Hay fotos que muestran la realidad y la inmortalizan, pero por lo general son fotos en las que los fotografiados no son concientes de ello. Otras, la gran mayoría, muestran solo una imagen creada. Creada por el fotógrafo y por los que aparecen en ella. Mi foto es un ejemplo de estas últimas.
Cinco jóvenes, entre ellos yo, sentados alrededor de una mesa de madera, cubierta por un mantel barato. Sobre ella una jarra azul de plástico, seis vasos (la mayoría vacíos, algunos con agua), todo dentro de una habitación de paredes blancas con muchos adornos. Los actores de esta foto, y digo bien, actores, miran a la cámara con una sonrisa, haciendo un gesto de que hay algo que está bien, con el puño cerrado, y el dedo gordo levantado. Y sí. Algo estaba bien. Todo estaba bien. Porque no es la pose premeditada, ni la mesa triste en la que estamos sentados lo que uno recuerda, sino las vacaciones con amigos, esa primera cena, en que acabábamos de terminar de comer, y planeábamos el futuro de la noche.
Llegado aquí, quisiera borrar mi primer párrafo. Y es que cada vez que veo esta foto me río, pues por más armada que fue la foto, no pudo eliminar la espontaneidad, que se ve reflejada, en uno de mis amigos, que nadie sabe porque, mira hacia otro lado, como si no encontrará la cámara.
Es por eso que ya no sé si la foto pertenece al segundo grupo, el de las fotos posadas, es más, ya no sé si esa clasificación es correcta. ¿Qué no toda foto lleva, aunque sea detrás de la cortina de la pose, la realidad del momento? Yo creo que sí. Son los que allí estuvieron los que ven la realidad de una foto, y los encargados de contar a los demás la historia que la foto no cuenta.
Agustín Esteban Ariztegui
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