martes, 1 de junio de 2010

Rompiendo el hielo.

Estaba de vacaciones en Mar del Plata, el sol partía y termine con un brazo amputado pero eso no era un impedimento para pasarla bien. No estaba sólo, al contrario, me acompañaban mis dos mejores amigos Adrián y Lucas, así que decidimos salir a dar una vuelta por ahí para matar el tiempo hasta que llagara la noche. Mientras caminábamos por la peatonal íbamos charlando sobre bueyes perdidos, nada importante nada del otro mundo.

Ya cansados de tanto deambular sin rumbo nos sentamos en un banco bajo la sombra de un árbol a descansar y a tomar unos helados, veíamos la gente pasar muy apurada, otros se paraban para sacarse fotos. Entre todas esas personas había un grupo de chicas que se reían y parecía que estaban muy contentas. Eran unas cinco, no me acuerdo muy bien cuantas eran, pero lo que recuerdo muy bien es que entre esas alegres mujeres había una que me movía el piso, al no poder hacer pie perdí el equilibrio y me caí pero rápidamente me levanté para no pasar vergüenza. Era muy hermosa y con unos ojos azules que encandilaban.

Yo nunca fui muy bueno en eso de encarar una mina así que esperé a que los especialistas en relaciones amorosas prolongadas me dieran sus consejos, no quise precipitarme, dejé que Lucas y Adrián hagan lo que mejor sabían hacer y así lograran hacerme gancho y tomaron la punta. Ellos no tenían problemas en charlar fluidamente con las ellas y fue así que se hicieron amigos de las chicas se pasaron los números de celular y arreglaron una salida esa misma noche.

Según ellos me habían dejado todo servido en bandeja para que yo pudiera encarar a la chica de los ojos azules (todavía no sabía su nombre).

Llegó la noche y salimos al encuentro en un bar. Ahí estaba ella, aún más bella de lo que había estado a la tarde, sentada con las piernas cruzadas junto a sus amigas. Todos empezaron a conversar pero yo estaba callado y no sabía como hacer para decirle algo porque ella también estaba callada, me sentía como sapo de otro pozo. Lucas me indicaba con sus gestos para que empiece a charlar con ella, hasta me mando un mensaje de texto que decía: “¡Claudio rompe el hielo!”. Entendí perfectamente lo que quiso decir, no era tan difícil ¿no? Así que manos a la obra, con una cuchara saqué el cubo de hielo que tenía en el vaso y con una punta de acero que siempre llevo en caso de emergencia empecé a picar el hielo, primero me costó pero después le pedí al mozo un poco de ayuda. Mientras él sostenía el cubo con una pinza yo le seguía dando con la punta intentando romper el hielo pero estaba muy duro y no se desarmaba.

Adrián, que estaba sentado charlando con una de las chicas, vio que mi falta de experiencia y compadeciéndose un poco de mí sacó del bolsillo un martillo que hace rato que él no usaba porque ya se había retirado del oficio de los rompehielos. Agarré el martillo y empecé a golpear el hielo que ya empezaba a derretirse. Algunos fragmentos se estallaban contra la cara de la despampanante chica de los ojos azules.

Fue muy difícil dar el primer paso (o el primer golpe) pero a pesar de eso me decidí, me acerqué a ella y le dije: “Hablan mucho los chicos, ¿no?”, ella me clavó su mirada penetrante con sus dos diamantes azules, me quedé helado, el corazón me golpeaba el pecho ese instante se había vuelto eterno y no terminaba nunca, el mundo se me venía abajo. Hasta que en su rostro se dibujó una sonrisa y me dijo: “si, bastante”, en mi interior yo daba un suspiro de alivio y volvía a poner los pies sobre la tierra.

Así comenzamos a charlar le pregunté su nombre y me respondió que se llamaba Florencia, ella era muy simpática y eso hacía todo más fácil y ameno. Teníamos química, cosas en común no podíamos parar de conversar pues la noche estaba en pañales.

Creo que se dio cuenta de que nunca le saqué la mirada de encima y es que yo estaba colgado ¡pero su cuello!, por eso no podía dejar de contemplar tan magna belleza, estaba hipnotizado por esas joyas azules que tenía por ojos hasta que en cierto momento me reflejaron las luces del bar y casi me deja ciego, era como mi cable a tierra donde yo descargaba en ella todo mi amor.

Transcurrió la noche muy rápido (por lo menos eso me pareció a mi), mis amigos estaban cansados con ganas de pegarse un baño y meterse al sobre. Aunque yo no quería irme porque me sentía como pez en el agua, claro al haber dado el primer golpe para romper el iceberg que cargaba sobre mí, me sentía ágil para gambetear en el campo de juego en donde levantarse una mina puede ser el equivalente a hacer un gol, Florencia no parecía ser muy pesada por eso me animé a levantarla y así convertir un golazo. Por algo dicen que los goles son amores, es por eso que esa chica de ojos azules fue mi único y mejor gol, mi gran amor, mi novia.

PD: Quisiera agradecer a los maestros especialistas en relaciones amorosas Lucas y Adrián por sus cátedras, estrategias y su tesis basada en “Romper el hielo”. Sin sus consejos esto no habría sido posible pero no quito merito a la excelente interpretación que yo hice para luego llevarla a la práctica.

Claudio Fernando Yapura

1 comentario:

  1. El texto mejoró . Claro que podrías insistir en el uso literal de las metáforas lexicalizadas y hacerlo más "delirante", pero está bien. ¿por qué no se pueden leer bien el margen ?

    ResponderEliminar