lunes, 27 de septiembre de 2010

Una mirada distinta

Salgo de la óptica de Carlos con mis nuevos lentes. No son unos lentes cualquiera. Ni bien me los pongo noto la diferencia. La calvicie de Carlos se hace más pronunciada, y su pálido tono de piel, ahora tiene un bronceado perfecto. No es que ahora vea mejor. Ahora veo distinto. Mi amigo Lucho me recomendó por experiencia personal, el uso de estas lentes, y luego de consultarlo con mi médico, finalmente hoy puedo ver con ellos otra realidad.

Es un día hermoso, el sol brilla en lo alto, sin embargo tengo mucho frío. Me pongo mi campera, y me dirijo a la parada del colectivo. Espero impaciente la llegada del 29. Tengo que encontrarme con mi novia y estoy atrasado. Por fin llega el colectivo. Subo, pago mi boleto. Observo con indignación a una mujer embarazada viajando de pie. A la pasada expreso mi indignación por la situación esperando que algún caballero ceda su asiento. Esto no ocurre, y para colmo la dama se ofende. Me mira como sin entender mi comentario, al igual que los hombres sentados.

Luego de un buen rato de viaje, observo preocupado mi reloj, pero para mi sorpresa y alivio, veo las agujas indicándome que estoy llegando temprano. Por la ventana veo calles y edificios que nunca antes había visto en tantos años de viajar en el 29.

Unos minutos más tarde, una joven me pregunta si me voy a sentar, y señala con su mano el asiento que se encuentra delante de mí. Como claramente observo a un anciano sentado en ese lugar, niego con la cabeza a la muchacha, quien se abre paso y se sienta en la falda del viejo, dejándome boquiabierto.

Harto de este viaje de locos, y con tantas ganas de ver a mi novia, veo por la ventanilla el bar donde habíamos acordado encontrarnos. Toco timbre, y desciendo apresurado. Al volver a ver mi reloj, noto que esos últimos minutos en el colectivo habían pasado volando, estaba llegando tardísimo.

Llego al bar y no encuentro a mi novia. Quizás se cansó de esperar. Observo a mi alrededor y la veo. Alejándose del bar por la vereda de enfrente. La miro y contento descubro que está más linda que nunca. Parece la protagonista de una película de Hollywood. Me fijo atento al semáforo. Tengo paso. Corro hacía la senda peatonal para alcanzarla. Apenas pongo ambos pies sobre el asfalto un auto me golpea y caigo sobre la calle con un dolor terrible. La gente se me acerca. Me rodea. Muchos curiosos y otros realmente preocupados.

Mi accidente llama la atención también de mi novia, que se acerca, pero parece no reconocerme. Un poco de sangre brota de mi ceja izquierda y cae sobre mi ojo. Un hombre me quita los anteojos, cuyos cristales se habían astillado.

Miro a mi alrededor y me doy cuenta que estoy en algún barrio que no conozco. Vuelvo la vista a mi novia, y ya no es ella, es otra. No parece ya un actriz Hollywoodense, y ni siquiera es mi novia, sino una completa extraña. Busco en mi bolsillo un pañuelo para limpiar la sangre, pero solo encuentro el boleto del 29, que para mi sorpresa, no era del 29, sino del 60.



Agustin Ariztegui

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