jueves, 23 de septiembre de 2010

El que ríe último, ríe mejor.

De entre todos los sentimientos que existían, la venganza era, para Ana, uno de los peores, y sin embargo no podía dejar de sentir esas ganas enormes de hacerle pagar (y bien caro) al que le había producido el dolor más grande de su vida.

Por más que intentaba no lograba recordar ni un solo momento en el que el tono de voz se elevara, las palabras perdieran su tinte de dulzura y mucho menos que se escapara algún cachetazo (aún, a pesar de ser merecido).

Recordaba las tardes de domingo en El Monumental alentando a su equipo favorito, sin importar el frío, el sol o la lluvia; las hamburguesas, un tanto grasosas, en el entretiempo y las meriendas en el bar de la esquina o en su casa, dependiendo del resultado del partido.

Por más que buscaba no encontraba. La relación que Ana tenía con su papá no guardaba peleas ni discusiones (no, más allá de los típicos “choques” familiares).

Ana abrió y cerró el papel que tenía entre sus manos una y otra vez. Lo leyó y releyó incontables veces y el sentimiento que había sentido en un principio, seguía latente.

En cada renglón las palabras de perdón se mezclaban con aquellas verdades que el padre intentaba explicar.

No lo podía evitar, por más que se esforzaba no podía evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. Hoy se cumplía un año de aquella tarde fría y gris para Ana, a pesar del sol radiante que, recordaba, había ese día

Todo se había dado tan rápido. De un momento a otro ella recibía en su casa, un humilde PH que compartía con su padre en Caballito, al abogado de toda la vida de la familia. Decir que la visita no la sorprendió sería mentir y de manera muy exagerada. Cuando Ana abrió la puerta frunció el ceño y achicó los ojos, no por el sol que le daba de frente, sino por la sorpresa de tener de visita al abogado, cuando su padre, y el licenciado lo sabía muy bien, llegaba a su casa mucho más tarde.

“Ana... tenemos que hablar” –fueron las palabras que atinó a decir Daniel y que a la joven le alcanzaron para darse cuenta de que algo malo estaba pasando.

Ana sabía que su papá era una persona importante en su empresa, que era un hombre de negocios, que viajaba constantemente de un punto del planeta al otro sin darle a ella demasiadas explicaciones. Pero Ana no lo necesitaba, le alcanzaba con disfrutar de esas largas horas todos los domingos alentando al equipo de sus amores.

Ahora lo entendía todo. Su papá era un hombre muy importante y, como tal, acarreaba algunos “enemigos”, algún que otro resentido trabajador o colega que nunca logró el ascenso o hasta miembros de la competencia que estallaban de furia al ver cómo su padre progresaba exitosamente.

Terminó de leer la carta de despedida (no le gustaba llamarlo testamento), en donde su padre le explicaba, paso a paso, los motivos y actores causantes de su muerte. Definitivamente, el ya vislumbraba la posibilidad de que quisieran acabar con su vida.

Esta vez no dobló el papel sino que lo arrugó, lo hizo un bollo y lo arrojó al suelo con la mayor de las broncas.

Lo tenía todo planeado. Haría lo mismo que le habían hecho a su padre. Mentirle, tenderle una trampa, hacerlo caer preso y luego, por la mezcla de dolor y soledad y, con la noticia de la quiebra de su empresa, ocasionarle un paro cardíaco que acabara con su vida. Ana haría exactamente lo mismo.

A las seis de la tarde del día siguiente, minutos más, minutos menos, llamó a José Luis, convenciéndolo de ser hija de uno de sus amigos y, sobre todo, una fiel cliente suya.

La cita fue en el restaurante “Los Geranios”, 21:00 hs, en punto. La excusa del encuentro era degustar sus creaciones.

Se sentaron, brindaron y se dispusieron a disfrutar del menú que tenían frente a ellos.

Ante el primer momento de distracción, Ana tomó el frasquito que llevaba consigo, y arrojó un poco del polvo que yacía en su interior sobre la comida, haciendo desaparecer, luego, al envase contenedor.

Apenas un bocado bastó para terminar con todo.

“Importante empresario gastronómico cae preso por asesinato. Peligra la continuidad de su cadena de restaurantes”. Palabras más, palabras menos, éste era el mensaje que, al día siguiente, reflejaban las primeras planas de todos los medios gráficos.

Había costado, había dolido, pero había valido la pena.

Dolores Díaz de Maura

No hay comentarios:

Publicar un comentario