompañaran en mi aventura, todos se negaron a ir conmigo a explorar la casa abandonada. Luego de su negativa cargué una linterna, me abrigué y encaré hacia la colina. Mientras más me acercaba, mi corazón latía más fuerte, curiosamente escuchaba una hermosa melodía que de a poco me tranquilizaba y a la vez me cautivaba y me atraía. Cambié el curso de mi camino y empecé a buscar el origen detan celestial música, cada vez me acercaba más y la melodía aumentaba su nitidez y su suavidad, me tenía dominado y ya no tenía miedo sino que la curiosidad era mayor, mi corazón se había aquietado, no tenía idea del lugar en donde estaba parado pero no me importaba, todo lo demás no tenía importancia. A lo lejos se veía una luz muy fuerte, la melodía menguaba y se escuchaban ruidos de personas que estaban disfrutando de una fiesta. Finalmente llegué a esa luz y había una gran entrada como si fuera una cueva, comencé a espiar y de nuevo la melodía empezó a sonar, opté por entrar a la cueva.

Adentro de la cueva había una gran cantidad de personas que se entregaban a los placeres mundanos, bebían, reían, cantaban, jugaban, era una orgía desenfrenada motivada en los deseos más humanos y terrenales. Las mujeres tenían un color de piel único, era dorado y sus cabellos brillaban, sus ojos eran como de fuego, poseedoras de una belleza descomunal que nunca había visto en mi vida, todo era jolgorio y parece que lo más importante era disfrutar. En el final del salón había un gran trono y había una persona sentada que me estaba mirando, me llamaba y me apuntaba con el dedo, sorprendido accedí a su llamado y cuando llegué ante él me dijo que podía darme todo lo que yo quisiera, pero antes debía pactar con él un sacrificio de una vida por año entregada en su nombre:” El Príncipe de las Tinieblas”. Contesté que no quería nada, se enojó y me dio un golpe en la sien con su brazo de acero dejándome dormido.

Cuando me desperté mi torso estaba desnudo con una marca en el pecho y a seis kilómetros del lugar en donde estaba el campamento. Totalmente desconcertado empecé a correr, finalmente llegué al bosque donde estaban todos buscándome desesperadamente. Me preguntaron qué me había pasado y dónde había estado toda la noche, no creyeron lo que les dije, se burlaban de mí y decían que me parecía al profesor Raimundo por la historia que estaba contando. Paradójicamente el único que me podía entender era el profesor de Filosofía y yo nunca creí ninguna de sus historias, así que al charlar con el le conté todo lo que me había pasado en esa noche. Él no se sorprendió y me dijo que ese lugar en donde había estado era la misma Salamanca, era aquella historia que con tanto esmero siempre nos comentó a mi y mis compañeros, y nosotros nos burlábamos. Esto no era una broma ideada por la maquiavélica mente del profesor sino que era verdad, hasta el día de hoy llevo la marca en mi pecho y unos cuantos me creen, será que lo que decía el artículo de la revista que leímos aquella tarde en el colegio sobre los incrédulos y las fuerzas del bien y del mal tenía mucho de verdadero. Mi experiencia no es exagerada ni fantástica tan solo es sobrenatural y única.

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